Las actuales negociaciones entre las cúpulas de Podemos e Izquierda Unida han vuelto a poner sobre el tablero uno de los más viejos debates de la política española en los últimos tiempos: el de las derechas y las izquierdas. Muy especialmente, desde que las urnas cambiaran radicalmente el equilibrio de siglas el 20 de diciembre pasado. De entonces acá, han fluido a borbotones las manifestaciones de unos y de otros con el objetivo de situarse, o situar al oponente, en esa anquilosada clasificación decimonónica.
Se me dirá -y con razón- que nadie puede objetar una realidad incuestionable: aquella de que no todos son iguales. Cierto. Pero, dejando sentado este principio, parece evidente que, cuando se trata, como ocurrió tras los comicios de finales del año pasado, de clasificar a los viejos partidos tanto como a los emergentes en esa simple dicotomía, aparecen manifiestas evidencias de que la agrupación de dos o tres fuerzas políticas en uno de esos espacios colisionan con la realidad de elementos comunes. Incluso, en algunos casos, podría decirse que las desigualdades son más que las semejanzas.
Llevamos meses dejando correr ríos de tinta sobre una mayoría de izquierdas en el actual panorama institucional español. Una simplificación que el tiempo se ha encargado de diluir. Acaso socialistas y podemitas forman parte de un mismo espectro ideológico, por mucho que se traten de asimilar?. Incluso, podría rastrearse sin demasiado éxito la concordancia entre el partido de Pablo Iglesias e Izquierda Unida. Algo parecido resultaría de los esfuerzos por identificar en el otro extremo de la balanza al Partido Popular y Ciudadanos, aunque ese será un debate posible para después de las elecciones de junio si, como todo indica, llegan a celebrarse. De demostrarlo se ha encargado el paso de estos últimos cuatro meses.
El análisis podría ir más lejos si tomamos como referencia aquello que nos afecta de forma más próxima: el Principado de Asturias. Aquí, las incompatibilidades entre Podemos y Partido Socialista se han dejado sentir mucho más acusadamente. Y no solamente en el Ayuntamiento de Gijón, donde la negativa de los correligionarios de Iglesias y Errejón a apoyar al candidato socialista a la Alcaldía ha permitido acuñar uno de esos muchos recursos lingüísticos que impregnan la política institucional de este territorio: el apuntalamiento de Foro en el gobierno municipal por los concejales de Xixón Sí Puede. No solamente. Porque si nos paramos a revisar las relaciones entre los tres partidos de esa "izquierda generalizada" en el ámbito autonómico las perspectivas no son mejores. Los diputados regionales de Daniel Ripa son un auténtico azote para el presidente Javier Fernández, que no duda en responder cada vez que tiene la mínima ocasión con su rechazo a cualquier iniciativa que pueda venir de esa bancada. Sin dejar de lado al único apoyo escrito con el que cuenta el Ejecutivo autónomo, el de Izquierda Unida, que dirige con mano firme un Gaspar Llamazares opuesto radicalmente - y con razones más que contundentes- al pacto nacional de la coalición a la que pertenece con Podemos.
Podría extenderme más, pero no creo necesario acumular escenarios y manifestaciones que desdicen aquello de que hay en España, en Asturias o en Gijón una mayoría de izquierda y de progreso. Como definiciones elementales pueden quedar muy bien pero la puñetera realidad, amigos míos, es mucho más compleja y bien diferente.
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