lunes, 28 de enero de 2019

Republicanos e independentistas

Mientras este país avanza a toda velocidad hacia un proceso electoral que engloba nada menos que tres consultas diferentes, correspondientes a otros tantos ámbitos, el día a día se encarga de recordarnos que conservamos enquistado un problema que, hasta la fecha, ninguno de los gobiernos del Estado ha sabido afrontar con decisión y una idea clara de cuál es el camino a recorrer para llegar a una meta. Me refiero al "problema catalán", que permanece sin solución en la vida política española que a todos nos afecta, aunque da la sensación de que se ha instalado en un punto de no retorno para el que nadie osa aventurar un final, sea en el sentido que sea.

Si la dificultad estaba en que los gobiernos del Partido Popular de Mariano Rajoy no habían sabido en momento alguno encontrar el camino del "diálogo" al que todos se apuntaban sin ofrecer unas normas claras para esa mesa de juego, la impresión es que los designios del actual Ejecutivo socialista no han hecho avanzar "el proceso" absolutamente en nada. Las "nuevas" propuestas de Pedro Sánchez, con su disposición a rebajar la tensión aun a costa de ceder más allá de lo que para muchos sería razonable, solamente han merecido los desplantes de un grupo de impresentables capitaneados desde el "exilio" por un iluminado que en sus delirios (como le ocurriera al actor Bela Lugosi y su personaje de Drácula) se autoproclamó el nuevo Lluis Companys, perseguido por el fascismo centralista, y representados en territorio nacional por un títere encerrado en su personaje de líder independentista incapaz de razonar más allá de un escueto serial de lugares comunes.

Ahora, Cataluña va a afrontar su parte alícuota de la cita electoral de mayo (fundamentalmente las municipales y la parte que le corresponde de las europeas) sin una posición clara sobre cuál puede ser el futuro inmediato de su territorio. En una vuelta de tuerca más, el ex president Puigdemont, envuelto en el manto del soberanismo, ha puesto en marcha una plataforma (otra más) con el objetivo de agrupar bajo su paraguas a todo el independentismo catalán. Se trata de una iniciativa que no ha merecido tan siquiera el apoyo de su propio partido, el PEdeCAT, ese grupo transformista que hace tan sólo cuatro años era Convergencia Democrática de Cataluña, un partido perteneciente a la órbita de la democracia cristiana europea, con demasiada basura a sus espaldas fruto de tantos años de gobierno de Jordi Pujol y su extensa familia. Quién se lo iba a decir al "honorable".

Quizá el hecho más significativo del momento actual haya sido el portazo de Esquerra Republicana de Catalunya a las fantasías del "exiliado" de Bruselas. Sus dirigentes, los que están en la cárcel y los que no, ya se han cansado de apoyar a un orate que ha fracasado reiteradamente en su intención de conducir a los nuevos creyentes por el tránsito de su religión transformadora.

Probablemente los catalanes partidarios de la república y de la independencia vayan dándose cuenta de que puestos a escoger más vale el original que una mala copia. Yo, al menos, si fuera catalán, republicano e independentista no tendría duda alguna.

domingo, 20 de enero de 2019

Desilusión

Desilusión es seguramente el sentimiento que embarga en estos momentos a los millones de votantes que, desde su aparición en la escena política, han apoyado con su sufragio a Podemos.

En realidad, no ha pasado tanto tiempo desde que aquel movimiento popular surgido de las movilizaciones del 15 de mayo de 2011 fuera evolucionando hacia las estructuras de un partido político que solamente se configuró algo menos de tres años después. De por medio, la ilusión de dar a luz a una alternativa política y social de la izquierda orientada a acabar con el acomodaticio devenir de los partidos tradicionales (la "casta", en la terminología acuñada por los ideólogos del partido morado) hizo que un grupo de profesores universitarios dirigidos por Pablo Iglesias e Iñigo Errejón aglutinaran el descontento generalizado generado por el bipartidismo y sus adláteres.

No recuerdo haber visto en las fotografías de la Puerta del Sol madrileña ni el la plaza de Cataluña barcelonesa a ninguno de los dos, como tampoco a los que se fueron uniendo poco a poco al núcleo duro que configuró la dirección del partido en ciernes. Lo cierto es que esta élite político-universitaria aprovechó que la ola pasaba por delante para subirse en ella y capitanear el viaje enfocado al "asalto al cielo".

La historia de entonces acá no vamos a pormenorizarla aquí. Ascenso y caída, fruto de tantos y tantos personalismos, de tanto ego desenfrenado, de tanta inconsecuencia con los principios fundacionales escritos a fuego en el útero materno de Vistalegre.

Apenas cinco años después, con buenos, cuando no excelentes, resultados electorales, la deriva de Podemos se fue orientando hacia estructuras que recordaban bastante a aquellas contra las que se supone que nacieron.

Por otra parte, la propia gestación de Podemos fue poniendo de manifiesto las dificultades de las distintas "sensibilidades" que iba integrando. Un comentario publicado en este mismo blog hace ya algunos años ha sido precisamente el que me ha animado nuevamente (después de mucho tiempo) a sentarme ante el teclado y redactar estas líneas. Podemos nunca ha sido un partido, sino un conglomerado en el que lo mismo aparecen las "confluencias" regionales que, algo más tarde, Izquierda Unida, pasando por movimientos sociales de todo tipo. Dar forma a este batiburrillo era una labor demasiado prolija incluso para aquellos "jóvenes revolucionarios" que se involucraron a hacerlo.

Los conflictos internos han estado a la orden del día en prácticamente toda la existencia del partido morado. Menos, cuando la corriente ascendente ofrecía las mejores perspectivas electorales, y más, una vez que la burbuja se ha ido pinchando y las miserias internas han salido al exterior, mostrando una organización que, en afortunadas palabras de un amigo poco sospechoso de estar en contra de ella, cada día se iba pareciendo más a "las doce tribus de Israel".

El reciente portazo de Iñigo Errejón, número dos y colaborador insustituible de Iglesias durante mucho tiempo, ha puesto sobre la mesa el que probablemente es el peor momento de la formación política desde sus orígenes. Quizá esa fotografía repetida en todos los medios de comunicación con "los cinco de Vistalegre", la verdadera dirección que puso en marcha y orientó férreamente el futuro de Podemos, sea el documento más expresivo de esta historia. Ya sólo queda uno. Los otros cuatro han sido "laminados" o se han ido desilusionados frente a la inmensa figura del "Gran Timonel".