Parece evidente que sobre los asturianos ha caído una maldición con la clase política que nos ha tocado. Si durante más de una década hemos visto repetirse una convocatoria tras otra las mismas caras en los mismos lugares, en un reparto de roles que parecía haberse eternizado cual si de un montaje teatral de éxito se tratara, el cambio del mapa político experimentado en mayo pasado podría hacer pensar que nuestras penurias institucionales estaban en fase de corrección y un atisbo de esperanza aparecía en el horizonte.
Sin embargo, aunque con distintos actores y diferente guión principal, el futuro se nos sigue presentando oscuro y las perspectivas de una normalidad dentro de las lindes democráticas vuelve a revelarse utópica.
No puede interpretarse de otra forma el hecho de que, tras casi seis meses, la paralización de la actividad política en el Principado siga mostrándose como un fatal sino a los asturianos. Y no se debe, no, de las dificultades de una interminable situación de crisis económica, que también, sino a unos partidos y a sus dirigentes que, cada uno por su lado, mantienen una guerra de personalismos insoportable en la que el único resultado práctico para la ciudadanía es un vacío absoluto que se adorna malamente con múltiples declaraciones de todas las partes "en conflicto".
No es de recibo que, después de los necesarios asentamientos de gobierno y oposición, desde las trincheras de uno y otra se sigan arrojando toda clase de materiales abrasivos por ver "quien la tiene más grande" en su egocéntrica batalla de autoafirmación. Ni siquiera los resultados nacionales del pasado domingo, que han dado entrada a una inusual cortesía de los dos grandes partidos, del que se va y del que llega, han servido para modificar las ansias de morder de estos gallos de pelea que nos han salido cual sarpullido institucional. Esos resultados deberían haber servido -muchos lo llegamos a creer- para replantear esa guerra sin cuartel de protagonismos y llevar las aguas al cauce de una sosegada actividad política en la que se imponga la razón de la confluencia de objetivos para el objetivo de sacar esto adelante.
Pero no es así. En unas pocas horas, tras la efímera bandera blanca de una vuelta a los orígenes que nunca se debieron abandonar, los gallos han vuelto a mostrar sus espolones y la amenaza de la paralisis de los últimos meses vuelve a planear de forma contundente sobre Asturias. Unos y otros se arrojan a la cara sus miserias en una especie de rencilla infantil presidida por el "y tú más". Ni unos deberían abonarse a una arrogancia que las urnas han descalificado ni los otros creerse que los aceptables resultados del 20-N son propios. Ni lo uno ni lo otro. Y si no se dan cuenta deberían ser los asturianos los que se lo recordasen. La jornada electoral del domingo ya pasó y ahora volvemos a la normalidad, a lo de casa. Y aquí sigue habiendo una asignatura pendiente que, por el momento, ninguno de los protagonistas quiere reconocer.
He eludido intencionadamente poner en este comentario nombres y apellidos, pero seguro que no hace falta ir a estudiar a Salamanca para situar correctamente a los aludidos. O al menos eso espero.
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