Llevo unos cuantos años robándole horas al sueño por estas fechas para ser testigo en directo de la ceremonia de la entrega de los más famosos premios cinematográficos del mundo, los Oscar. Es cierto que, para los que tenemos un concepto un tanto heterodoxo del mal llamado Séptimo Arte (lo de "entendidos" siempre me ha producido un fuerte rechazo), seguir la cita anual con el oropel y el glamour es, a pesar de todo, casi de obligado cumplimiento, aunque en los últimas ediciones bien parece que las caras de los famosos, sus vestimentas y el más absoluto vacío apenas pueden compensar el competitivo interés que tiene -al margen de su valor artístico- la lucha de dos o tres películas nominadas en numerosos apartados para ver cuál es la ganadora de la ocasión.
Decía que en los últimos años, los responsables de la ceremonia han ido bajando el nivel de la imaginación hasta extremos ya preocupantes. Si hace unos años me hubieran dicho que iba a acordarme de cómicos de tan dudosa gracia como Bob Hope, Leslie Nielsen o Billy Crystal me hubiera reído a la cara de quien hiciera tal afirmación. Pero ahora todo el mundo quiere parecer moderno y la Academia, para no ser menos, viene tanteando año a año nuevos presentadores que puedan ser el hilo conductor que dé coherencia la ceremonia y 'enganche' al público.
¿A quién se le habrá ocurrido en esta última edición elegir a dos de los 'sositos' más representativos en estos momentos del cine norteamericano? Porque fueron Anne Hathaway y James Franco lo primero que chirrió esta madrugada, sin apenas chispa, incluso cuando la joven aspirante a 'clon' de Judy Garland intento animar el cotarro con algún movimiento y las estrofas de una canción. Pero, si los anfitriones resaltaron por su nadería, también es cierto que los actores, alguna licencia aparte, se atienen a un guión y ni algunos de los más reconocidos hubieran podido con el libreto de esta edición. Falta de ritmo, deshilachada, con prisas unas veces y morosa en otras, en fin, un desastre que deja en evidencia la falta de ideas de Hollywood, algo que podemos apreciar semanalmente en nuestras carteleras, honrosas excepciones aparte.
Creo que no recuerdo una gala de los Oscar tan aburrida como la de la última madrugada. Solamente al final, cuando se despejó la incógnita (cuidadosamente guardada, no se sabe si intencionadamente o por casualidad) sobre el duelo entre "La red social" y "El discurso del rey" pareció dejarnos un último sabor dulce en la boca ante el reconocimiento a la segunda de ellas (sin menospreciar, ni mucho menos a la otra). Cuando todo parecía que este año no era el de una triunfadora con un montón de estatuillas y sí el del reparto, la asignación de los premios 'gordos' al filme de Tom Hooper, hizo saltar la 'sorpresa' convirtiéndola en la ganadora indiscutible, aunque fuera sólo con cuatro galardones, eso sí todos ellos principales.
Quede constancia la sorpresa de que, en un año de bastante diversificación, cintas con un buen número de nominaciones como "Valor de ley" o "127 horas" se hayan ido de vacío, o que "Cisne negro" se haya tenido que conformar con el cantado premio a la mejor actriz de reparto para Natalie Portman.
Por lo demás, volver a reseñar la sosería de la mayor parte de la gala, teniendo que ser un 'agónico' Kirk Douglas el que puso con su intervención entrecortada un poco de calor a la cita. Ni siquiera el recuerdo a los profesionales del cine fallecidos en el últimos año despertó la euforia de los cientos de afortunados que llebanan el Kodak Theatre. Y para colmo, cuando este año se decidieron a llevar al escenario a los los veteranos, entre ellos Ford Coppola o Eli Wallach (A Godard lo citaron, pero ya había rechazado el reconocimiento), cuyos galardones honoríficos se entregan con anterioridad en una cena en días anteriores, cortaron cualquier opción de intervenir y de poner otra minúscula estrella en el apagado firmamento de la madrugada hollywoodense.
En fin, que o los responsables de la Academia se ponen las pilas para otro año y recuperan la imaginación perdida o mucho me temo que ni el fragor de la lucha entre los favoritos para buscar siempre un ganador absoluto va a ser capaz de mantenernos en pie hasta las seis de la mañana.
lunes, 28 de febrero de 2011
domingo, 20 de febrero de 2011
Promesas rotas
El presidente Zapatero volvió ayer a Asturias y, aunque en esta ocasión bajo de la montaña al valle, fue para recuperar su condición de Rey Mago fuera de temporada y exponer de nuevo unas promesas a las que nos tiene acostumbrado (oirlas, que no verlas cumplidas). Todo empezó en 2003, cuando en Rodiezmo se comprometió ante miles de personas (asturianos mayoritariamente) a suprimir el peaje de la autopista del Huerna. Entonces las cosas no pintaban bien para los socialistas en la cita electoral del año siguiente y la promesa se fue al traste cuando el PSOE ganó las legislativas. De ahí en adelante todos conocemos la historia: el cobro por el uso de la infraestructura mereció una ligera rebaja para un sector del transporte y nada para el resto de los conductores; es más, ahora los usuarios no sólo no pasamos gratis por esos bellos paisajes, sino que pagamos más que antes por aquello de que el IPC sube y es un referente para todo lo que sea sacar el dinero del bolsillo del ciudadano, aunque no sirva luego para que se refleje de forma similar en los salarios.
Desde entonces acá han sido miles los argumentos utilizados por el propio Zapatero, su Gobierno y su partido para enmascarar una promesa rota, aunque casi siempre convergían en que la culpa era de Cascos (¿cómo no?), a pesar de que la prolongación de la concesión a la empresa que gestiona la autopista ya estaba legalizada cuando el entonces dirigente del PP era ministro de Fomento. El caso es que, aunque de vez en cuando algún alto cargo socialista se permite recordar que la promesa está ahí y no han renunciado a ella, han pasado siete años y los sucesivos titulares de la cartera ministerial correspondiente no han hecho prácticamente nada.
En la campaña electoral de 2008 las infraestructuras volvieron a ser protagonistas y los compromisos con distintas obras se repitieron, algunos con fechas y todo. Los tres años transcurridos han demostrado que, si bien los trabajos avanzan, lo hacen muy lentamente cuando no de forma intermitente y con largas paralizaciones de algunos tramos; incluso, se 'duermen' y pasan a un estado cataléptico.
Por eso sorprende ahora que el presidente del Gobierno, que ha considerado oportuno (¿por qué será?) apoyar con su presencia a los candidatos asturianos al Principado y a los principales ayuntamientos, vuelve a meterse en un barrizal similar al de aquel lejano discurso en las campas leonesas y "promete" cumplir los plazos del AVE y un "mayor esfuerzo" en los tramos pendientes de la autovía del Cantábrico. Lo que más sorprende es que Zapatero desmienta con estos compromisos a sus principales colaboradores en el Gobierno de la nación que, como ya he referido en múltiples ocasiones, aprovechan cada visita a esta tierra para alargar los plazos de parte o del todo de esa dos infraestructuras básicas para Asturias. Prácticamente nunca uno de esos plazos sirve unos meses después y así los compromisos se van alargando hasta dios sabe cuándo.
Quizá nuestra incredulidad se vea paliada al leer la letra pequeña del 'contrato' que el presidente del Gobierno ofrece a los asturianos a cambio de su voto. Esa letra pequeña, que viene por el medio del discurso de ayer es un importantísimo "cuanto antes" para no concretar en plazos temporales su compromiso electoral. ¿Será el mismo "cuanto antes" del peaje del Huerna? ¿Será simplemente un 'gancho' de alguien que tiene decidido que él no va a estar al frente de la candidatura socialista del año que viene y, por lo tanto, 'que las cuentas, luego, se las pidan al maestro armero?
Los antecedentes nos dicen que el Gobierno socialista no es de fiar en lo que a promesas electorales se refiere (quizás otros tampoco) y, por ende, su presidente menos que nadie. En Asturias ya estamos hartos de promesas rotas y de ver como se va completando el mapa nacional de las infraestructuras terrestres y ferroviarias a una velocidad de crucero muy superior a la nuestra. Era menos doloroso cuando sus primeros reclamos electorales eran conceptos (el Estado del Bienestar, el pleno empleo) y no las obras que, como dice el refrán, "son razones".
Al presidente Zapatero y a sus correligionarios les pediría que dejen de tomar el pelo a los asturianos y prometer lo que no tienen intención o no pueden cumplir en cosas tan serias. De compromisos no cumplidos en la materia creo que ya hemos rebasado con creces la dosis máxima de purgas aceptable por nuestros estómagos y ya no creemos en la 'medicina milagro' que nos ofrece el presidente del Gobierno, una medicina que más bien nos recuerda a aquellos frascos curalotodo que los charlatanes de feria iban voceando por las ferias hace muchos años.
Desde entonces acá han sido miles los argumentos utilizados por el propio Zapatero, su Gobierno y su partido para enmascarar una promesa rota, aunque casi siempre convergían en que la culpa era de Cascos (¿cómo no?), a pesar de que la prolongación de la concesión a la empresa que gestiona la autopista ya estaba legalizada cuando el entonces dirigente del PP era ministro de Fomento. El caso es que, aunque de vez en cuando algún alto cargo socialista se permite recordar que la promesa está ahí y no han renunciado a ella, han pasado siete años y los sucesivos titulares de la cartera ministerial correspondiente no han hecho prácticamente nada.
En la campaña electoral de 2008 las infraestructuras volvieron a ser protagonistas y los compromisos con distintas obras se repitieron, algunos con fechas y todo. Los tres años transcurridos han demostrado que, si bien los trabajos avanzan, lo hacen muy lentamente cuando no de forma intermitente y con largas paralizaciones de algunos tramos; incluso, se 'duermen' y pasan a un estado cataléptico.
Por eso sorprende ahora que el presidente del Gobierno, que ha considerado oportuno (¿por qué será?) apoyar con su presencia a los candidatos asturianos al Principado y a los principales ayuntamientos, vuelve a meterse en un barrizal similar al de aquel lejano discurso en las campas leonesas y "promete" cumplir los plazos del AVE y un "mayor esfuerzo" en los tramos pendientes de la autovía del Cantábrico. Lo que más sorprende es que Zapatero desmienta con estos compromisos a sus principales colaboradores en el Gobierno de la nación que, como ya he referido en múltiples ocasiones, aprovechan cada visita a esta tierra para alargar los plazos de parte o del todo de esa dos infraestructuras básicas para Asturias. Prácticamente nunca uno de esos plazos sirve unos meses después y así los compromisos se van alargando hasta dios sabe cuándo.
Quizá nuestra incredulidad se vea paliada al leer la letra pequeña del 'contrato' que el presidente del Gobierno ofrece a los asturianos a cambio de su voto. Esa letra pequeña, que viene por el medio del discurso de ayer es un importantísimo "cuanto antes" para no concretar en plazos temporales su compromiso electoral. ¿Será el mismo "cuanto antes" del peaje del Huerna? ¿Será simplemente un 'gancho' de alguien que tiene decidido que él no va a estar al frente de la candidatura socialista del año que viene y, por lo tanto, 'que las cuentas, luego, se las pidan al maestro armero?
Los antecedentes nos dicen que el Gobierno socialista no es de fiar en lo que a promesas electorales se refiere (quizás otros tampoco) y, por ende, su presidente menos que nadie. En Asturias ya estamos hartos de promesas rotas y de ver como se va completando el mapa nacional de las infraestructuras terrestres y ferroviarias a una velocidad de crucero muy superior a la nuestra. Era menos doloroso cuando sus primeros reclamos electorales eran conceptos (el Estado del Bienestar, el pleno empleo) y no las obras que, como dice el refrán, "son razones".
Al presidente Zapatero y a sus correligionarios les pediría que dejen de tomar el pelo a los asturianos y prometer lo que no tienen intención o no pueden cumplir en cosas tan serias. De compromisos no cumplidos en la materia creo que ya hemos rebasado con creces la dosis máxima de purgas aceptable por nuestros estómagos y ya no creemos en la 'medicina milagro' que nos ofrece el presidente del Gobierno, una medicina que más bien nos recuerda a aquellos frascos curalotodo que los charlatanes de feria iban voceando por las ferias hace muchos años.
sábado, 19 de febrero de 2011
El enemigo político número uno
Tras un par de semanas de contemplación más o menos distanciada, vuelvo a esta tribuna alarmado por el raudo discurrir de los días que, casi sin darnos cuenta, van quermando etapas a la velocidad de una marcha olímpica hasta habernos llevado, casi sin darnos cuenta, a vernos embarcados en plena campaña electoral, al menos en los que a Asturias se refiere.
La laxitud con respecto a las etapas y los tiempos legales de nuestra ley electoral han hecho que los dos hasta ahora grandes partidos mayoritarios en la comunidad se hayan puesto las pilas alcalinas y no se den un momento de respiro en su intento de empezar a ganar los votos antes siquiera de que estén incluso formalizadas las candidaturas. Las imagenes del socialista Javier Fernández y de la popular Isabel Pérez-Espinosa están ya en vallas y cabinas con unos eslóganes que denotan más bien poca imaginación (no se puede pedir el voto al menos) en un intento, desde mi punto de vista, más de que los asturianos los reconozcan (una amplia mayoría no alcanza a detectar ni su fisonomía) que de presentar alternativas. Los actos, minoritarios casi siempre, tampoco ofrecen descanso en un intento especialmente orientado a lograr espacios en las páginas de los periódicos o tiempos en las parrillas audiovisuales. Lo peor de todo es que hasta ahora prácticamente el mensaje se ha reducido a los lugares comunes de siempre (adelgazamiento de la Administración pública incluida). Otras caras, aunque más de lo mismo.
En el fondo, creo que el principal problema de los dos candidatos mencionados es que están trabajando sobre un escenario que, si valía para otras ocasiones, no ocurre igual en ésta. Los comicios de mayo son una mesa de tres patas y hay una que todavía no ha aparecido en escena, con el consiguiente desequilibrio. Esa tercera pata es Foro Asturias y, muy especialmente, su líder "in péctore" (falta el congreso del 5 de marzo para ratificarlo, aunque no creo que a nadie le ofrezca la mínima duda), Francisco Álvarez-Cascos.
Tanto Fernández como Pérez-Espinosa saben perfectamente que en la próxima cita con las urnas el enemigo político número uno para las aspiraciones de ambos de ganar es precisamente el ex vicepresidente del Gobierno. Quizá precisamente por eso, y no porque no esté formalmente proclamado, ambos se están esforzando en mencionarle lo menos posible (ya lo hacen por ellos los ciudadanos en la calle) y los ataques generalmente son hiperbólicos, alusivos, pero no concretos con nombre y apellidos.
El candidato socialista se esfuerza en vender una política de izquierda, la de su partido, que hace tiempo brilla por su ausencia, acumula logros (¿...?) y, de vez en cuando, se refiere al "innombrable" hablando de la derecha rancia y caciquil. Algo parecido, pero ampliado, hace su rival del PP, que ataca a las políticas socialistas en el ámbito nacional y autonómico y solamente mediante apelaciones a la importancia del partido, del grupo, frente a los personalismos, hace una evidente referencia sin citarle a su ex compañero del PP y próximo rival entre los pesos pesados de la campaña para los comicios de mayo.
En el caso concreto de Pérez-Espinosa, la constancia de los riesgos de su designación ha llevado a la cúpula nacional de su partido a hacer un despliegue insólito y desconocido en Asturias desde hace años. En dos semanas han pasado por el Principado más dirigentes nacionales que en los últimos cuatro años. Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Esteban González Pons, Pío García Escudero, Carlos Floriano, y no sé si se me olvida alguno, han pasado por esta tierra tan "importante" para Génova con el objetivo de "prestar su apoyo indicional" a la candidata del PP a la Presidencia del Principado.
Decía anteriormente que, aunque se evite su mención, el 'fantasma' de Cascos ya está marcando (aparentemente por pasiva) esta campaña electoral superadelantada y, aunque Fernández y Pérez-Espinosa sean candidatos nuevos, han afrontado sus estrtegias para este periodo como si su enemigo público número uno ya hubiera subido al escenario.
Mientras tanto, Cascos sigue con su periplo por Asturias con dos o tres actos a la semana en los que más o menos repite su discurso de presentación y que se resume en devolver a los asturianos el orgullo de serlo y acabar con doce años de cohabitación cómoda entre PSOE y PP que han llevado a la región a contar con algunos de los peores datos económicos de España, donde ha perdido cualquier peso que en otro tiempo pudo tener. El ex ministro de Fomento no ha entrado en campaña, al menos en la tradicional que han emprendido sus rivales principales. Se limita a seguir una provechosa recolección que ha llevado a su partido, creado en enero, a contar ya con cerca de cinco mil afiliados, algo que con cualquier otra persona podría parecer irrealizable. Pero -ya lo he dicho otras veces- si el reclutamiento de adeptos directos es importante (para el PP la sangría diaria tiene que ser una verdadera tortura) el logro verdaderamente relevante con vistas a un resultado positivo, al que algunos no se atreven a poner techo, es el que se palpa en la calle, el que transmiten esas conversaciones que uno escucha cada día. Ya mencionaba en otra ocasión desde esta tribuna que quizá no todos los que lo digan llguen a hacerlo efectivo realmente, pero la frase de moda en la ciudadanía es "yo voy a votar a Cascos".
Será curioso ver, a partir del 5 de marzo, con un Cascos ya proclamado candidato de Foro Asturias, el giro que pueda experimentar la ya imparable campaña electoral. De seguro que, a partir de entonces, la estrategia será diferente y socialistas y populares van a coincidir en que el punto de mira de sus ecopetas hay que dirigirlo principalmente hacia el veterano político "resucitado". Como el mencionado es 'perro viejo' en esto, le supongo convenientemente preparado para la hace muchos meses anunciada aparición de dosieres desprestigiadores de su figura y su gestión, se levantará la veda del juego sucio y de la zancadilla, se recurrirán a los últimos extremos de las normas electorales para impedirle concurrir en igualdad de condiciones de los otros dos candidatos a debates y espacios televisivos (el suyo es un partido sin antecedentes, creado a partir de su personalidad incuestionable y esto con la ley en la mano puede ser utilizado en su contra); en fin, que será la pieza a abatir y en eso hay una previsible convergencia de los hasta el día de hoy teóricos antagonistas irreconciliables.
Por cierto, a propósito de los debates electorales, sería muy negativo e inadmisible que, amparándose precisamente en la norma legal, Fernández y Pérez-Espinosa nieguen a los asturianos un duelo a tres bandas y recurran a su condición de partidos históricos y con tradición electoral para relegar a Cascos. Un debate serio sin él sería descafeinar un necesario contraste de pareceres entre aquellos que probablemente vayan a tener que decidir el futuro del Principado para los próximos cuatro años.
La laxitud con respecto a las etapas y los tiempos legales de nuestra ley electoral han hecho que los dos hasta ahora grandes partidos mayoritarios en la comunidad se hayan puesto las pilas alcalinas y no se den un momento de respiro en su intento de empezar a ganar los votos antes siquiera de que estén incluso formalizadas las candidaturas. Las imagenes del socialista Javier Fernández y de la popular Isabel Pérez-Espinosa están ya en vallas y cabinas con unos eslóganes que denotan más bien poca imaginación (no se puede pedir el voto al menos) en un intento, desde mi punto de vista, más de que los asturianos los reconozcan (una amplia mayoría no alcanza a detectar ni su fisonomía) que de presentar alternativas. Los actos, minoritarios casi siempre, tampoco ofrecen descanso en un intento especialmente orientado a lograr espacios en las páginas de los periódicos o tiempos en las parrillas audiovisuales. Lo peor de todo es que hasta ahora prácticamente el mensaje se ha reducido a los lugares comunes de siempre (adelgazamiento de la Administración pública incluida). Otras caras, aunque más de lo mismo.
En el fondo, creo que el principal problema de los dos candidatos mencionados es que están trabajando sobre un escenario que, si valía para otras ocasiones, no ocurre igual en ésta. Los comicios de mayo son una mesa de tres patas y hay una que todavía no ha aparecido en escena, con el consiguiente desequilibrio. Esa tercera pata es Foro Asturias y, muy especialmente, su líder "in péctore" (falta el congreso del 5 de marzo para ratificarlo, aunque no creo que a nadie le ofrezca la mínima duda), Francisco Álvarez-Cascos.
Tanto Fernández como Pérez-Espinosa saben perfectamente que en la próxima cita con las urnas el enemigo político número uno para las aspiraciones de ambos de ganar es precisamente el ex vicepresidente del Gobierno. Quizá precisamente por eso, y no porque no esté formalmente proclamado, ambos se están esforzando en mencionarle lo menos posible (ya lo hacen por ellos los ciudadanos en la calle) y los ataques generalmente son hiperbólicos, alusivos, pero no concretos con nombre y apellidos.
El candidato socialista se esfuerza en vender una política de izquierda, la de su partido, que hace tiempo brilla por su ausencia, acumula logros (¿...?) y, de vez en cuando, se refiere al "innombrable" hablando de la derecha rancia y caciquil. Algo parecido, pero ampliado, hace su rival del PP, que ataca a las políticas socialistas en el ámbito nacional y autonómico y solamente mediante apelaciones a la importancia del partido, del grupo, frente a los personalismos, hace una evidente referencia sin citarle a su ex compañero del PP y próximo rival entre los pesos pesados de la campaña para los comicios de mayo.
En el caso concreto de Pérez-Espinosa, la constancia de los riesgos de su designación ha llevado a la cúpula nacional de su partido a hacer un despliegue insólito y desconocido en Asturias desde hace años. En dos semanas han pasado por el Principado más dirigentes nacionales que en los últimos cuatro años. Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Esteban González Pons, Pío García Escudero, Carlos Floriano, y no sé si se me olvida alguno, han pasado por esta tierra tan "importante" para Génova con el objetivo de "prestar su apoyo indicional" a la candidata del PP a la Presidencia del Principado.
Decía anteriormente que, aunque se evite su mención, el 'fantasma' de Cascos ya está marcando (aparentemente por pasiva) esta campaña electoral superadelantada y, aunque Fernández y Pérez-Espinosa sean candidatos nuevos, han afrontado sus estrtegias para este periodo como si su enemigo público número uno ya hubiera subido al escenario.
Mientras tanto, Cascos sigue con su periplo por Asturias con dos o tres actos a la semana en los que más o menos repite su discurso de presentación y que se resume en devolver a los asturianos el orgullo de serlo y acabar con doce años de cohabitación cómoda entre PSOE y PP que han llevado a la región a contar con algunos de los peores datos económicos de España, donde ha perdido cualquier peso que en otro tiempo pudo tener. El ex ministro de Fomento no ha entrado en campaña, al menos en la tradicional que han emprendido sus rivales principales. Se limita a seguir una provechosa recolección que ha llevado a su partido, creado en enero, a contar ya con cerca de cinco mil afiliados, algo que con cualquier otra persona podría parecer irrealizable. Pero -ya lo he dicho otras veces- si el reclutamiento de adeptos directos es importante (para el PP la sangría diaria tiene que ser una verdadera tortura) el logro verdaderamente relevante con vistas a un resultado positivo, al que algunos no se atreven a poner techo, es el que se palpa en la calle, el que transmiten esas conversaciones que uno escucha cada día. Ya mencionaba en otra ocasión desde esta tribuna que quizá no todos los que lo digan llguen a hacerlo efectivo realmente, pero la frase de moda en la ciudadanía es "yo voy a votar a Cascos".
Será curioso ver, a partir del 5 de marzo, con un Cascos ya proclamado candidato de Foro Asturias, el giro que pueda experimentar la ya imparable campaña electoral. De seguro que, a partir de entonces, la estrategia será diferente y socialistas y populares van a coincidir en que el punto de mira de sus ecopetas hay que dirigirlo principalmente hacia el veterano político "resucitado". Como el mencionado es 'perro viejo' en esto, le supongo convenientemente preparado para la hace muchos meses anunciada aparición de dosieres desprestigiadores de su figura y su gestión, se levantará la veda del juego sucio y de la zancadilla, se recurrirán a los últimos extremos de las normas electorales para impedirle concurrir en igualdad de condiciones de los otros dos candidatos a debates y espacios televisivos (el suyo es un partido sin antecedentes, creado a partir de su personalidad incuestionable y esto con la ley en la mano puede ser utilizado en su contra); en fin, que será la pieza a abatir y en eso hay una previsible convergencia de los hasta el día de hoy teóricos antagonistas irreconciliables.
Por cierto, a propósito de los debates electorales, sería muy negativo e inadmisible que, amparándose precisamente en la norma legal, Fernández y Pérez-Espinosa nieguen a los asturianos un duelo a tres bandas y recurran a su condición de partidos históricos y con tradición electoral para relegar a Cascos. Un debate serio sin él sería descafeinar un necesario contraste de pareceres entre aquellos que probablemente vayan a tener que decidir el futuro del Principado para los próximos cuatro años.
miércoles, 2 de febrero de 2011
La otra foto de Las Azores
Hace unos años, la foto que se hicieron en las islas Azores los entonces presidentes de Estados Unidos, George W. Bush; del Reino Unido, Tony Blair, y de España, José María Aznar, reflejo de un "gran acuerdo" internacional sobre la intervención armada en Irak, dio la vuelta al mundo y se convirtio en icono de los opositores a cualquier conflicto bélico y símbolo de una de las grandes equivocaciones del siglo. Con mayor o menor intensidad, los tres han tenido que cargar justificadamente el resto de sus días con esa imagen y lo que representó.
Ayer hablaba de paralelismos y hoy nuevamente la visión de la foto del presidente del Gobierno, los líderes de los dos principales sindicatos y de la patronal, en una soledad sólo rota por la ingente presencia de medios de comunicación para inmortalizar el momento, firmando el "Acuerdo social y económico para el crecimiento, el empleo y la garantía de las pensiones" me ha traído no sé por qué a la memoria aquella fotografía de los líderes de la todavía muchos años después interminable guerra de Irak.
Los periódicos más afectos al 'régimen' ya lo han calificado de histórico y lo han comparado con los Pactos de La Moncloa. Si no fuera por su previsible verdadero alcance sería motivo para la risa. El citado 'acuerdo social' no hace sino certificar la responsabilidad de sus firmantes en lo que podría denominarse meter a los españoles en un conflicto de previsiones incalculables, el de la senda progresiva y sin vuelta atrás del recorte social, con el colofón del certificado de defunción del Estado del Bienestar, bandera del partido que sostiene al Ejecutivo.
Quién se puede creer que estos 'líderes sociales' van a ser capaz de devolver a España al crecimiento (los últimos datos oficiales establecen una nueva bajada del PIB y un crecimiento del IPC, mientras que los salarios se congelan, cuando no se pierden con los expedientes de regulación de empleo o los cierres patronales); por el empleo (también aquí los números más recientes sitúan a España con cuatro millones trescientos mil parados, lo que significa, según las mismas fuentes oficiales, un tercio del desempleo en la Zona Euro), y la garantía de las pensiones (con unas condiciones nuevas de endurecimiento salvaje que ponen la deseperanza en el ánimo de los jóvenes y de los que no lo son tanto). Todos habremos oído decir en estos días, tras establecerse los más de 38 años de cotización a la Seguridad Social para poder jubilarse y cobrar pensión a los 65 y no llegar a esa nueva meta establecida en el acuerdo social de los 67, que quién va a ser el guapo capaz de alcanzarlos, salvo las generaciones que están a punto de retirarse, si las nuevas no tienen la opción en la mayoría de los casos de tener un trabajo y los más afortunados van pasando de unas prácticas o de la condición de becarios a contratos temporales, al paro, otra vez al contrato basura,...
No hay derecho a hablar en estos momentos a los españoles de estos conceptos y de acuerdos históricos. Quizá para muchos, como para mí, la imagen de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno; Joan Rosell, con idéntico rango en la CEOE; Jesús Terciado, de la CEPYME; Cándido Méndez, secretario general de la UGT, e Ignacio Fernández Toxo, de Comisiones Obreras, juntando sus manos y formalizando el reinado de los recortes sociales les pueda parecer indignante y nos evoque aquel gran error de las Azores. Ahora, el error está en casa y los rostros de esos personajes van a ser recordados también y, desgraciadamente para todos, no para bien. ¡Ojalá me equivoque, por el futuro de todos!
Ayer hablaba de paralelismos y hoy nuevamente la visión de la foto del presidente del Gobierno, los líderes de los dos principales sindicatos y de la patronal, en una soledad sólo rota por la ingente presencia de medios de comunicación para inmortalizar el momento, firmando el "Acuerdo social y económico para el crecimiento, el empleo y la garantía de las pensiones" me ha traído no sé por qué a la memoria aquella fotografía de los líderes de la todavía muchos años después interminable guerra de Irak.
Los periódicos más afectos al 'régimen' ya lo han calificado de histórico y lo han comparado con los Pactos de La Moncloa. Si no fuera por su previsible verdadero alcance sería motivo para la risa. El citado 'acuerdo social' no hace sino certificar la responsabilidad de sus firmantes en lo que podría denominarse meter a los españoles en un conflicto de previsiones incalculables, el de la senda progresiva y sin vuelta atrás del recorte social, con el colofón del certificado de defunción del Estado del Bienestar, bandera del partido que sostiene al Ejecutivo.
Quién se puede creer que estos 'líderes sociales' van a ser capaz de devolver a España al crecimiento (los últimos datos oficiales establecen una nueva bajada del PIB y un crecimiento del IPC, mientras que los salarios se congelan, cuando no se pierden con los expedientes de regulación de empleo o los cierres patronales); por el empleo (también aquí los números más recientes sitúan a España con cuatro millones trescientos mil parados, lo que significa, según las mismas fuentes oficiales, un tercio del desempleo en la Zona Euro), y la garantía de las pensiones (con unas condiciones nuevas de endurecimiento salvaje que ponen la deseperanza en el ánimo de los jóvenes y de los que no lo son tanto). Todos habremos oído decir en estos días, tras establecerse los más de 38 años de cotización a la Seguridad Social para poder jubilarse y cobrar pensión a los 65 y no llegar a esa nueva meta establecida en el acuerdo social de los 67, que quién va a ser el guapo capaz de alcanzarlos, salvo las generaciones que están a punto de retirarse, si las nuevas no tienen la opción en la mayoría de los casos de tener un trabajo y los más afortunados van pasando de unas prácticas o de la condición de becarios a contratos temporales, al paro, otra vez al contrato basura,...
No hay derecho a hablar en estos momentos a los españoles de estos conceptos y de acuerdos históricos. Quizá para muchos, como para mí, la imagen de José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno; Joan Rosell, con idéntico rango en la CEOE; Jesús Terciado, de la CEPYME; Cándido Méndez, secretario general de la UGT, e Ignacio Fernández Toxo, de Comisiones Obreras, juntando sus manos y formalizando el reinado de los recortes sociales les pueda parecer indignante y nos evoque aquel gran error de las Azores. Ahora, el error está en casa y los rostros de esos personajes van a ser recordados también y, desgraciadamente para todos, no para bien. ¡Ojalá me equivoque, por el futuro de todos!
martes, 1 de febrero de 2011
Una verdad incómoda
Recientemente he visionado "Una verdad incómoda", la película con la que el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore intentó involucrar en un gran problema, más próximo cada día de lo que algunos afirman, el del calentamiento global, a millones de habitantes de este mundo. Al margen del interés intrínsico del documental, que expone con explicaciones al alcance de la mayoría, con datos científicos y prospecciones de futuro, el terrorífico alcance de un asunto que nos concierne a todos y que amenaza ya con sus efectos catastróficos a la generación que viene detrás de todos los que superamos la barrera de los cincuenta, al margen de todo esto -digo- al finalizar, el filme me ha producido una sensación de agobio por el problema "per se", pero también ha configurado en mi cerebro una especio de paralelismo -como siempre salvando la distancia exigida- con la situación económica que en estos momentos atraviesa nuestro país.
España lleva sumergida en la crisis real -no la de las declaraciones- hace algo más de tres años -al menos- y desde entonces nos hemos encontrado con una clase política incapaz de ponerle remedio. Aunque cada día hay alguien del Gobierno que nos da plazos para el punto de inflexión en el que los parámetros económicos de la recesión se inviertan para crecer económicamente, rebajar los insoportables niveles del paro, poner coto a las reformas que nunca acaban de ser suficientes y que siempre se ceban sobre el común de los españoles y, lo que es peor, está empobreciendo el país a una velocidad preocupante, esos plazos se van alargando reiteradamente como aquel cuento que nos contaban los curas cuando eramos unos niños en el que un pecador hacía propósito de la enmienda y fijaba para ese objetivo el día siguiente, "para lo mismo repetir mañana", y otro día, y otro,...
Afirmaba que la película de Gore me había traído a la mente un paralelismo con este 'estado de la nación' porque, si los Gobiernos de muchos de los principales países hacen oídos sordos a los acuerdos internaciones para la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera, el Ejecutivo español se ha empecinado en un plazo de algo menos de un año en echar abajo el Estado del Bienestar del que tanto se había vanagloriado y, como decía antes, llevar al país a un empobrecimiento a base de la aplicación de una política de reformas impuesta por los 'mercados' sin que esos dardos con los que cada mes aseatean nuestra depauperada economía familiar nos hagan cuando menos ver una lucecita al final del túnel (salvo que nos queramos creer sus declaraciones públicas). No son mejores los chicos de la oposición que, aunque cuentan para su triunfo casi exclusivamente con el deterioro del Gobierno, no ocultan de vez en cuando que el núcleo de esas reformas sería también la base de su gestión. Todo ello, ayudado por unos sindicatos domesticados que amenazan con huelgas generales en las que ni sus propios dirigentes creen y que representan un papel de rechazo mientras van, miguita a miguita, alcanzando acuerdos con el Ejecutivo, seguros como están de que el pesebre de la clase política es también patrimonio suyo, como viene ocurriendo desde hace muchos años.
Con relación a la película citada, tampoco hay que olvidar a otra parte del problema, la de las grandes multinacionales, que manejan a su antojo los protocolos de kioto, cumbres de la tierra y sucesivos tratados internacionales, manteniendo sus políticas medioambientales con criterios exclusivamente economicistas poniendo de pantalla algunas medidas irrisorias frente a la magnitud del problema al que se enfrentan. En mi 'película' paralela, este papel lo representa en España el gran capital (suena a viejo, ¿verdad?), o si se prefieren los ya citados mercados, que no son otra cosa que los poderosos económicamente, los intermediarios, los grandes financieros, que fueron los primeros en apuntarse a las medidas de salvación para luego dejar a los de a pie con el culo al aire, sin creación de empleo, sin concesión de créditos, etcétera; en fin, eso que muchos de los que puedan leer estas líneas están viviendo cada día en sus carnes.
Así, llegamos al corolario del filme del ex mandatario norteamericano. La difícil resolución del problema empieza por nosotros mismos, por todos y cada uno de esos gestos diarios, de esas adquisiciones inconvenientes, de la falta de reciclados, del derroche absurdo de los recursos naturales y un sinfín de medidas más que se nos olvidan y que, si corregimos, sumadas una a una y multiplicada por los ciudadanos podrían llevarnos a resultados más esperanzadores que los actuales. Pero también está en ese final la obligación que tenemos todos y cada uno de los mortales de, además de ayudar con nuestros granitos de arena, a paliar el negro panorama futuro, exigir a los culpables principales, los ya mencionados, responsabilidades reales y no ficciones de mitin o vacías frases grandilocuentes.
En este otro escenario que he planteado, también debería de haber una mayor implicación personal en las exigencias a los responsables principales, especialmente a la clase política, participando si es preciso en la cosa pública, intentando ayudar con nuestra aportación directa a la regeneración de un colectivo apoltronado e incapaz; uno a uno, también en esto; no quedándose en el fácil ¿qué voy a hacer yo solo frente a los grandes poderes? Escribe, protesta, ingresa en las filas de esos mismos colectivos para cambiarlos desde dentro. De uno en uno podemos pensar que, efectivamente, es una utopía, pero no tanto sí la gente empieza a movilizarse y exigir el respeto a sus derechos fundamentales recogidos en la Constitución. "Habría que echarlos de una vez a todos", me decía hace poco un ciudadano. Eso es imposible, pero nunca sabremos de su viabilidad si en algún momento no se empieza esa costosa y colectica tarea.
Claro que quizá toda esta otra película que me he montado no sea también nada más que un sueño, pero para eso está el cine, para permitirnos soñar.
España lleva sumergida en la crisis real -no la de las declaraciones- hace algo más de tres años -al menos- y desde entonces nos hemos encontrado con una clase política incapaz de ponerle remedio. Aunque cada día hay alguien del Gobierno que nos da plazos para el punto de inflexión en el que los parámetros económicos de la recesión se inviertan para crecer económicamente, rebajar los insoportables niveles del paro, poner coto a las reformas que nunca acaban de ser suficientes y que siempre se ceban sobre el común de los españoles y, lo que es peor, está empobreciendo el país a una velocidad preocupante, esos plazos se van alargando reiteradamente como aquel cuento que nos contaban los curas cuando eramos unos niños en el que un pecador hacía propósito de la enmienda y fijaba para ese objetivo el día siguiente, "para lo mismo repetir mañana", y otro día, y otro,...
Afirmaba que la película de Gore me había traído a la mente un paralelismo con este 'estado de la nación' porque, si los Gobiernos de muchos de los principales países hacen oídos sordos a los acuerdos internaciones para la reducción de emisiones de CO2 a la atmósfera, el Ejecutivo español se ha empecinado en un plazo de algo menos de un año en echar abajo el Estado del Bienestar del que tanto se había vanagloriado y, como decía antes, llevar al país a un empobrecimiento a base de la aplicación de una política de reformas impuesta por los 'mercados' sin que esos dardos con los que cada mes aseatean nuestra depauperada economía familiar nos hagan cuando menos ver una lucecita al final del túnel (salvo que nos queramos creer sus declaraciones públicas). No son mejores los chicos de la oposición que, aunque cuentan para su triunfo casi exclusivamente con el deterioro del Gobierno, no ocultan de vez en cuando que el núcleo de esas reformas sería también la base de su gestión. Todo ello, ayudado por unos sindicatos domesticados que amenazan con huelgas generales en las que ni sus propios dirigentes creen y que representan un papel de rechazo mientras van, miguita a miguita, alcanzando acuerdos con el Ejecutivo, seguros como están de que el pesebre de la clase política es también patrimonio suyo, como viene ocurriendo desde hace muchos años.
Con relación a la película citada, tampoco hay que olvidar a otra parte del problema, la de las grandes multinacionales, que manejan a su antojo los protocolos de kioto, cumbres de la tierra y sucesivos tratados internacionales, manteniendo sus políticas medioambientales con criterios exclusivamente economicistas poniendo de pantalla algunas medidas irrisorias frente a la magnitud del problema al que se enfrentan. En mi 'película' paralela, este papel lo representa en España el gran capital (suena a viejo, ¿verdad?), o si se prefieren los ya citados mercados, que no son otra cosa que los poderosos económicamente, los intermediarios, los grandes financieros, que fueron los primeros en apuntarse a las medidas de salvación para luego dejar a los de a pie con el culo al aire, sin creación de empleo, sin concesión de créditos, etcétera; en fin, eso que muchos de los que puedan leer estas líneas están viviendo cada día en sus carnes.
Así, llegamos al corolario del filme del ex mandatario norteamericano. La difícil resolución del problema empieza por nosotros mismos, por todos y cada uno de esos gestos diarios, de esas adquisiciones inconvenientes, de la falta de reciclados, del derroche absurdo de los recursos naturales y un sinfín de medidas más que se nos olvidan y que, si corregimos, sumadas una a una y multiplicada por los ciudadanos podrían llevarnos a resultados más esperanzadores que los actuales. Pero también está en ese final la obligación que tenemos todos y cada uno de los mortales de, además de ayudar con nuestros granitos de arena, a paliar el negro panorama futuro, exigir a los culpables principales, los ya mencionados, responsabilidades reales y no ficciones de mitin o vacías frases grandilocuentes.
En este otro escenario que he planteado, también debería de haber una mayor implicación personal en las exigencias a los responsables principales, especialmente a la clase política, participando si es preciso en la cosa pública, intentando ayudar con nuestra aportación directa a la regeneración de un colectivo apoltronado e incapaz; uno a uno, también en esto; no quedándose en el fácil ¿qué voy a hacer yo solo frente a los grandes poderes? Escribe, protesta, ingresa en las filas de esos mismos colectivos para cambiarlos desde dentro. De uno en uno podemos pensar que, efectivamente, es una utopía, pero no tanto sí la gente empieza a movilizarse y exigir el respeto a sus derechos fundamentales recogidos en la Constitución. "Habría que echarlos de una vez a todos", me decía hace poco un ciudadano. Eso es imposible, pero nunca sabremos de su viabilidad si en algún momento no se empieza esa costosa y colectica tarea.
Claro que quizá toda esta otra película que me he montado no sea también nada más que un sueño, pero para eso está el cine, para permitirnos soñar.
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