Las previsiones se cumplieron y Pedro Luis Fernández resultó ayer elegido presidente de la Federación Asturiana de Empresarios tras una larguísima asamblea que puso de manifiesto que ésta es una práctica en la que la patronal no está muy curtida, por mucho que, el menos en teoría, su régimen interno responda a directrices netamente democráticas. Y no está muy curtida porque esto del asamblearismo es cosa de sus oponentes, los sindicatos, y también porque algunas prácticas, como dicen de andar en bicicleta, no se olvidan pero se pierden habilidades.
A pesar de que en eso de la publicidad los empresarios son más que discretos, todas las quinielas apuntaban a que el presidente de GAM, empresa de maquinaria que cotiza en Bolsa, era una apuesta segura. Pero los 47 votos de diferencia en los que superó finalmente al otro candidato, Bernardo Villazán, mostraron a las claras que no todo el pescado estaba vendido, como se vaticinaba, sino que el relevo de Severino García Vigón se iba a vender caro y requería del máximo esfuerzo de quienes aspiraban a ocupar su plaza.
Aludía antes al secretismo mediático con el que trabajan los patrones y de él da fe la escasez de informaciones recogidas en los últimos días, más allá de las ya aludidas predicciones genetralizadas sobre la persona electa. Se jugaban mucho ambos candidatos y sus respectivos equipos trabajaron en la sombra para arañar apoyos en una elección en la que se presumía una participación muy amplia, como así fue finalmente.
Al final, ganó aquel que contaba con equipos duchos en este tipo de 'recolección', gente con experiencia en la contabilidad electoral capaces de trabajar cada 'huerto' con potencialidad de aportar su materia prima a la cosecha definitiva; el mismo equipo básico que inició la campaña para descabalgar al anterior presidente, aunque en aquella ocasión la tarea resultó ardua y se prolongó bastante más allá de lo previsto inicialmente. Claro que no es lo mismo echar a quien ocupa el poder en ese momento que construir la imagen precisa de uno nuevo y llevarle a la cima. Y García Vigón, como es sabido, no dio facilidad alguna. Más bien al contrario. Se aferró al cargo con vehemencia apoyado por grupos afines y por un pequeño empresariado más complicado de controlar uno a uno que los votos de las grandes firmas. Pero el desgaste fur muy grande y el anterior patrón de patrones se vio obligado hace unos meses a presentar, esta vez de forma definitiva, la renuncia.
Había el convencimiento de que con Severino García Vigón finalizaba una etapa -una larga etapa- de la FADE, y así lo dan a entender los resultados de ayer. Fundamentalmente, por el pluralismo que implican dos candidaturas bastante equilibradas -el susodicho se presentó casi siempre sin oponentes- y por los talantes del ganador y de su contricante. Todo apunta a que ese corto margen de apoyos, en contra de lo que podría pensarse, no va a tener traducción en riesgo alguno de ruptura. Todo lo contrario de los últimos meses de gestión del anterior mandatario, una etapa de enfrentamientos internos inédita en la historia de la patronal asturiana.
Tanto Fernández como Villazán dieron muestras ayer, tras conocer los resultados, de conciliación y de mutua confianza en que ambos, y quienes les apoyaron, remarán en la misma dirección para defender los intereses del sector que representan. Es verdad que es lo que suele decirse en estos casos, pero -aunque queda reseñada la impermeabilidad de este grupo social- nada hace prever que tales voluntades sean más que una cortina de humno para esconder resentimientos o ansias de venganza.
Severino García Vigón, en su largísima etapa al frente de la FADE, ha tenido más luces que sombras, y ello a pesar de ese borrón final que se hubiera hecho innecesario de estar bien asesorado. Sin embargo, su figura, incluso su estilo, parecían amortizados. Ahora se abre un nuevo periodo y solamente hay que desear a su sustituto que sea capaz de llevar el bastón de mando de la organización con prudencia y templanza. De ello va a depender el futuro de la misma.
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