Faltan menos de veinticuatro horas para la constitución de las corporaciones municipales salidas de las urnas el día 24 del pasado mes de mayo y, salvo sorpresas de última hora -en esto de la política no hay que descartarlas hasta que el árbitro dé el pitido final-, la dirección de las mismas -las alcaldías- pueden tener resultados insospechados frente a tanta alegría derrochada en aquella noche electoral.
En primer lugar, porque estas tres semanas de tensión y negociaciones han confirmado que las reglas del juego han cambiado y que lo que era válido hasta hora ha dejado ya de serlo. En la ecuación institucional se ha introducido una nueva variable -y numéricamente muy relevante- que hace que los instrumentos de cálculo se muestren obsoletos. Ya no es sólo que haya que conjugar algunas siglas más que hasta la fecha, sino que los elementos nuevos no responden a las viejas operaciones básicas.
Desde aquella noche del 24 de mayo mucha agua ha pasado por debajo del puente de las institucionesy mucha tinta ha corrido por las páginas de los medios informativos. En aquellas horas, los dos partidos hasta entonces hegemónicos empezaron a sumar de acuerdo a sus conceptos bipartidistas y, ante sus respectivos fracasos de representación, conjugaron esa otra bipolaridad de la derecha y la izquierda. Ya me refería días atrás a ello y no voy a insistir ahora en estos planteamientos. Eran PSOE, Podemos e IU, por un lado, y PP y Ciudadanos, por otro (Foro, es esa rara avis con la que contamos los asturianos que nunca sabes de dónde viene ni hacia dónde va). Craso error, como la realidad se ha encargado de demostrar. Si acaso, podría decirse que el partido de Albert Rivera responde de alguna manera a los viejos conceptos, aunque empeñados en ubicarse en un centro en estos momentos absolutamente desatendido, capaz de apoyar a la candidata socialista en Andalucía o a la de los populares en Madrid, por citar dos de los grandes escenarios en liza.
Pero nada de esto vale para Podemos. Socialistas y ecocomunistas se las prometían muy felices con los que denominaron "frentes populares", capaces de teñir de rojo el hasta ahora mapa azul español. No contaban, como se ha demostrado, que el partido de Pablo Iglesias, que en cada sitio se presentaba con una denominación diferente, fruto de su peculiar estructura orgánica, estaba lejos de cualquier clasificación al uso y, en muchos casos, bien alejado de seguir consignas de carácter general, tanto del conjunto de esos "frentes de izquierda" como de su propia cúpula nacional, más preocupada de organizar de alguna manera ese marasmo de forma que no les alterase los planes para noviembre.
Con independencia de lo que ocurra mañana, lo más triste que los españoles hemos constatado en estas últimas semanas es que, lejos de adaptarse al nuevo escenario, los hasta ahora mayoritarios han tratado de imponer sus estilos a los recién llegados. Inició este guión el Partido Popular por boca de su candidata a la Alcaldía de Madrid. Esperanza Aguirre -a la que ya se le queda corto aquello del verso y es todo un "poema suelto"- lanzó la idea de "todos contra Podemos", sean quienes sean ese "todos". En esta ocasión se sumaron al coro de recitadores de tal lírica buena parte de sus correligionarios, incluidos algunos destacados dirigentes. No tuvo apenas eco en sus interlocutores.
Pero es que esa misma idea ha fructificado a continuación entre los socialistas, que han puesto en el frontispicio de su política de pactos el desalojo de sus viejos enemigos de las instituciones. Bien secundados por esa especie de monaguillos permanentes que son los dirigentes de Izquierda Unida, se lanzaron a la calle, a los medios de comunicación, crearon plataformas de esas de "intelectuales, artistas y profesionales" que tanto gustan a la vieja izquierda. Todo lo que sea para ganar alcaldías para los suyos, no tanto para la "izquierda". Pero volvieron a dar en hueso con esos "advenedizos" del de la coleta que van a su bola y que no quieren aupar con su voto a algunas alcaldías a señalados dirigentes de la "casta" contra la que precisamente se constituyeron en plataforma electoral. Cierto que se han adornado lo suyo con esa pantomima de consulta ciudadana que se descalifica por sí misma. En eso sí llevan razón sus fallidos "compañeros de viaje": la consulta fue el día 24 de mayo y la ciudadanía ya habló entonces y de la forma más directa.
Pero, al margen de esa floritura tan asamblearia, lo cierto es que Podemos -con sus distintas marcas locales- tiene todo el derecho a aspirar al bastón de mando para el que, aquí sí, les apoyaron millares y millares de personas en las urnas "oficiales". Parece que en unos cuantos municipios van a seguir esa pauta y no parece que vaya a desanimarles el que los mismos que les cortejaban hasta hace unas horas se empeñen ahora en descalificarles y culparles de empujar a las instituciones a una situación "catastrófica". La última perla la puso ayer el candidato socialista a la Alcaldía de Gijón, José María Pérez, al poner a Xixón Sí Puede ante su "responsabilidad" de poner al frente del Ayuntamiento a una "señora de Somió" (¿Dónde vive su jefe de filas, Javier Fernández, al que supongo que apoya ciegamente?) en vez de al "hijo de una limpiadora y un obrero". Lenguaje del siglo XIX, a fe mía.
En ciertos aspectos, estos políticos de PSOE e IU me recuerdan un poco a plantel técnico y directiva del equipo de fútbol de Girona, capaces de repartir toda clase de dudas enrrededor para un resultado que dependía solamente de ellos mismos y que no supieron defender en el campo.
Todavía quedan unas horas y es posible que tengamos que escuchar más afirmaciones de ese calibre. A fin de cuentas, sus colegas del PP llegaron a rememorar la "quema de conventos" y "la violación de monjas" ante el éxito electoral del partido de Pablo Iglesias. Todo lo que no pasa por ellos son "catástrofes".
¡Madre mía! Esto no tiene remedio.
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