De un tiempo a esta parte, no hay reunión, encuentro casual o celebración con otras dos o más personas en las que no surja, inevitablemente, la misma pregunta: ¿Y tú que crees que va a pasar el año próximo? Naturalmente, la cuestión no se relaciona con el ámbito laboral, ni con el Campeonato de Liga, ni mucho menos con el Festival de Eurovisión. Tampoco con la evolución del empleo o la recuperación económica. No. El interés surge en el noventa y nueve por ciento de los casos por la condición electoral del 2015 y, si apuramos un poco más, por la situación que en las renovadas instituciones pudiera tener la emergente Podemos. Y como no dispongo de una bola de cristal, ni sé echar las cartas, ni la naturaleza me ha distinguido con las dotes del adivino, me limito a encogerme de hombros y recurrir a mi creencia de que el escenario institucional se va a asemejar bastante a una ecuación en la que un diablo burlón ha introducido alguna incógnita de más.
El tema da para horas de conversación. Las evidencias es innecesario reseñarlas: el descrédito de los dos partidos hasta ahora mayoritarios, el estancamiento de aquellos que han servido, en algunos casos, de soporte a los primeros, incluso de bisagra, o la entrada arrolladora del nuevo partido que controla Pablo Iglesias. De todo ello se colige que los nuevos ayuntamientos y cámaras autonómicas van a experimentar una polarización que invita, sin miedo a ser considerado atrevido, que las alianzas se antojan más complicadas que nunca. Se acabó aquello de posibles mayorías absolutas, o de otras relativas sustentadas por un partido más fuerte y otro 'pequeño' dispuesto a prestar su apoyo para consolidar gobiernos 'estables'. Incluso, avanzando un paso más en las previsiones, podría aventurarse que ni dos fuerzas políticas juntas podrían llegar a sumar el número suficiente de escaños para basamentar una gestión sin zozobras manifiestas.
Otros más osados se atreven ya a jugar con los números que arrojan unas encuestas excesivamente distanciadas en el tiempo de la cita con las urnas. Muchos de ellos parecen ignorar dos grandes realidades. Una, la visceralidad de una ciudadanía cabreada que afronta cada mañana un nuevo caso de desvergüenza en la clase política más instalada y que busca una alternativa radical, sin paños calientes, a la que dar su apoyo para acabar con tanta corrupción. La otra, que, aunque todavía relativamente joven, la democracia española ya está lo suficientemente asentada como para que los viejos conceptos de izquierda y derecha sean fácilmente intercambiables. En el trasfondo de ambos supuestos está el crecimiento en la intención de voto de Podemos.
En los frecuentes análisis que leemos a diario, tal parece que la nueva formación está recogiendo el apoyo de votantes del PP y del PSOE, sin olvidar el de IU, e incluso el de UPyD. ¿Puede un asiduo votante de la derecha retirar su apoyo al PP de Rajoy para cambiar su voto a la nueva formación de Iglesias? Yo creo que no. Porque al final, la tarta institucional tiene siempre las mismas porciones y el que decanta su gusto por la parte de los frutos cítricos parece difícil que la abandone para probar el dulce chocolate.
También es fácil que, aunque no nos creamos los mensajes optimistas del actual Ejecutivo de la nación, los meses que restan para los comicios puedan ir arrojando un panorama económico más esperanzador; y me refiero a impresiones reales, no a la propaganda partidista con la que más que probablemente seremos bombardeados. La mejora del clima en la economía real puede ser un bálsamo capaz de suavizar las heridas de todos estos años de crisis salvaje y situaría el nivel de cabreo que inclina la actual intención de voto en posiciones más conservadoras. Sobre todo si cala ese mensaje reiterado de que los nuevos traen consigo el caos.
Y si al primer combate de las citas electorales me estoy refiriendo -las legislativas del próximo otoño serán ya otro capítulo- no podemos dejar de reseñar la incertidumbre sobre la presencia real de la marca Podemos en las municipales, donde hasta la fecha no se nos puede asegurar ni en cuántos ni en cuáles ayuntamientos el líder la nueva formación está dispuesto a apoyar candidaturas.
Lo dicho, se trata de una ecuación con demasiadas incógnitas, incluso para los que se dicen expertos.
sábado, 27 de diciembre de 2014
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Pocas obreras y muchos zánganos
Una de los múltiples argumentos que acompañan al rechazo que los ciudadanos hacen de su clase política es la diferencia entre los objetivos formales que los aspirantes a integrar esta última plantean en sus promesas y programas y su verdadera actividad cuando alcanzan el estatus buscado.
"No nos representan" es el eslogan que han hecho suyo millones de españoles de unos años para acá, una consigna abonada por el desentendimiento de los cargos institucionales de las bases sobre las que han apoyado su ascenso. En dicha frase se concentra muy especialmente la materia prima que ha servido de caldo de cultivo para el alumbramiento y posterior crecimiento de alguna nueva opción que está en la boca de todos.
Constatado este escenario, el principal problema es que los afectados no parecen darse por aludidos y, mientras adornan sus discursos con propósitos de cambio, cuando no de contrición, cuando parlotean a propósito de su convencimiento de que algunas cosas las han hecho mal, pese a todo ello -digo- mantinen su hoja de ruta sin alteraciones, siempre orientada a satisfacer intereses de partido o propios.
Aquí, en Asturias, la junta de portavoces del Parlamento regional ha decidido suspender las sesiones ordinarias hasta febrero con el argumento de que uno de los grupos políticos que la integran, en este caso el socialista, tiene compromisos de partido en Madrid que 'obligan' a algunos de sus representantes institucionales a ausentarse esta semana del territorio patrio para ir a rendir pleitesía a sus jóvenes deidades (aunque supongo que si les preguntamos a ellos dirán que van a la capital nada más y nada menos que "a arreglar el país", como a nivel de calle se decía hace muchos años).
No es de recibo a estas alturas que tan 'imporantes obligaciones' partidistas descuiden los verdaderos intereses asturianos, supuestamente representados a su máximo nivel en la Junta General del Principado. Tal es algo que deberían tener muy presente tantos cargos políticos e institucionales antes de salir pitando al 'corral' madrileño. Pero no escarmientan.
Hace no tantos meses se planteó un gran debate público sobre las asignaciones de los parlamentarios de nuestro territorio, alguna de ellas de difícil encaje ético en los tiempos que corren. Entonces, sus señorías se las apañaron para mantener el monto total de sus emolumentos mediante la aplicación de un a modo de ingeniería numérica que, como en el juego de los triles, movía cantidades de una partida a otra de manera que siempre estaban donde el que los maneja pretende para defender sus intereses.
Los debates pasan y la ciudadanía tiene efímera memoria, deben haber reflexionado para sí.
Ahora ya, un grupo parlamentario (podría haber sido cualquier otro) ha decidido suspender su actividad institucional, aquella por la que perciben un generoso 'salario' para orientar sus prioridades hacia la disciplina de la organización en la que militan, aquella misma -todo hay que decirlo- que incorpora o desecha su nombre de las listas bloquedas y cerradas que luego ofrecen al elector. Con la inestimable ayuda de otros colegas de distinto signo, claro está.
Y mientras algunos grupos de la oposición, con dudosa credibilidad, ponen su grito en el cielo, otros -los suficientes- acceden a la solicitud del mayoritario. Y lo hacen apelando a una soberana tontería que se ha convertido en moneda de cambio habitual. Me refiero a la llamada "cortesía parlamentaria", auténtico eufemismo que encubre el más vulgar "hoy por ti y mañana por mi", bajo el que se refugia un tácito acuerdo de que lo que ahora pretenden unos son prácticas comunes en la mayor parte de la vida política.
En la vida institucional española -en la asturiana también- los escenarios de representación se asemejan a las grandes colmenas de las abejas. Solamente que el equilibrio que la naturaleza introdujo en tales se rompe aquí con la disminución de las obreras y el crecimiento desordenado de los zánganos.
"No nos representan" es el eslogan que han hecho suyo millones de españoles de unos años para acá, una consigna abonada por el desentendimiento de los cargos institucionales de las bases sobre las que han apoyado su ascenso. En dicha frase se concentra muy especialmente la materia prima que ha servido de caldo de cultivo para el alumbramiento y posterior crecimiento de alguna nueva opción que está en la boca de todos.
Constatado este escenario, el principal problema es que los afectados no parecen darse por aludidos y, mientras adornan sus discursos con propósitos de cambio, cuando no de contrición, cuando parlotean a propósito de su convencimiento de que algunas cosas las han hecho mal, pese a todo ello -digo- mantinen su hoja de ruta sin alteraciones, siempre orientada a satisfacer intereses de partido o propios.
Aquí, en Asturias, la junta de portavoces del Parlamento regional ha decidido suspender las sesiones ordinarias hasta febrero con el argumento de que uno de los grupos políticos que la integran, en este caso el socialista, tiene compromisos de partido en Madrid que 'obligan' a algunos de sus representantes institucionales a ausentarse esta semana del territorio patrio para ir a rendir pleitesía a sus jóvenes deidades (aunque supongo que si les preguntamos a ellos dirán que van a la capital nada más y nada menos que "a arreglar el país", como a nivel de calle se decía hace muchos años).
No es de recibo a estas alturas que tan 'imporantes obligaciones' partidistas descuiden los verdaderos intereses asturianos, supuestamente representados a su máximo nivel en la Junta General del Principado. Tal es algo que deberían tener muy presente tantos cargos políticos e institucionales antes de salir pitando al 'corral' madrileño. Pero no escarmientan.
Hace no tantos meses se planteó un gran debate público sobre las asignaciones de los parlamentarios de nuestro territorio, alguna de ellas de difícil encaje ético en los tiempos que corren. Entonces, sus señorías se las apañaron para mantener el monto total de sus emolumentos mediante la aplicación de un a modo de ingeniería numérica que, como en el juego de los triles, movía cantidades de una partida a otra de manera que siempre estaban donde el que los maneja pretende para defender sus intereses.
Los debates pasan y la ciudadanía tiene efímera memoria, deben haber reflexionado para sí.
Ahora ya, un grupo parlamentario (podría haber sido cualquier otro) ha decidido suspender su actividad institucional, aquella por la que perciben un generoso 'salario' para orientar sus prioridades hacia la disciplina de la organización en la que militan, aquella misma -todo hay que decirlo- que incorpora o desecha su nombre de las listas bloquedas y cerradas que luego ofrecen al elector. Con la inestimable ayuda de otros colegas de distinto signo, claro está.
Y mientras algunos grupos de la oposición, con dudosa credibilidad, ponen su grito en el cielo, otros -los suficientes- acceden a la solicitud del mayoritario. Y lo hacen apelando a una soberana tontería que se ha convertido en moneda de cambio habitual. Me refiero a la llamada "cortesía parlamentaria", auténtico eufemismo que encubre el más vulgar "hoy por ti y mañana por mi", bajo el que se refugia un tácito acuerdo de que lo que ahora pretenden unos son prácticas comunes en la mayor parte de la vida política.
En la vida institucional española -en la asturiana también- los escenarios de representación se asemejan a las grandes colmenas de las abejas. Solamente que el equilibrio que la naturaleza introdujo en tales se rompe aquí con la disminución de las obreras y el crecimiento desordenado de los zánganos.
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