Ni la prima de riesgo, ni el selectivo Ibex, ni el precio del barril Brent, toda esa terminología que se ha hecho familiar entre el común de los ciudadanos; ni siquiera la Eurocopa,... Esta mañana no había bar, comercio o parque en Gijón donde la conversación no girase en torno al fallecimiento de Manolo Preciado. La noticia cayó como una bomba entre los madrugadores y con el paso de las horas el sentimiento de dolor se extendió como un fluido entre la ciudadanía. Era el tema del día, el motivo para hablar, la sorpresa.
Y es que, al margen de lo prematuro de su despedida definitiva, el entrenador cántabro había dejado su impronta personal en esta ciudad que le acogió durante seis años. Se trataba de una de esas personas que estampan su sello en el entorno social en que se desenvuelven. Era, como se dice popularmente, un paisano.
Pese a su salida temprana del Sporting en la temporada que recientemente ha finalizado, su paso por el club rojiblanco ha tenido un sello muy especial, bien diferente del que hayan podido dejar otros compañeros en años anteriores. Preciado ya ha quedado en la historia rojiblanca como el entrenador que devolvió al club a la Primera División después de diez interminables años en la categoría de plata. Hubo otros antes que él que lograron el ansiado retorno, pero quizá nadie logró esa comunión que el de Astillero selló con la afición gijonesa. Su paso por el fútbol local quedará ya como un hito en la historia balompédica, algo que no podrá nunca empañar la rescisión de su contrato hace unos meses, cuando el Sporting apuntaba a la Segunda División, algo que la solución buscada desde la Junta Directiva tampoco logró evitar.
Descansa en paz, Manolo.
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