Desilusión es seguramente el sentimiento que embarga en estos momentos a los millones de votantes que, desde su aparición en la escena política, han apoyado con su sufragio a Podemos.
En realidad, no ha pasado tanto tiempo desde que aquel movimiento popular surgido de las movilizaciones del 15 de mayo de 2011 fuera evolucionando hacia las estructuras de un partido político que solamente se configuró algo menos de tres años después. De por medio, la ilusión de dar a luz a una alternativa política y social de la izquierda orientada a acabar con el acomodaticio devenir de los partidos tradicionales (la "casta", en la terminología acuñada por los ideólogos del partido morado) hizo que un grupo de profesores universitarios dirigidos por Pablo Iglesias e Iñigo Errejón aglutinaran el descontento generalizado generado por el bipartidismo y sus adláteres.
No recuerdo haber visto en las fotografías de la Puerta del Sol madrileña ni el la plaza de Cataluña barcelonesa a ninguno de los dos, como tampoco a los que se fueron uniendo poco a poco al núcleo duro que configuró la dirección del partido en ciernes. Lo cierto es que esta élite político-universitaria aprovechó que la ola pasaba por delante para subirse en ella y capitanear el viaje enfocado al "asalto al cielo".
La historia de entonces acá no vamos a pormenorizarla aquí. Ascenso y caída, fruto de tantos y tantos personalismos, de tanto ego desenfrenado, de tanta inconsecuencia con los principios fundacionales escritos a fuego en el útero materno de Vistalegre.
Apenas cinco años después, con buenos, cuando no excelentes, resultados electorales, la deriva de Podemos se fue orientando hacia estructuras que recordaban bastante a aquellas contra las que se supone que nacieron.
Por otra parte, la propia gestación de Podemos fue poniendo de manifiesto las dificultades de las distintas "sensibilidades" que iba integrando. Un comentario publicado en este mismo blog hace ya algunos años ha sido precisamente el que me ha animado nuevamente (después de mucho tiempo) a sentarme ante el teclado y redactar estas líneas. Podemos nunca ha sido un partido, sino un conglomerado en el que lo mismo aparecen las "confluencias" regionales que, algo más tarde, Izquierda Unida, pasando por movimientos sociales de todo tipo. Dar forma a este batiburrillo era una labor demasiado prolija incluso para aquellos "jóvenes revolucionarios" que se involucraron a hacerlo.
Los conflictos internos han estado a la orden del día en prácticamente toda la existencia del partido morado. Menos, cuando la corriente ascendente ofrecía las mejores perspectivas electorales, y más, una vez que la burbuja se ha ido pinchando y las miserias internas han salido al exterior, mostrando una organización que, en afortunadas palabras de un amigo poco sospechoso de estar en contra de ella, cada día se iba pareciendo más a "las doce tribus de Israel".
El reciente portazo de Iñigo Errejón, número dos y colaborador insustituible de Iglesias durante mucho tiempo, ha puesto sobre la mesa el que probablemente es el peor momento de la formación política desde sus orígenes. Quizá esa fotografía repetida en todos los medios de comunicación con "los cinco de Vistalegre", la verdadera dirección que puso en marcha y orientó férreamente el futuro de Podemos, sea el documento más expresivo de esta historia. Ya sólo queda uno. Los otros cuatro han sido "laminados" o se han ido desilusionados frente a la inmensa figura del "Gran Timonel".
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