Como nuestro Cantábrico en las últimas dos semanas, revueltas andas las aguas del PP asturiano. Pero, mientras que el océano se muestra alborotado con 'olonas' y 'cachones', entre los conservadores del Principado se detecta una fuerte marejada de fondo que, si bien en la superficie pasa desapercibida, los aparatos de medición registran con altos parámetros de intensidad en en interior.
Y no es ya que la concatenación de encuestas apunten una clara tendencia a la baja de los populares, sino que -mucho más importante- la constatación de que el desánimo empiece a calar entre su militancia.
Lejos quedan ya los tiempos en los que el 'ciclón Cherines', bien controlado desde Génova, entró con fuerza desde el Sur en el panorama político asturiano con el propósito de barrer aquel desalentador escenario que personificabaa su antecesor en la dirección del partido, Ovidio Sánchez, o la garra atenazadora y paralizante de un endiosado Gabino de Lorenzo. Los primeros pasos de la nueva 'lideresa' daban a entender que se había inaugurado una nueva era para el que era hasta pocos años atrás el principal y único partido de la derecha en esta comunidad. Trasladado Sánchez a un cómodo asiento en las Cortes Generales y desactivado De Lorenzo en su 'palacio' de la plaza de España, el camino estaba expedito para la plenipotenciaria pupila de Rajoy. La tarea no era fácil: rescatar al Partido Popular de Asturias de la indolencia opositora de sus antecesores y desactivar la 'bomba Cascos', cuyo retorno al panorama político-institucional en el Principado había desterrado a su antiguo partido a la condición de tercera fuerza política.
Al margen del vendaval forista, entre los conservadores había el convencimiento de que la experiencia 'gabínista' con Isabel Pérez Espinosa era coadyuvante al éxito del nuevo proyecto del ex general secretario. La oportunidad de confirmarlo llegó antes de lo pensado con la convocatoria anticipada a las urnas del anterior mandatario regional, pero no sirvió para mucho ya que el PP volvía a cosechar con Mercedes Fernández el mismo resultado práctico al repetir el irrisorio resultado de diez escaños logrados algo menos de dos años antes. Los populares se consolaron en el convencimiento de que su 'mirlo blanco' no había disfrutado del tiempo suficiente para asentarse y ofrecerles los resultados esperados.
Sin embargo, el tiempo ha ido transcurriendo y los ánimos se han ido enfriando. La recuperación del electorado se antoja un tanto utópico y el estilo 'casquista' -escuela ha tenido- de 'Cherines' ha levantado ampollas entre un sector importante de sus compañeros. La política institucional tampoco da la impresión de funcionar, toda vez que la hoja de ruta de la lideresa fluctúa entre una clara oposición frente al Gobierno socialista y los amagos de recurso a una 'actitud de Estado', como en los recientes prolegómenos de la fallida negociación presupuestaria. Falta una personalidad propia, un carácter.
Por no hablar de la desastrosa gestión del 'conflicto' de Gijón, donde, tras descabalgar a la anterior dirección local presidida por Pilar Fernández Pardo, echo mano del recurso de una gestora cuya presumible interinidad se ha prolongado en el tiempo más allá de cualquier periodo razonable. Mercedes Fernández, pese a ser de Gijón, hace muchos años que no tiene apenas predicamento en su ciudad y ni siquiera esa gestora títere con la que saldó la crisis local le ha salido como ella esparaba seguramente. Un obligado congreso, cuando llegue a celebrarse, no ofrece garantía alguna para los intereses de la mandataria regional de los populares.
Una reciente encuesta filtrada por un medio digital y atribuida a la propia cocina del PP les concede solamente siete escaños en una proyección electoral a día de hoy. Pero esto es lo peor, sino el convencimiento de dirigentes del propio partido de que tal balance no sería precisamente el peor que podría depararles en la realidad una cita con las urnas.
Un Partido Popular con ambiciones de superar el ya largo bache en el reconocimiento de los asturianos empieza a pensar que la gestión de sus destinos exige ya un líder fuerte y con carisma. Y tal objetivo no se presenta demasiado factible para recabar el apoyo de la derecha social mientras sobre el mismo escenario siga actuando Francisco Álvarez-Cascos; éste sí, aunque siempre polémico y bronquista, con esa personalidad que los conservadores anhelan.
¿Marejada, dices, Marcelino?... Yo, de momento, sólo veo un cenagal.
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