Mientras este país avanza a toda velocidad hacia un proceso electoral que engloba nada menos que tres consultas diferentes, correspondientes a otros tantos ámbitos, el día a día se encarga de recordarnos que conservamos enquistado un problema que, hasta la fecha, ninguno de los gobiernos del Estado ha sabido afrontar con decisión y una idea clara de cuál es el camino a recorrer para llegar a una meta. Me refiero al "problema catalán", que permanece sin solución en la vida política española que a todos nos afecta, aunque da la sensación de que se ha instalado en un punto de no retorno para el que nadie osa aventurar un final, sea en el sentido que sea.
Si la dificultad estaba en que los gobiernos del Partido Popular de Mariano Rajoy no habían sabido en momento alguno encontrar el camino del "diálogo" al que todos se apuntaban sin ofrecer unas normas claras para esa mesa de juego, la impresión es que los designios del actual Ejecutivo socialista no han hecho avanzar "el proceso" absolutamente en nada. Las "nuevas" propuestas de Pedro Sánchez, con su disposición a rebajar la tensión aun a costa de ceder más allá de lo que para muchos sería razonable, solamente han merecido los desplantes de un grupo de impresentables capitaneados desde el "exilio" por un iluminado que en sus delirios (como le ocurriera al actor Bela Lugosi y su personaje de Drácula) se autoproclamó el nuevo Lluis Companys, perseguido por el fascismo centralista, y representados en territorio nacional por un títere encerrado en su personaje de líder independentista incapaz de razonar más allá de un escueto serial de lugares comunes.
Ahora, Cataluña va a afrontar su parte alícuota de la cita electoral de mayo (fundamentalmente las municipales y la parte que le corresponde de las europeas) sin una posición clara sobre cuál puede ser el futuro inmediato de su territorio. En una vuelta de tuerca más, el ex president Puigdemont, envuelto en el manto del soberanismo, ha puesto en marcha una plataforma (otra más) con el objetivo de agrupar bajo su paraguas a todo el independentismo catalán. Se trata de una iniciativa que no ha merecido tan siquiera el apoyo de su propio partido, el PEdeCAT, ese grupo transformista que hace tan sólo cuatro años era Convergencia Democrática de Cataluña, un partido perteneciente a la órbita de la democracia cristiana europea, con demasiada basura a sus espaldas fruto de tantos años de gobierno de Jordi Pujol y su extensa familia. Quién se lo iba a decir al "honorable".
Quizá el hecho más significativo del momento actual haya sido el portazo de Esquerra Republicana de Catalunya a las fantasías del "exiliado" de Bruselas. Sus dirigentes, los que están en la cárcel y los que no, ya se han cansado de apoyar a un orate que ha fracasado reiteradamente en su intención de conducir a los nuevos creyentes por el tránsito de su religión transformadora.
Probablemente los catalanes partidarios de la república y de la independencia vayan dándose cuenta de que puestos a escoger más vale el original que una mala copia. Yo, al menos, si fuera catalán, republicano e independentista no tendría duda alguna.
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