martes, 1 de septiembre de 2009

Anticine

Lo más benevolente que se me ocurre después de ver 'Anticristo', la última película de Lars von Trier, proyectada en la pasada edición del Festival de Cannes, es que no he conseguido entender nada. Para alguien que está acostumbrado a ver cine y hacer comentarios al respecto no resulta fácil aceptar tal posibilidad, pero bueno... Esta es la conclusión a la que llegue a la salida de la sala de exhibición: que habría que reflexionar y repensarla. Ello me llevó a aquellos tiempos juveniles cahieristas en los que nos empeñábamos en encontrar secretos mensajes en cada una de las imágenes de Godard, de Antonioni o de Bergman. Sin embargo los tiempos han cambiado, uno ha cambiado y, finalmente, decido dejar a un lado las monsergas y llamar claramete a las cosas por su nombre: 'Anticristo' es un bodrio, es anticine.
Desde el famoso timo del Dogma el cineasta danés y sus correligionarios han hecho algunas cosas aceptables y otras muchas que no lo son tanto. Sin embargo, enfrentarse a la aseveración de Von Trier de que esta última es su mejor película es ya para regodearse. Que uno haya tenido sus dudas no indica otra cosa que el papanatismo de la política de autor todavía nos sigue influyendo, como no nos olvidamos de la lista de los reyes godos o las provincias de Castilla La Vieja.
Por muchas provocaciones visuales que nos haga, con salvajes autoablaciones en primer plano, violentas eyaculaciones de sangre -también en primer plano-, tórridas masturbaciones -en plano medio- o penetraciones coitales -en primerísimo plano- lo que el autor de 'Bailando en la oscuridad' nos plantea no es sino una sucesión de imágenes pretenciosas, como lo es la estructura en capítulos de la historia, con prólogo y epílogo que ocultan la falta de ideas para sacar adelanta una base argumental que, a priori, no por conocida, impediría a un auténtico 'autor' lograr un buen producto. Porque 'Anticristo' es, inicialmente, una historia de autodestrucción, la de un matrimonio que sufre la pérdida de su hijo pequeño al precipitarse por una ventana mientras sus padres disfrutan de los placeres carnales. El sentimiento de culpa, centrado inicialmente en la madre, lo va trasladando ésta en forma de venganza sobre su pareja. La esquizofrenia, los ataques depresivos de la mujer dan paso a la violencia, inicialmente verbal y, con posterioridad, física. Al margen de las situaciones extremas a las que lleva Von Trier este argumento, la introducción de componentes demoníacos, imágenes inquisitoriales o la pintura más negra de brujería de Goya -elementos con los que trabaja la protagonista para una tesis sobre las mujeres y la violencia- todo se va diluyendo en una especie de magma lechoso donde prácticamente nada conserva su sentido hasta esa imagen final del superviviente rodeado de cientos de niños surgidos del frondoso bosque.
Todo esto es prácticamente nada, y ello a pesar de contar con dos actores como el siempre convincente Willem Dafoe o la impactante Charlotte Gainsborough. Fuegos artificiales para ocultar un vacío que más que el que queda entre los dos personajes principales más parece el de la ideas del cineasta danés.
Y como de pretenciosidades va la cosa, nos deja esa dedicatoria final a Andrej Tarkovski, la última broma de mal gusto si nos creemos que Von Trier está poniendo su obra en la órbita del fallecido cineasta ruso, alguien que, si bien no hacía películas para mayorías, sabía impregnar a sus historia de una poesía que, desde luego, no aparece ni por asomo en 'Anticristo'.

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