Tras un largo periodo de ausencia en el que el único contacto con la actualidad regional se remitía a las escuetas noticias de agencia de los medios nacionales, esperaba que para estos días el panorama sobre la principal polémica política de los últimos meses (obvio decir que se trata de la hipotética candidatura de Francisco Álvarez-Cascos a la Presidencia del principado el año próximo) se hubiera ya aclarado. En primera instancia tengo que constatar que no ha sido así. Eso, por un lado, porque seguimos sin cabeza de cartel, aunque por otro parece incuestionable que lo que ya expresaba hace bastantes semanas sí que se ha consumado, y no es otra cosa que la división evidente en dos del PP asturiano, con posturas más enconadas si cabe que las que dejé hace un mes. Y ésta, de alguna manera, es en sí misma una evidencia de clarificación. Hay quien todavía en las filas conservadoras confía ingenuamente en que, al final, "todo se va a arreglar" y "no va a pasar nada". Un optimismo digno de mejor empresa.
La realidad, bien distinta, es que, aún con el beneplácito de Rajoy (con condiciones, como parecía lógico) a la opción Cascos, sus enemigos interiores en Asturias no están dispuestos a aceptarle bajo ningún concepto y, en lugar de parlamentar, se han lanzado a una campaña de descalificaciones e insultos que supera a aquélla con la que emprendieron hace meses la batalla para frenar cualquier alternativa que diera paso al ex vicepresidente del Gobierno, muy superior en agresividad a la de los "casquistas" en sus momentos más crecidos.
A estas alturas, y con este panorama de guerra abierta de irremediable final, la evidencia -repito- es que el PP se ha partido en Asturias por la mitad -este humilde servidor ya lo había constatado hace semanas, aunque no se imaginaba que iba a ser a través de tan enconado navajeo-, y al mencionar ese término ("por la mitad") no es una forma de hablar al albur, sino un real "fifhty-fifthy" (punto arriba, punto abajo) en el que de nada vale que unos exhiban ese condicionado apoyo de Génova y de su líder o el largo listado de firmas a favor del ex ministro recogidas desde meses atrás, o los otros el peso de los principales cargos directivos en la cúpula regional, en las juntas locales o comarcales, en suma, en lo que es el 'aparato' del partido que, además de esgrimir su legitimidad a través de congresos, tienen esa otra realidad que en lenguaje del pueblo se entiende más claramente como tener la sartén por el mango.
Cada uno con su respectivo bagaje representa a una de las mitades reales del Partido Popular en Asturias y la integración, a estas alturas, ya resulta una misión de titanes inalcanzable para nuestros 'pequeños' políticos.
El tiempo transcurrirá y unos y otros seguirán echándose la culpa de la crisis, porque no creo que a estas alturas nadie mínimamente serio se atreva a negarla. A ellos va a seguir importándoles el desarrollo de los acontecimientos porque se están jugando 'el cocido', pero yo creo que a estas alturas, desde el punto de vista de los intereses regionales, ya da igual de qué lado se incline la balanza. El PP asturiano, que nunca ha tenido tan cerca una clara victoria electoral en el Principado, haciendo honor a su reconocida tendencia autodestructiva, a su instinto suicida, ha preferido teñir de rojo sus banderas, sus principios o sus programas y lanzarse a una guerra fratricida sin cuartel que sólo se concibe con un final que implique la eliminación total del contrario.
La culpa: ¿De quien? De todos, de las dos partes, aunque pueda valorar cada cuál en qué proporción los unos y los otros. Y, mientras ellos siguen en esta increible empresa, el ciudadano asturiano a verlas venir. ¡Qué lástima!
Eso sí, hay que darle la enhorabuena a Javier Fernández, apuesta de los socialistas asturianos. Todos los problemas externos e internos que podrían -al margen del contrario- repercutir en un hipotético mal resultado de su candidatura se van a ver compensados por la ausencia de una alternativa con posibilidades reales para arrebatar a su partido el poder. El PP ha tirado la toalla.