El acuerdo mayoritario alcanzado el pasado lunes entre las fuerzas políticas que integran la Junta General del Principado no ha logrado acallar el debate en la calle sobre el montante de las retribuciones que diputados y grupos parlamentarios se han asignado. Los frágiles argumentos de que no se ha incrementado el presupuesto de la anterior legislatura a pesar de contar con un grupo más no han servido para paliar la indignación de que la primera decisión de sus señorías tras tomar posesión haya sido asegurarse unos emolumentos que colisionan abiertamente con la realidad económica y social de la comunidad autonóma.
Son muchos los argumentos que podrían enfrentarse a las palabras de los beneficiarios de tal decisión, pero quizá haya sido el portavoz de Podemos quien mejor haya desmontado en muy pocas palabras tan interesadas explicaciones. Si la propuesta del partido de Pablo Iglesias de situar en tres veces el salario mínimo interprofesional -algo más de 1.900 euros mensuales- es considerada un atentado a la "dignidad" de los parlamentarios autonómicos, su puesta en relación con lo que hoy en día es la cruda realidad de la política salarial en este país implicaría el reconocimiento de una clara injusticia en los topes establecidos legal y, sobre todo, prácticamente.
Aquellos que puedan seguirme saben que no simpatizo precisamente con el partido emergente de la izquierda ni consigo creerme sus postulados por mucho que lo intente. Lo cierto es que la argumentación de Emilio León, la manifieste él u otra persona cualquiera, es una realidad incontestable. Se me dirá que todo responde solamente a una actitd demagógica, que hay más de "postureo" que de verdad en tal posicionamiento. Todo lo que se quiera, pero los números son contundentes y la realidad, mucho más.
Lo que ha calado absolutamente en la ciudadanía -sólo hay que abrir los oídos y escuchar- es el hecho de que, cuando ha llegado la hora del cocido, todos -salvo Podemos- han arrimado el hombro para garantizarse otros cuatro años de pecunio sustancioso y seguro. Lo han hecho los de la "casta", pero también la "castilla". Unos, porque son demasiados años de profesionalización bien retribuida para renunciar ahora a cualquier cosa; otros, porque se han acostumbrado rápidamente y entienden la cacareada 'regenaración' según les cuelgue del bolsillo.
Decía hace mucho años un contrito Felipe González, después de haber cosechado un severo correctivo del electorado, aquello de "hemos entendido el mensaje", palabras luego remedadas por otros sucesores. No es el caso que nos ocupa. Por mucho que la desafección ciudadana les haga retroceder en su representación institucional, la mayoría de los cargos institucionales siguen silbando y mirando para otro lado mientras murmuran para sí mismos "no hemos entendido nada".
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