sábado, 24 de junio de 2017

El chivo expiatorio

Si alguno, en algún momento, se había convencido de que el reciente congreso federal del Partido Socialista Obrero Español había marcado el inicio de la salida de la crisis en la que la organización ha estado sumida estos últimos años, el tiempo y los hechos se han venido encargando de desengañarle. No ha hecho falta que pasaran más que algunas semanas para que las intenciones de la nueva mayoría se manifestaran a las claras con el repuesto secretario general y su guardia de corps dispuestos a pasar facturas de los convulsos momentos que dieron con el primero fuera del sillón de mando.
Y no es que quien se alzó con una victoria incuestionable en la cita congresual no esté legitimado para tomar las decisiones más relevantes y rodearse para ello de los más afines (hago un paréntesis para expresar mi convencimiento de que las habituales componendas de porcentajes en los órganos de dirección de cualquier grupo político no me parecen operativas desde el punto de vista de la dirección de esas organizaciones). Ha sido más bien en las segundas lecturas y en específicos comportamientos en donde traslucieron los objetivos de venganza por los acontecimientos de aquel célebre comité federal, con sus antecedentes y consecuentes más próximos. Las manifestaciones públicas -que aún siguen- de unos y de otros apelando a la "unidad" no han logrado enmascarar el convencimiento de que las aguas internas mantienen la misma turbulencia que en la citada fecha histórica.
Un ejemplo de lo antedicho lo estamos viviendo en Asturias. Aquí, el secretario general de los socialistas tiene que convivir con su imagen de mandatario de la comisión gestora que dirigió el timón nacional durante los últimos meses y, por ende, con la "lacra" de ser quien permitió gobernar a Mariano Rajoy y "desmontar" las pretensiones de Pedro Sánchez de "radicalizar" el partido, sin citar su apoyo expreso a la perdedora Susana Díaz en el cónclave de hace solamente unos días.
Los argumentos que se han facilitado para justificar una doble crisis de gobierno en pocas semanas son los recurridos y, como tales, difíciles de creer. Si bien las salidas de Pachi Blanco, antes, y de Belén Fernández, ahora, no podrían identificarse con su adscripción "sanchista", tampoco se puede negar que el nuevo panorama interno del PSOE tiene mucho que ver en las obligadas remodelaciones del Ejecutivo de una región que se ha caracterizado, precisamente, por todo lo contrario en su reciente historia autonómica.
Javier Fernández, con dos años por delante de mandato si no ocurre un cataclismo, es un valor amortizado entre los suyos; es más, yo diría que devaluado hasta límites próximos al "bono basura". Salvo los incondicionales de siempre, cada vez son más los que buscan que no se les relacione con él: es un "apestado" y es más que probable que vaya a ser el quemado que pagará los platos rotos de la etapa gestorial de la organización.
Para quienes hayan tenido la debilidad de seguir esta tribuna en los momentos en los que tenía mucha más actividad que en los actuales no será ningún secreto que el presidente asturiano no es santo de mi devoción. Ello no es óbice para entender que, si su destino es el de ser el chivo expiatorio de los nuevos aires que soplan en el interior del partido, sus compañeros no estarían siendo justos con una persona que, aunque su gestión como mandatario autonómico, a sus paisanos nos ofrezca serias dudas, ha prestado un notable servicio, aunque temporal, a una organización que durante estas últimas etapas ha estado trastabillando como un boxeador sonado entre idas y venidas erráticas, sin orientación política, ideológica, económica y social. Y lo peor es que nada hace confiar en que ese desconcierto haya terminado.

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