En el lenguaje político existen algunos latiguillos que se repiten a lo largo de mandatos y legislaturas. Uno de ellos, especialmente recurrido en aquellos periodos en los que no hay forma de configurar mayorías suficientes como es el actual, reza "tener altura de miras", cuatro palabras que enmascaran un más directo "echate a un lado y déjame que sea yo el que gestione el gobierno".
A lo largo de los cuatro meses siguientes a las elecciones que pusieron fin al bipartidismo imperfecto español han sido varios los líderes o dirigentes que han apelado a ese reclamo intentando eliminar los recelos o la sencilla negativa de posibles socios a una confluencia capaz de facilitar el objetivo de gobernar.
El manifiestamente criticable acuerdo alcanzado estos días entre los responsables federales de Podemos e Izquierda Unida ha ido dejando, a la hora de concretarlo territorio por territorio, todos aquellos riesgos -y más- que sus detractores habían vaticinado. Y, una vez más, Asturias es el escenario más significativo para analizar sus "goteras". Y no tanto -que también- porque el portavoz parlamentario de la coalición en el Principado sea Gaspar Llamazares, adalid desde un principio en el ámbito nacional de la oposición abierta al entendimiento electoral con el partido de Pablo Iglesias.
Lo que ahora está viviendo aquí la convivencia entre las dos fuerzas políticas de la izquierda -que me perdonen los de Podemos, que ya sabemos que no les gusta esa etiqueta- resulta definitorio de cómo se hacen las cosas en el Estado español cuando los grupos políticos tratan de buscar objetivos interesados. Nunca se han llevado bien los unos con los otros, pero la soberbia de Iglesias y lo que parece un bisoñismo de libro de Alberto Garzón, ha permitido incluir en los pactos nacionales que, en el Principado, circunscripción en la que IU alcanzó los mejores resultados en las últimas autonómicas, los de Manuel González Orviz se vean ante la posibilidad de figurar en un tercer puesto que en modo alguno podría garantizarles representación el 26 de junio próximo. El pote se cocina en Madrid y los diferentes componentes nadie controla de dónde vienen. Un problema más que no alcanzo a imaginarme qué solución pueda tener, salvo que los asturianos se bajen los pantalones y traguen con las sobras que les puedan echar.
Los podemitas asturianos se ríen entre dientes y echan balones fuera porque se trata de "un problema de la coalición en Asturias". "Hay un pacto y punto". En paralelo, recurren al más arriba mencionado latiguillo y piden a IU "altura de miras" para llevar adelante en esta comunidad unos papeles firmados a quinientos kilómetros y sin contar con los interesados para nada. La misma "altura de miras" que les solicitaba a ellos Pedro Sánchez solamente hace algunas semanas para que permitieran a los socialistas alcanzar el Gobierno de España y desalojar del mismo a Mariano Rajoy, un santo y seña común a todas las fuerzas políticas del arco parlamentario provisional salvo el propio Partido Popular.
No sé si González Orviz y los suyos estarán por demostrar esa "altura de miras" y permitir a Podemos hacer lo que se proponen. En todo caso, aunque más próximo, el conflicto no deja de ser un referente más de que el paso dado por la Izquierda Unida de Alberto Garzón solamente tiene un futuro: su progresiva disolución en el mar de los de Iglesias y Errejón. Lo que no se acaba de explicar es por qué lo que vemos la inmensa mayoría se difumina y desaparece a los ojos de los actuales responsables de la coalición de izquierda.
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