No soy el único al que la irrupción de Podemos en el panorama político español ha traído a la memoria el aldabonazo que, en el ámbito asturiano, representó hace tres años la aparición de Foro Asturias Ciudadanos. Entonces, el partido de Francisco Álvarez-Cascos (creado, como el de Pablo Iglesias, en unos cuatro meses) acaparó tales apoyos de sus paisanos que fue capaz de alzarse con el gobierno autonómico; un Gobierno débil, eso sí, pero Gobierno a fin de cuentas.
Al margen del tirón de su líder, tuvieron mucho que ver en aquel éxito el hartazgo que los dos partidos mayoritarios en este territorio, y la muleta de uno de ellos, habían provocado durante muchos años en sus conciudadanos. El cómodo reparto de papeles entre FSA y PP había logrado esclerotizar hasta límites exorbitantes la política asturiana, una enfermedad de la que la nueva formación parecía ser el antídoto capaz de erradicarla.
Foro aglutinó entonces una ilusión, la ligada a una palabra que ha empezado a perder su significado por el mal uso que vienen haciendo de ella buena parte de los partidos desde hace muchos años: cambio. La realidad es que la misma resulta prostituida por la realidad de aquela otra frase de "cambiar algo para que no cambie nada".
Aquella idea provocó unos apoyos que ni los mismos responsables de la nueva plataforma podían creerse en la noche electoral de tres años atrás (¿nos sigue sonando la copla?). Pero la gestión política se empeña en mostrarnos con terquedad que una cosa es predicar y otra bien diferente echar trigo. El convulso año de gobierno de Cascos provocó no pocas decepciones, abandonos y fracasos. Tuvo ayudas inestimables de sus enemigos de uno y otro signo, es cierto; pero también lo es que cuando alguien decide hacerse responsable de una tarea tan compleja lo tiene que hacer con todas las consecuencias. El año de gobierno de Foro tuvo muchas más sombras que luces y la realidad manifiesta llevó a su líder a intentar revalidar un año después sus primeros números, algo que, como todo el mundo sabe, no pudo conseguir.
Se dio paso, así, a un retorno de los socialistas al poder regional y la formación de Cascos entró en una fase que le obligaba a ejercer una oposición para la que no estaba preparada. En torno a su líder se había estructurado un partido sin cuadros, sin experiencia apenas (algún ex del Partido Popular), sin recorrido. No era un partido aunque celebrasen un primer congreso fundacional que nunca ha tenido continuidad.
Los dos años en la bancada opositora no han hecho ningún favor a FAC. El partido, lastrado por el creciente desinterés de los ciudadanos hacia sus representantes, ha ido languideciendo y atrincherándose en sus viejas y repetidas consignas de afrenta. Ello sin olvidar las erróneas apuestas de competir en las legislativas en circunscripciones ajenas como la de Madrid o esta última huida hacia adelante de las europeas, una empresa utópica en la busca de un escaño en Estrasburgo.
El tiempo no sólo deteriora los cuerpos humanos; también pasa factura a entidades y formaciones que no saben evolucionar y acomodarse a la realidad.
Y no es que vaya yo a compartir los interesados análisis de quienes ven en los resultados del domingo para Foro una clara debacle que pronostica su caída definitiva. No. Ese análisis, como saben los que lo publicitan, es sesgado y no se sostiene mínimamente. Los posibles votantes del partido casquista sabían de lo inalcanzable que era lograr un eurodiputado y quienes de sus simpatizantes votaron en muchos casos lo hicieron por opciones con más 'chance'. Sacar a colación la presencia en la lista de la alcaldesa de Gijón como un elemento más del abandono ciudadano solamente me merece una sonrisa de complicidad con sus vehementes enemigos.
Sin embargo, de la observación distante de lo que acontece en el día a día en el Principado de Asturias podemos colegir que FAC ya ha sido contagiado de la misma enfermedad que vino a solucionar. Que cada día transmite menos ilusión, que desaparece la empatía, que se diluye la esperanza. Que la metástasis, en definitiva, ha hecho su trabajo en los órganos y osamenta de esta formación que, ahora, ha pasado ya a ser una manifestación más, nada ostentosa, por supuesto, de la esclerosis política asturiana.
jueves, 29 de mayo de 2014
miércoles, 28 de mayo de 2014
El reto de Podemos
Superado ya el 'estado emocional' de las primeras horas posteriores a la consulta electoral del pasado domingo, si algo parece haber quedado claro tras el recuento es que esa cita ha tenido un protagonista principal y lleva por nombre Podemos. De la lectura pausada de la actualidad en estos dos últimos días, parece claro que los titulares sobre el fin del bipartidismo han dejado su lugar a la presencia un tanto sorpresiva en la vida institucional de ese grupo 'utópico', desestructurado, un poco misterioso que se agrupa en torno a la imagen de ese joven comunicador con aspecto de "perroflauta", por utilizar el término ladinamente amasado por la derecha convencional.
Y hablo de protagonismo sobresaliente porque no hay más que leer las páginas de los periódicos o escuchar las noticias en radio y televisión para apreciar que este partido sin partido se ha convertido en cesto de ilusiones para una parte de la ciudadanía y blanco perfecto de las diatribas de sus sorprendidos rivales, para otra.
Tantos elogios amasa la nueva formación como insultos y descalificaciones. Los primeros, denotan la necesidad del votante de hallar una alternativa a una estructura anquilosada donde cada cual se reparte su parte del pastel; los grandes, las mejores porciones, pero también los considerados pequeños, conformes con la escueta ración que les corresponde en la mesa de esa "grande bouffe" europea.
Al margen de los dardos que apuntan a una estrategia oportunista, a la improvisación, los ataques a Podemos parecen centrados en su líder, ese Pablo Iglesias bis que se ha presentado a los comicios 'limpio de polvo y paja' pero al que sus enemigos -que son muchos- han rastreado cual si del más puro estilo estadounidense se tratara y desempolvan cada día frases y actitudes que comprometen sus teóricos postulados.
Sicario de los regímenes dictatoriales de América Latina, mentor de políticas irrealizable en la práctica, glosador de antiguos líderes nacionales hoy desgastados por la realidad. Todo encaja en ese 'press book' que circula por la redacciones de los medios informativos y llena las redes sociales, las mismas que la joven formación ha sabido usar con maestría para suplir su inicial falta de medios tradicionales.
Podemos ha ganado el primer reto: montar una candidatura electoral en cuatro meses (salvando distancias ideológicas y territoriales, ¿no le recuerda a nadie la irrupción de Foro Asturias Ciudadanos en 2011?) y lograr unos resultados espectaculares, creo que inesperados hasta para su propia gente. Ahora viene el segundo, más difícil aún, que no es otro que configurar una estructura de partido que le permita optar a refrendar sus cifras el año próximo, en las municipales y autonómicas, y meses después, en las legislativas españolas. Son millares de candidatos territoriales y locales, cientos de listas que hay que rellenar. Y la pregunta es ¿con quién? A la bisoña formación no han parado de salirle novias desde que se conocieron sus números de la noche dominical. Podemos es en este momento el cesto perfecto para los oportunistas, los 'profesionales' de la política, los que se han ido quedando sin silla en los últimos años. Este es el verdadero reto de Pablo Iglesias bis y los suyos y para afrontarlo deberá emplear algo más que su imagen de 'progre'.
Los primeros en darse cuenta de la necesidad de establecer unas relaciones prematrimoniales (no sé si todavía se siguen llamando así porque estas cosas han cambiado mucho desde que yo era joven) han sido los chicos de Izquierda Unida, hasta ahora displicentes con esa especie de apéndice con pretensiones de superarles por la izquierda (empresa fácil, por otra parte). Los responsables de la coalición son conscientes de que una parte de esos votos cosechados por la plataforma electoral podrían haber agrandado sus buenos resultados particulares. Ahora, constatado el reparto, se afanan por sumar sus apoyos con los de estos insospechados 'hermanos de sangre'.
Vendrán más. 'Parados' de la cosa pública, pequeñas formaciones residuales de esa "izquierda radical" en la que se ha encasillado a Pablo Iglesias bis y los que le han acompañado en su particular travesía del desierto, desclasados sin etiqueta. En ese proceso estará el verdadero reto de Podemos.
Y hablo de protagonismo sobresaliente porque no hay más que leer las páginas de los periódicos o escuchar las noticias en radio y televisión para apreciar que este partido sin partido se ha convertido en cesto de ilusiones para una parte de la ciudadanía y blanco perfecto de las diatribas de sus sorprendidos rivales, para otra.
Tantos elogios amasa la nueva formación como insultos y descalificaciones. Los primeros, denotan la necesidad del votante de hallar una alternativa a una estructura anquilosada donde cada cual se reparte su parte del pastel; los grandes, las mejores porciones, pero también los considerados pequeños, conformes con la escueta ración que les corresponde en la mesa de esa "grande bouffe" europea.
Al margen de los dardos que apuntan a una estrategia oportunista, a la improvisación, los ataques a Podemos parecen centrados en su líder, ese Pablo Iglesias bis que se ha presentado a los comicios 'limpio de polvo y paja' pero al que sus enemigos -que son muchos- han rastreado cual si del más puro estilo estadounidense se tratara y desempolvan cada día frases y actitudes que comprometen sus teóricos postulados.
Sicario de los regímenes dictatoriales de América Latina, mentor de políticas irrealizable en la práctica, glosador de antiguos líderes nacionales hoy desgastados por la realidad. Todo encaja en ese 'press book' que circula por la redacciones de los medios informativos y llena las redes sociales, las mismas que la joven formación ha sabido usar con maestría para suplir su inicial falta de medios tradicionales.
Podemos ha ganado el primer reto: montar una candidatura electoral en cuatro meses (salvando distancias ideológicas y territoriales, ¿no le recuerda a nadie la irrupción de Foro Asturias Ciudadanos en 2011?) y lograr unos resultados espectaculares, creo que inesperados hasta para su propia gente. Ahora viene el segundo, más difícil aún, que no es otro que configurar una estructura de partido que le permita optar a refrendar sus cifras el año próximo, en las municipales y autonómicas, y meses después, en las legislativas españolas. Son millares de candidatos territoriales y locales, cientos de listas que hay que rellenar. Y la pregunta es ¿con quién? A la bisoña formación no han parado de salirle novias desde que se conocieron sus números de la noche dominical. Podemos es en este momento el cesto perfecto para los oportunistas, los 'profesionales' de la política, los que se han ido quedando sin silla en los últimos años. Este es el verdadero reto de Pablo Iglesias bis y los suyos y para afrontarlo deberá emplear algo más que su imagen de 'progre'.
Los primeros en darse cuenta de la necesidad de establecer unas relaciones prematrimoniales (no sé si todavía se siguen llamando así porque estas cosas han cambiado mucho desde que yo era joven) han sido los chicos de Izquierda Unida, hasta ahora displicentes con esa especie de apéndice con pretensiones de superarles por la izquierda (empresa fácil, por otra parte). Los responsables de la coalición son conscientes de que una parte de esos votos cosechados por la plataforma electoral podrían haber agrandado sus buenos resultados particulares. Ahora, constatado el reparto, se afanan por sumar sus apoyos con los de estos insospechados 'hermanos de sangre'.
Vendrán más. 'Parados' de la cosa pública, pequeñas formaciones residuales de esa "izquierda radical" en la que se ha encasillado a Pablo Iglesias bis y los que le han acompañado en su particular travesía del desierto, desclasados sin etiqueta. En ese proceso estará el verdadero reto de Podemos.
jueves, 22 de mayo de 2014
Sancionemos el "España va bien"
Un reconfortante viaje vacacional me ha permitido alejarme del molesto 'ruido' de una supuesta campaña electoral ("campañina", en palabras de mi estimado compañero Jaime Poncela), la referida a los comicios europeos del domingo próximo. El sosiego y el relax no han sido óbice, no obstante, para escuchar el desagradable eco de una pléyade de voceros empeñados en hacernos creer que sus mensajes están fundados en aquello que realmente importa a los ciudadanos, en las bondades de pertenecer a la UE y cosas por el estilo. Nada que ver con la realidad. Por el contrario, podría afirmarse sin temor a errar que la mayoría de los protagonistas de esta ceremonia de la confusión han elevado la voz para arrimar el ascua a su sardina 'aldeana', a los propósitos estrictamente partidistas y a poner en entredicho al de enfrente. "Y tú más". Igual que siempre.
Si un comentario desafortunado de Miguel Arias Cañete, corregido tardíamente, en el mejor estilo de su jefe de filas, puede ser el 'leit motiv' de sus rivales socialistas y podría decirse del debate entre los dos grandes partidos nacionales, apaga y vámonos. Parafraseando una conocida sentencia del merecidamente premiado Quino, "que paren ésto que me bajo".
Y como todo este barullo me aburre enormemente, he concentrado mi atención en un pequeño asunto doméstico que recogen los medios informativos del día de hoy. La sanción de la Junta Electoral de Zona a la alcaldesa de Gijón por "publicitar" algunas de las obras abordadas por su equipo de gobierno y haberlo hecho en plena campaña.
La primera ironía se refiere a la cuantía de la sanción: 600 euros. Podría evocarse aquella famosa anécdota del que, tras ser multado con una insignificante cantidad por haber dado una bofetada a otro, inquirió al juez si podía depositar la misma suma multiplicada por tres o por cuatro y darle otras tantas hostias al agredido. En una campaña en la que los partidos políticos hablan de gastos en millones de euros, minucias como esa mueven más a la risa que a la indignación.
Aparte de lo superfluo, lo que más asombra de la decisión de la Junta Electoral es el fondo de la cuestión. ¿Ha sido Carmen Moriyón la principal transgresora de las buenas prácticas que la ley impone en una campaña electoral? ¿O ha sido la pardilla 'pillada' por sus rivales políticos de distinto signo en una práctica casi tan antigua como la propia democracia?
Parece evidente que la normativa impone que ninguno de los diferentes protagonistas de este aquelarre europeo en España aproveche su condición de gobernante para hacer proselitismo en estos días de teórico ajuste fino del lenguaje. Nada que objetar, pues, a la decisión de la magistratura.
Sin embargo, si nos atenemos a esos parámetros básicos, habría que considerar qué hacen los demás políticos en campaña; o lo que han hecho aquellos que han estado en liza durante anteriores convocatorias.
Para quienes, afortunadamente, conservamos la memoria, la práctica desarrollada estos días por la regidora gijonesa es moneda de cambio de uso común en todas las citas con las urnas. Y si aplicamos el criterio de la judicatura en este caso específico, ¿qué habría que hacer con los grandes líderes nacionales de la derecha que recorren machaconamente el territorio nacional con esa consigna de una renovada "España va bien", exhibiendo sus méritos por haber conseguido la "alegría" de sus conciudadanos o la "avalancha de parados" que dejan cada día de serlo para encontrar un empleo gracias a su acertada gestión? ¿Con qué cantidad habría que multar a don Mariano, a doña Soraya o a doña Fátima?
Bien está que le reclamen 600 euros a Carmen Moriyón si ha 'delinquido' electoralmente, pero, por favor, que se haga lo propio con tanto propagandista que circula entre acto y acto por este campaña.
Aquí jugamos todos o no juega ni dios.
Si un comentario desafortunado de Miguel Arias Cañete, corregido tardíamente, en el mejor estilo de su jefe de filas, puede ser el 'leit motiv' de sus rivales socialistas y podría decirse del debate entre los dos grandes partidos nacionales, apaga y vámonos. Parafraseando una conocida sentencia del merecidamente premiado Quino, "que paren ésto que me bajo".
Y como todo este barullo me aburre enormemente, he concentrado mi atención en un pequeño asunto doméstico que recogen los medios informativos del día de hoy. La sanción de la Junta Electoral de Zona a la alcaldesa de Gijón por "publicitar" algunas de las obras abordadas por su equipo de gobierno y haberlo hecho en plena campaña.
La primera ironía se refiere a la cuantía de la sanción: 600 euros. Podría evocarse aquella famosa anécdota del que, tras ser multado con una insignificante cantidad por haber dado una bofetada a otro, inquirió al juez si podía depositar la misma suma multiplicada por tres o por cuatro y darle otras tantas hostias al agredido. En una campaña en la que los partidos políticos hablan de gastos en millones de euros, minucias como esa mueven más a la risa que a la indignación.
Aparte de lo superfluo, lo que más asombra de la decisión de la Junta Electoral es el fondo de la cuestión. ¿Ha sido Carmen Moriyón la principal transgresora de las buenas prácticas que la ley impone en una campaña electoral? ¿O ha sido la pardilla 'pillada' por sus rivales políticos de distinto signo en una práctica casi tan antigua como la propia democracia?
Parece evidente que la normativa impone que ninguno de los diferentes protagonistas de este aquelarre europeo en España aproveche su condición de gobernante para hacer proselitismo en estos días de teórico ajuste fino del lenguaje. Nada que objetar, pues, a la decisión de la magistratura.
Sin embargo, si nos atenemos a esos parámetros básicos, habría que considerar qué hacen los demás políticos en campaña; o lo que han hecho aquellos que han estado en liza durante anteriores convocatorias.
Para quienes, afortunadamente, conservamos la memoria, la práctica desarrollada estos días por la regidora gijonesa es moneda de cambio de uso común en todas las citas con las urnas. Y si aplicamos el criterio de la judicatura en este caso específico, ¿qué habría que hacer con los grandes líderes nacionales de la derecha que recorren machaconamente el territorio nacional con esa consigna de una renovada "España va bien", exhibiendo sus méritos por haber conseguido la "alegría" de sus conciudadanos o la "avalancha de parados" que dejan cada día de serlo para encontrar un empleo gracias a su acertada gestión? ¿Con qué cantidad habría que multar a don Mariano, a doña Soraya o a doña Fátima?
Bien está que le reclamen 600 euros a Carmen Moriyón si ha 'delinquido' electoralmente, pero, por favor, que se haga lo propio con tanto propagandista que circula entre acto y acto por este campaña.
Aquí jugamos todos o no juega ni dios.
domingo, 4 de mayo de 2014
De florentiniano a 'cholista'
El presidente del Principado, quizá por aquello de las modas, ha decidido abandonar su confeso madridismo para abrazar los nuevos aires del estilo 'cholista'. Por supuesto, metafóricamente hablando.
En al actual panorama de mayoría minoritaria sin apoyos expresos, Javier Fernández se ha agarrado a esa frase del entrenador colchonero y ha decidido jugar cada día un nuevo partido con la esperanza de sacarlo adelante como sea, bajo la pancarta del resultadismo, aunque para ello tenga que contar con la complicidad de ese 'hombre de negro' que ha resultado ser el Partido Popular o con la inestimable colaboración puntual de un jugador contrario de equipos más débiles.
Los tiempos corren mucho más aceleradamente de lo que nuestros gobernantes quisieran y así, como quien no quiere la cosa, europeas de por medio, ya se atisban en el horizonte las próximas autonómicas, lo que se traduce en que a esta legislatura le quedan tres telediarios. O menos.
Pobre es el balance de lo logrado en el tramo transcurrido de su mandato, con una ley de presupuestos aprobada y poco más. En la mochila del mandatario socialista figuran un montón de normas con las que pretende redondear esos tres años que la Junta General del Principado le concedió en 2011. Y no quiere que al finalizar ese trayecto su cirrículo se muestre vacío de contenidos a pesar de esa vitola de "tranquilidad" que ha figurado siempre como seña de identidad de su biografía política.
Y si para ello hay que pactar con el diablo, sea. Lo dijo una vez el presidente asturiano ante el pleno del Parlamento asturiano; y lo hizo refiriéndose a los apoyos que le prestaba entonces el grupo popular. También aquí fue metafórico pero, consciente de la frase, se apresuró a aclarar que no veía en Mercedes Fernández precisamente a una diablesa. Cosas de la lengua.
Ahora, Javier Fernández y su equipo hacen cuentas y barajan votos para cuadrar los apoyos necesarios y el signo de los mismos para cada uno de los proyectos de ley que tienen previstos. No importa sumar peras con manzanas; valen churras y merinas si se alcanza el número mágico de la legislatura: veintitrés.
Ésta es ahora la estrategia socialista para ganar su particular liga: ganar cada partido elaborando la táctica adecuada para afrontar a cada equipo que tenga enfrente y, si fuere necesario, rectificar sobre el terreno para alcanzar la victoria en cada encuentro.
Nada que no tenga que ver con lo que es la esencia de la política, si lo pensamos con lógica. Lo que ocurre es que los grandes partidos, el Socialista en Asturias, han practicado durante años otro estilo, el de los clubes de relumbrón sobrados de plantilla para triunfar en sus objetivos de pasar por encima del resto, algo que el tiempo ha confirmado como insuficiente.
Podría decirse que el presidente del Principado 'ha cambiado de chaqueta' abandonando el florentinismo grandonista para sumarse al 'cholismo' obrero en boga.
En al actual panorama de mayoría minoritaria sin apoyos expresos, Javier Fernández se ha agarrado a esa frase del entrenador colchonero y ha decidido jugar cada día un nuevo partido con la esperanza de sacarlo adelante como sea, bajo la pancarta del resultadismo, aunque para ello tenga que contar con la complicidad de ese 'hombre de negro' que ha resultado ser el Partido Popular o con la inestimable colaboración puntual de un jugador contrario de equipos más débiles.
Los tiempos corren mucho más aceleradamente de lo que nuestros gobernantes quisieran y así, como quien no quiere la cosa, europeas de por medio, ya se atisban en el horizonte las próximas autonómicas, lo que se traduce en que a esta legislatura le quedan tres telediarios. O menos.
Pobre es el balance de lo logrado en el tramo transcurrido de su mandato, con una ley de presupuestos aprobada y poco más. En la mochila del mandatario socialista figuran un montón de normas con las que pretende redondear esos tres años que la Junta General del Principado le concedió en 2011. Y no quiere que al finalizar ese trayecto su cirrículo se muestre vacío de contenidos a pesar de esa vitola de "tranquilidad" que ha figurado siempre como seña de identidad de su biografía política.
Y si para ello hay que pactar con el diablo, sea. Lo dijo una vez el presidente asturiano ante el pleno del Parlamento asturiano; y lo hizo refiriéndose a los apoyos que le prestaba entonces el grupo popular. También aquí fue metafórico pero, consciente de la frase, se apresuró a aclarar que no veía en Mercedes Fernández precisamente a una diablesa. Cosas de la lengua.
Ahora, Javier Fernández y su equipo hacen cuentas y barajan votos para cuadrar los apoyos necesarios y el signo de los mismos para cada uno de los proyectos de ley que tienen previstos. No importa sumar peras con manzanas; valen churras y merinas si se alcanza el número mágico de la legislatura: veintitrés.
Ésta es ahora la estrategia socialista para ganar su particular liga: ganar cada partido elaborando la táctica adecuada para afrontar a cada equipo que tenga enfrente y, si fuere necesario, rectificar sobre el terreno para alcanzar la victoria en cada encuentro.
Nada que no tenga que ver con lo que es la esencia de la política, si lo pensamos con lógica. Lo que ocurre es que los grandes partidos, el Socialista en Asturias, han practicado durante años otro estilo, el de los clubes de relumbrón sobrados de plantilla para triunfar en sus objetivos de pasar por encima del resto, algo que el tiempo ha confirmado como insuficiente.
Podría decirse que el presidente del Principado 'ha cambiado de chaqueta' abandonando el florentinismo grandonista para sumarse al 'cholismo' obrero en boga.
viernes, 2 de mayo de 2014
Algo huele a podrido....
Una cosa es alcanzar unos acuerdos puntuales para 'salvar' las finanzas asturianas y otra bien diferente mostrar obscenamente todas las cartas sobre la mesa. Y esta segunda opción es la que han elegido en Asturias los denominados grandes partidos nacionales. PSOE y PP han iniciado una campaña en la que se juegan mucho más que unos escaños en Estrasburgo, toda vez que ambos han convertido la consulta electoral en un laboratorio de sus posibilidades futuras en frentes territoriales más restringidos.
De la espoleta ha tirado el actual eurodiputado popular Salvador Garriga, quien ha hecho una encendida llamada al electorado para que voten a su partido... o a los socialistas. Vamos, aquello de apelar al "voto útil" porque -dice- ambos grupos son los únicos que pueden "defender" los intereses de Asturias en la Unión Europea.
Algo huele a podrido en la política asturiana, podría decirse parafraseando la inmortal obra de William Shakespeare, cuando dos enemigos irreconciliables, incapaces de entenderse históricamente en lo mínimo ni en los momentos álgidos a la hora de afrontar los verdaderos problemas de esta comunidad se nos muestran ahora capaces de echarse mutuamente un capote a la hora de someterse a la voluntad popular de sus ciudadanos.
Se diría que ambos le han visto las orejas al lobo en forma de cifras demoscópicas y, aunque siempre queda el recurso a aquello de que las encuestas se equivocan, han preferido nadar en el mismo sentido y guardarse mútuamente la ropa en un angustiado intento de salvaguardar los privilegios repartidos equitativamente que les viene regalando el comunmente llamado bipartidismo. Es como si los dos grandes matones de una escuela primaria hubieran percibido que, aunque no tan agresivos, el resto de compañeros podrían unirse llegado el momento para acabar con su reinado de opresión.
Las palabras de Garriga resultan ofensivas a los oídos de cualquier demócrata, al excluir a todo el resto del arco político de ese 'nido de amor' que comparten hace años, aunque hayan aireado siempre sus problemas de pareja con más voz que convencimiento.
La situación resulta más ofensiva si se tiene en cuenta quién es la persona que formula tales aberraciones. Para defender Asturias, dice el eurodiptado con vocación de conservar su escaño de oro. ¿Para defenderla como lo ha hecho hasta ahora este señor? Sabemos muy poco de su actividad parlamentaria y lo poco que sabemos tiene más que ver con las conferencias de prensa para dar titulares que con una efectividad real. Se trata, hay que decirlo ya, de uno de esos cuneros que se creen más asturianos que nadie por el simple hecho de haber nacido en este territorio. En realidad, su biograía política habla más bien de un 'paracaidista' que ha utilizado sistemáticamente el Principado como plataforma para su ascenso o permanencia en cargios representativos con una más que estimable remuneración. Si es para seguir defendiendo nuestros intereses como hasta ahora mejor sería que se dedicara a otra cosa.
Del 'candidato' asturiano del Partido Socialista no puedo hablar porque ni su nombre conozco, pero mucho me temo que si ha conseguido billete para Bruselas no es por su arrojo y convicción, sino por ser una buena oveja en el redil de Alfredo Pérez Rubalcaba.
A estas alturas todos sabemos que tener un paisano en la lista europea tiene más de relumbrón que de capacidad efectiva en una presunta lucha por los intereses de su cuna geográfica. Aceptado eso, no estaría de más que estos 'afortunados' ganadores de la lotería política se abstuviera de hacer recomendaciones al electorado. Yo, al menos, suelo poneme en el extremo opuesto de lo que pueda ofrecerse como 'pienso' para mayoría silenciosas. Yo, señores candidatos, sí soy de los que creen que millones de moscas pueden equivocarse....
De la espoleta ha tirado el actual eurodiputado popular Salvador Garriga, quien ha hecho una encendida llamada al electorado para que voten a su partido... o a los socialistas. Vamos, aquello de apelar al "voto útil" porque -dice- ambos grupos son los únicos que pueden "defender" los intereses de Asturias en la Unión Europea.
Algo huele a podrido en la política asturiana, podría decirse parafraseando la inmortal obra de William Shakespeare, cuando dos enemigos irreconciliables, incapaces de entenderse históricamente en lo mínimo ni en los momentos álgidos a la hora de afrontar los verdaderos problemas de esta comunidad se nos muestran ahora capaces de echarse mutuamente un capote a la hora de someterse a la voluntad popular de sus ciudadanos.
Se diría que ambos le han visto las orejas al lobo en forma de cifras demoscópicas y, aunque siempre queda el recurso a aquello de que las encuestas se equivocan, han preferido nadar en el mismo sentido y guardarse mútuamente la ropa en un angustiado intento de salvaguardar los privilegios repartidos equitativamente que les viene regalando el comunmente llamado bipartidismo. Es como si los dos grandes matones de una escuela primaria hubieran percibido que, aunque no tan agresivos, el resto de compañeros podrían unirse llegado el momento para acabar con su reinado de opresión.
Las palabras de Garriga resultan ofensivas a los oídos de cualquier demócrata, al excluir a todo el resto del arco político de ese 'nido de amor' que comparten hace años, aunque hayan aireado siempre sus problemas de pareja con más voz que convencimiento.
La situación resulta más ofensiva si se tiene en cuenta quién es la persona que formula tales aberraciones. Para defender Asturias, dice el eurodiptado con vocación de conservar su escaño de oro. ¿Para defenderla como lo ha hecho hasta ahora este señor? Sabemos muy poco de su actividad parlamentaria y lo poco que sabemos tiene más que ver con las conferencias de prensa para dar titulares que con una efectividad real. Se trata, hay que decirlo ya, de uno de esos cuneros que se creen más asturianos que nadie por el simple hecho de haber nacido en este territorio. En realidad, su biograía política habla más bien de un 'paracaidista' que ha utilizado sistemáticamente el Principado como plataforma para su ascenso o permanencia en cargios representativos con una más que estimable remuneración. Si es para seguir defendiendo nuestros intereses como hasta ahora mejor sería que se dedicara a otra cosa.
Del 'candidato' asturiano del Partido Socialista no puedo hablar porque ni su nombre conozco, pero mucho me temo que si ha conseguido billete para Bruselas no es por su arrojo y convicción, sino por ser una buena oveja en el redil de Alfredo Pérez Rubalcaba.
A estas alturas todos sabemos que tener un paisano en la lista europea tiene más de relumbrón que de capacidad efectiva en una presunta lucha por los intereses de su cuna geográfica. Aceptado eso, no estaría de más que estos 'afortunados' ganadores de la lotería política se abstuviera de hacer recomendaciones al electorado. Yo, al menos, suelo poneme en el extremo opuesto de lo que pueda ofrecerse como 'pienso' para mayoría silenciosas. Yo, señores candidatos, sí soy de los que creen que millones de moscas pueden equivocarse....
jueves, 1 de mayo de 2014
Otra Universidad
En los tiempos que corren no hay sector o institución que dependa en mayor o menor medida de los recursos públicos que no aproveche la primera tribuna que se le ofrece para clamar contra los procelosos recortes aplicados a rebufo de la gran crisis económica. Y en este continuo carrusel le ha tocado ahora el turno a la Universidad.
Ayer, los rectores de las 75 instituciones académicas de toda España procedieron a la lectura simultánea de un manifiesto exigiendo la retirada de las "medidas extraordinarias" que desde hace un par de años les han venido cerrando el grifo de los recursos necesarios para mantener plantillas y servicios en los niveles exigibles.
Podría parecer una lamentación más como las que día tras día recogen los medios informativos y que, conjuntamente, configuran la instantanea de un país enclenque y alicaído. Sin embargo, la reclamación universitaria adquiere un carácter especial si se tiene en cuenta que la formación, en general, de las nuevas generaciones figura en el frontispicio de los discursos de los dirigentes políticos, dispuestos siempre a recurrir a la prioridad de la enseñanza cada vez que el electoralismo lo requiere. No recuerdo programa político alguno que no haya situado a sus promotores como adalides de ese objetivo en la trayectoria para lograr una sociedad más avanzada y competitiva.
Seguramente en la inminente campaña para las eleeciones europeas unos y otros nos volverán a calentar los oídos con sus intenciones de poner todo el esfuerzo y los medios para lograr una estructura educativa modélica desde la base de la enseñanza primaria hasta los niveles universitarios más elevados. Otra cosa bien distinta será cuando, pasada la cita con las urnas, haya que aplicarse al reparto de los últimamente escasos recursos para atender todos los frentes.
Hacen bien los rectores en quejarse. Plantillas, precios de la matrícula o becas son algunos aspectos que en los últimos años han visto como la tijera de la recesión se cebaba sobre ellos. Es de justicia que los mandatarios universitarios hagan lo mismo que el resto de los españoles en la exigencia a sus gobernantes del cumplimiento de sus promesas electorales.
Otra cosa bien distinta es que, a su vez, el conjunto de la sociedad reclame de los encargados de dirigir las instituciones académicas la contrapartida de lograr que esos medios económicos se traduzcan en una gestión eficiente y productiva, un objetivo enfrentado a los vicios y costumbres de anquilosamiento que vienen presidiendo la vida universitaria. De nada vale que a una de estas instituciones, como la de Oviedo, le concedan rimbombantes títulos como la "excelencia" que, a la larga, se convierten en una simple vitola con la que se dan un brillo vacuosus máximos responsables.
Suele quejarse el personal docente de que las jóvenes generaciones que acceden a los estudios superiores presentan un perfil mayoritario de desidia o desinterés alarmante. Y puede que sea cierto. Pero también lo es que, si tuvieran la audacia de hacer un examen interior, descubrirían que tampoco su estamento, en términos generales, está a la altura de las necesidades del momento. Perderse en debates sobre la vestimenta de los alumnos o de si estos usan indebiodamente el móvil en clase para chatear con los amigos no dejan de ser excusas para esquivar su dejadez en la obligada labor de puesta al día permanente.
Ayer, los rectores de las 75 instituciones académicas de toda España procedieron a la lectura simultánea de un manifiesto exigiendo la retirada de las "medidas extraordinarias" que desde hace un par de años les han venido cerrando el grifo de los recursos necesarios para mantener plantillas y servicios en los niveles exigibles.
Podría parecer una lamentación más como las que día tras día recogen los medios informativos y que, conjuntamente, configuran la instantanea de un país enclenque y alicaído. Sin embargo, la reclamación universitaria adquiere un carácter especial si se tiene en cuenta que la formación, en general, de las nuevas generaciones figura en el frontispicio de los discursos de los dirigentes políticos, dispuestos siempre a recurrir a la prioridad de la enseñanza cada vez que el electoralismo lo requiere. No recuerdo programa político alguno que no haya situado a sus promotores como adalides de ese objetivo en la trayectoria para lograr una sociedad más avanzada y competitiva.
Seguramente en la inminente campaña para las eleeciones europeas unos y otros nos volverán a calentar los oídos con sus intenciones de poner todo el esfuerzo y los medios para lograr una estructura educativa modélica desde la base de la enseñanza primaria hasta los niveles universitarios más elevados. Otra cosa bien distinta será cuando, pasada la cita con las urnas, haya que aplicarse al reparto de los últimamente escasos recursos para atender todos los frentes.
Hacen bien los rectores en quejarse. Plantillas, precios de la matrícula o becas son algunos aspectos que en los últimos años han visto como la tijera de la recesión se cebaba sobre ellos. Es de justicia que los mandatarios universitarios hagan lo mismo que el resto de los españoles en la exigencia a sus gobernantes del cumplimiento de sus promesas electorales.
Otra cosa bien distinta es que, a su vez, el conjunto de la sociedad reclame de los encargados de dirigir las instituciones académicas la contrapartida de lograr que esos medios económicos se traduzcan en una gestión eficiente y productiva, un objetivo enfrentado a los vicios y costumbres de anquilosamiento que vienen presidiendo la vida universitaria. De nada vale que a una de estas instituciones, como la de Oviedo, le concedan rimbombantes títulos como la "excelencia" que, a la larga, se convierten en una simple vitola con la que se dan un brillo vacuosus máximos responsables.
Suele quejarse el personal docente de que las jóvenes generaciones que acceden a los estudios superiores presentan un perfil mayoritario de desidia o desinterés alarmante. Y puede que sea cierto. Pero también lo es que, si tuvieran la audacia de hacer un examen interior, descubrirían que tampoco su estamento, en términos generales, está a la altura de las necesidades del momento. Perderse en debates sobre la vestimenta de los alumnos o de si estos usan indebiodamente el móvil en clase para chatear con los amigos no dejan de ser excusas para esquivar su dejadez en la obligada labor de puesta al día permanente.
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