Llevo unos cuantos años robándole horas al sueño por estas fechas para ser testigo en directo de la ceremonia de la entrega de los más famosos premios cinematográficos del mundo, los Oscar. Es cierto que, para los que tenemos un concepto un tanto heterodoxo del mal llamado Séptimo Arte (lo de "entendidos" siempre me ha producido un fuerte rechazo), seguir la cita anual con el oropel y el glamour es, a pesar de todo, casi de obligado cumplimiento, aunque en los últimas ediciones bien parece que las caras de los famosos, sus vestimentas y el más absoluto vacío apenas pueden compensar el competitivo interés que tiene -al margen de su valor artístico- la lucha de dos o tres películas nominadas en numerosos apartados para ver cuál es la ganadora de la ocasión.
Decía que en los últimos años, los responsables de la ceremonia han ido bajando el nivel de la imaginación hasta extremos ya preocupantes. Si hace unos años me hubieran dicho que iba a acordarme de cómicos de tan dudosa gracia como Bob Hope, Leslie Nielsen o Billy Crystal me hubiera reído a la cara de quien hiciera tal afirmación. Pero ahora todo el mundo quiere parecer moderno y la Academia, para no ser menos, viene tanteando año a año nuevos presentadores que puedan ser el hilo conductor que dé coherencia la ceremonia y 'enganche' al público.
¿A quién se le habrá ocurrido en esta última edición elegir a dos de los 'sositos' más representativos en estos momentos del cine norteamericano? Porque fueron Anne Hathaway y James Franco lo primero que chirrió esta madrugada, sin apenas chispa, incluso cuando la joven aspirante a 'clon' de Judy Garland intento animar el cotarro con algún movimiento y las estrofas de una canción. Pero, si los anfitriones resaltaron por su nadería, también es cierto que los actores, alguna licencia aparte, se atienen a un guión y ni algunos de los más reconocidos hubieran podido con el libreto de esta edición. Falta de ritmo, deshilachada, con prisas unas veces y morosa en otras, en fin, un desastre que deja en evidencia la falta de ideas de Hollywood, algo que podemos apreciar semanalmente en nuestras carteleras, honrosas excepciones aparte.
Creo que no recuerdo una gala de los Oscar tan aburrida como la de la última madrugada. Solamente al final, cuando se despejó la incógnita (cuidadosamente guardada, no se sabe si intencionadamente o por casualidad) sobre el duelo entre "La red social" y "El discurso del rey" pareció dejarnos un último sabor dulce en la boca ante el reconocimiento a la segunda de ellas (sin menospreciar, ni mucho menos a la otra). Cuando todo parecía que este año no era el de una triunfadora con un montón de estatuillas y sí el del reparto, la asignación de los premios 'gordos' al filme de Tom Hooper, hizo saltar la 'sorpresa' convirtiéndola en la ganadora indiscutible, aunque fuera sólo con cuatro galardones, eso sí todos ellos principales.
Quede constancia la sorpresa de que, en un año de bastante diversificación, cintas con un buen número de nominaciones como "Valor de ley" o "127 horas" se hayan ido de vacío, o que "Cisne negro" se haya tenido que conformar con el cantado premio a la mejor actriz de reparto para Natalie Portman.
Por lo demás, volver a reseñar la sosería de la mayor parte de la gala, teniendo que ser un 'agónico' Kirk Douglas el que puso con su intervención entrecortada un poco de calor a la cita. Ni siquiera el recuerdo a los profesionales del cine fallecidos en el últimos año despertó la euforia de los cientos de afortunados que llebanan el Kodak Theatre. Y para colmo, cuando este año se decidieron a llevar al escenario a los los veteranos, entre ellos Ford Coppola o Eli Wallach (A Godard lo citaron, pero ya había rechazado el reconocimiento), cuyos galardones honoríficos se entregan con anterioridad en una cena en días anteriores, cortaron cualquier opción de intervenir y de poner otra minúscula estrella en el apagado firmamento de la madrugada hollywoodense.
En fin, que o los responsables de la Academia se ponen las pilas para otro año y recuperan la imaginación perdida o mucho me temo que ni el fragor de la lucha entre los favoritos para buscar siempre un ganador absoluto va a ser capaz de mantenernos en pie hasta las seis de la mañana.
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