sábado, 27 de diciembre de 2014

Una ecuación con muchas incógnitas

De un tiempo a esta parte, no hay reunión, encuentro casual o celebración con otras dos o más personas en las que no surja, inevitablemente, la misma pregunta: ¿Y tú que crees que va a pasar el año próximo? Naturalmente, la cuestión no se relaciona con el ámbito laboral, ni con el Campeonato de Liga, ni mucho menos con el Festival de Eurovisión. Tampoco con la evolución del empleo o la recuperación económica. No. El interés surge en el noventa y nueve por ciento de los casos por la condición electoral del 2015 y, si apuramos un poco más, por la situación que en las renovadas instituciones pudiera tener la emergente Podemos. Y como no dispongo de una bola de cristal, ni sé echar las cartas, ni la naturaleza me ha distinguido con las dotes del adivino, me limito a encogerme de hombros y recurrir a mi creencia de que el escenario institucional se va a asemejar bastante a una ecuación en la que un diablo burlón ha introducido alguna incógnita de más.

El tema da para horas de conversación. Las evidencias es innecesario reseñarlas: el descrédito de los dos partidos hasta ahora mayoritarios, el estancamiento de aquellos que han servido, en algunos casos, de soporte a los primeros, incluso de bisagra, o la entrada arrolladora del nuevo partido que controla Pablo Iglesias. De todo ello se colige que los nuevos ayuntamientos y cámaras autonómicas van a experimentar una polarización que invita, sin miedo a ser considerado atrevido, que las alianzas se antojan más complicadas que nunca. Se acabó aquello de posibles mayorías absolutas, o de otras relativas sustentadas por un partido más fuerte y otro 'pequeño' dispuesto a prestar su apoyo para consolidar gobiernos 'estables'. Incluso, avanzando un paso más en las previsiones, podría aventurarse que ni dos fuerzas políticas juntas podrían llegar a sumar el número suficiente de escaños para basamentar una gestión sin zozobras manifiestas.

Otros más osados se atreven ya a jugar con los números que arrojan unas encuestas excesivamente distanciadas en el tiempo de la cita con las urnas. Muchos de ellos parecen ignorar dos grandes realidades. Una, la visceralidad de una ciudadanía cabreada que afronta cada mañana un nuevo caso de desvergüenza en la clase política más instalada y que busca una alternativa radical, sin paños calientes, a la que dar su apoyo para acabar con tanta corrupción. La otra, que, aunque todavía relativamente joven, la democracia española ya está lo suficientemente asentada como para que los viejos conceptos de izquierda y derecha sean fácilmente intercambiables. En el trasfondo de ambos supuestos está el crecimiento en la intención de voto de Podemos.

En los frecuentes análisis que leemos a diario, tal parece que la nueva formación está recogiendo el apoyo de votantes del PP y del PSOE, sin olvidar el de IU, e incluso el de UPyD. ¿Puede un asiduo votante de la derecha retirar su apoyo al PP de Rajoy para cambiar su voto a la nueva formación de Iglesias?  Yo creo que no. Porque al final, la tarta institucional tiene siempre las mismas porciones y el que decanta su gusto por la parte de los frutos cítricos parece difícil que la abandone para probar el dulce chocolate.

También es fácil que, aunque no nos creamos los mensajes optimistas del actual Ejecutivo de la nación, los meses que restan para los comicios puedan ir arrojando un panorama económico más esperanzador; y me refiero a impresiones reales, no a la propaganda partidista con la que más que probablemente seremos bombardeados. La mejora del clima en la economía real puede ser un bálsamo capaz de suavizar las heridas de todos estos años de crisis salvaje y situaría el nivel de cabreo que inclina la actual intención de voto en posiciones más conservadoras. Sobre todo si cala ese mensaje reiterado de que los nuevos traen consigo el caos.

Y si al primer combate de las citas electorales me estoy refiriendo -las legislativas del próximo otoño serán ya otro capítulo- no podemos dejar de reseñar la incertidumbre sobre la presencia real de la marca Podemos en las municipales, donde hasta la fecha no se nos puede asegurar ni en cuántos ni en cuáles ayuntamientos el líder la nueva formación está dispuesto a apoyar candidaturas.

Lo dicho, se trata de una ecuación con demasiadas incógnitas, incluso para los que se dicen expertos.

1 comentario:

  1. De acuerdo, en gran medida, con tu comentario, Marcelino.

    A mí me parece que en las elecciones más próximas -locales y autonómicas- es en las que mayores vuelcos electorales se pueden producir; que en algunos casos podrían ser calificados hasta de espectaculares.

    Las legislativas son otro tema, donde influyen factores diversos: la lejanía de la convocatoria; la (corta) experiencia en relación con las consecuencias de los resultados locales y autonómicos; y esa conocida inercia tan reaccionaria y temerosa de los cambios. El primero -la lejanía- y el tercero -la inercia- podrían jugar en favor del mantenimiento del bipartidismo, que, aunque negado a día de hoy por sus dos protagonistas, pudiera llegar a resultar obligado para asegurar la subsistencia de ambos. El segundo de los factores, la experiencia en la gestión de determinados ayuntamientos y autonomías relevantes, podría influir tanto a favor como en contra en función de los hipotéticos cambios introducidos en la misma.

    Las numerosas variables dificultan extraordinariamente el pronóstico; máxime considerando los comportamientos precedentes de millones de cabecitas supuestamente pensantes.

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