No tiene suerte Izquierda Unida. Cuando otras fuerzas políticas 'tradicionales' dan muestras de debilidad en la confianza de los ciudadanos y su escenario de futuro se presenta halagüeño siempre aparecen terceros capaces de amargar sus ilusiones. En esta ocasión, el elemento disgregador es Podemos que, al margen de la inagotable literatura política que arastra a su paso, ha llegado para ocupar precisamente el espacio en el que ya se veía instalada la coalición.
Porque, no nos engañemos con el ruido que producen tal catarata de informaciones y comentarios, tantos sondeos y proyecciones, la realidad es que no parecen ajustados a la realidad esos criterios según los cuales este año las porciones del pastel electoral están al alcance de cualquiera de los comensales. Tal parece que la formación de Pablo Iglesias va a llenar sus alforjas tanto con los sufragios de los anteriores votantes de comunistas o socialistas como del partido conservador. En este país, la democracia -la que tenemos, porque ya sé que son muchos los que la ponen en cuestión- ya se ha asentado, por mucho que a algunos les parezca que cuarenta años -los mismos que la dictadura franquista- es todavía poco tiempo para aseverarlo. Que existe un voto fluctuante es cierto, pero se sitúa en ese espacio indeterminado y fluido que alcanza a un grupo de población amplio pero no mayoritario. Que ese bagaje pueda ser determinante para desnivelar la balanza en uno u otro momento es obvio, pero no para la creación de un espacio propio con posibilidades reales de montar una mayoría por sí mismo.
Con estos mimbres, Izquierda Unida ha decidido iniciar un proceso de regeneración desde la cúpula con un proceso de primarias que, objetivamente, han sido un modelo de participación, por mucho que los guarismo absolutos puedan parecernos raquíticos. Y de él han salido los candidatos a presidir autonomías y ayuntamientos y, en breves semanas, se supone que permitirán también elegir desde las bases a los acompañantes de los anteriores en las listas de IU para comunidades y ayuntamientos.
En el caso de Asturias, la elección ha recaído en Gaspar Llamazares, un veterano que a muchos compañeros ha hecho dudar de la capacidad de renovación de la coalición. Da más la sensación de que, finalmente, se ha optado por una cuestión de imagen y de experiencia que de un verdadero deseo de rejuvenecer a la izquierda.
Uno de los primeros posicionamientos del todavía diputado por Asturias ha ido dirigido a tender la mano al resto de fuerzas de la izquierda y, sobre todo, a Podemos, el que considera sería su verdadero rival en las urnas. No resulta sorprendente toda vez que son muchos los dirigentes de la coalición que se han manifestado anteriormente en idéntico sentido. De alguna manera, podría decirse que, salvo la derecha, todos quisieran tener al partido de Pablo Iglesias a su lado, bien sea -como en el caso de Izquierda Unida- en unas candidaturas conjuntas, bien como en los no confesados deseos de los socialistas de poder contar con la joven organización para conformar una mayoría absoluta tras los comicios, siempre que les fueran necesarios. Las elecciones griegas de hoy son un claro ejemplo de los deseos de unos y de otros de patrimonializar al equivalente heleno de Podemos.
En el caso que nos ocupa, el deseo de Llamazares entronca perfectamente con el mismo concepto de la coalición desde sus mismos principios fundacionales. Entonces, fue el PCE de Gerardo Iglesias el que se planteó la fagocitación de otras pequeñas formaciones y colectivos de "la gauche" para configurar el poder de la izquierda más allá del PSOE. Aquella operación, vista desde la distancia, resultó fácil. Nada que ver con la situación actual, con una fuerza emergente impulsada por el descontento ciudadano y el poder mediático de las encuestas y con suficientes cartas en la mano como para no querer compartir juego con otros participantes en la partida. Pero el envite está ahí y ha quedado sobre la mesa. Sobre quien puede dirigir el juego de parejas nadie está en condiciones aún de dictar sentencia.
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