El tiempo ayuda a serenar las ideas. Y también las opiniones. Mucha agua ha fluido por debajo de los puentes desde aquel ya lejano (así me lo parece) 20 de diciembre que cambió trascendentalmente el tablero político del Estado español. Si nadie apostaba por una mayoría estable entonces, tampoco muchos nos habíamos imaginado que en todas estas semanas las dificultades para formar un Gobierno (primer y principal objetivo tras los comicios) iban a alcanzar los niveles de los últimos días.
Lo que empezó siendo una teórica partida de ajedrez siguiendo los cánones más clasicos del juego, se ha transformado en una guerra de estrategias capaces de volver tarumba al más exquisito maestro.
Los nuevos escenarios y los nuevos protagonistas han demostrado que las normas ya no son las que habían regido el juego hasta ahora y que es necesaria imaginación para sortear los meandros de intereses cruzados no siempre acordes con el bien común, ni siquiera con el bien institucional.
Ayer, los sesudos analistas han creído ver un rayo de luz con el encargo del Rey al aspirante socialista de presentar su candidatura en una cercana sesión de investidura. Para muchos de los críticos con Pedro Sánchez, éste se ha reivindicado, al fin, como un político capaz de dar un paso al frente e intentar desbloquear el impase al que se había abocado el "sistema". Ha sido un paso valiente de alguien agobiado por la necesidad de buscar apoyos desde la izquierda, o desde el centro o la derecha (nunca de los dos lados, por lo que se ha podido ver), pero también por un partido (el suyo propio) capaz de mostrarle el cainismo innato a las organizaciones políticas (las conversaciones de días atrás en el Comité Federal resultan inasumibles en un grupo serio; cuanto más su filtración a los medios de comunicación).
Realmente, el secretario general del PSOE no lo ha tenido fácil y nada hace presagiar que las cosas van a ir a mejor. Por eso, quizá, habrá quien piense que le ha echado huevos a la situación, frente a quienes defienden que solamente se trata de una huida hacia adelante tendente a evitar unas elecciones anticipadas, riesgo de dudoso resultado para un partido muy "tocado".
Mientras tanto, quien en primera instancia debería haber asumido la responsabilidad de presentarse como el candidato con más votos propios, Mariano Rajoy, y su Partido Popular, ha hecho honor a su fama de pasividad (la imagen del humorista Peridis siempre me ha parecido el mejor reflejo en una imagen de cualquier político) y ha visto como esa táctica ya no le funciona. Ha reiteardo su negativa a presentarse a la investidura y ha colocado al Jefe del Estado en una incomoda situación. Y todo por no querer abrir fronteras y, sobre todo, arriesgar (lo que si ha asumido su rival socialista). El actual presidente del Gobierno en funciones, proveniente de una aplastante mayoría absoluta, no ha querido "manchar su expediente" con un prácticamente seguro rechazo de la Cámara Baja. Eso sí, luego se lamenta de que Felipe VI le haya encargado a su rival la tarea de formar mayoría parlamentaria estable. Una vez más, el Rajoy que todos conocemos en su estado más puro. Debería haérselo ver este moderno perro del hortelano.
Porque si el líder del PP arriesgaría de haber aceptado el encargo del Jefe del Estado se trata de un peligro del que no está exento su rival socialista.
Y es que habría que hablar de esa tercera fuerza que sobre el tablero ya no mueve sus piezas de forma ortodoxa. Porque el Podemos de Pablo Iglesias se ha mostrado como una organización capaz de manejar la tácticas de acuerdo en el día a día, como esa oferta envenenada reciente a Pedro Sánchez de ser su vicepresidente y llevarse algunos de los ministerios más relevantes de "control"; no los realmente sociales que parecerían los adecuados a un partido surgido de las bases ciudadanas y que ha llevado en su frontispicio en todo momento (hasta ahora) la resolución de los problemas reales del pueblo.
Con estos "trileros" va a ser con quienes se las va a tener que ver el candidato socialista, los mismos que han elaborado sus estrategias desde su misma organización como fuerza política con el horizonte puesto en aniquilar al PSOE y ocupar su plaza. Y para ello todo es válido. No cabe duda de que su élite dirigente, perfectamente formada en las teorías políticas de las dictaduras populares, es capaz de manejar a su antojo la actualidad una vez que puede jugar con las normas clásicas pero también aplicar las suyas propias.
Por no hablar de Ciudadanos, la gran esperanza blanca que no ha sido capaz de paliar con su emergente presencia en el Parlamento el globo desinflado en que se convirtió a la hora de acudir a las urnas. No es un aliado a desestimar ni por unos ni por otros, pero siempre acabará por asumir el rol de querida, porque para "casarse" los candidatos necesitan una esposa.
En fin que la partida de ajedrez no ha hecho más que empezar y nadie puede asegurar quien se va a llevar el gato al agua. Ninguno lo tiene fácil pero unos y otros seguiran, sin duda, recurriendo a las maniobras de toda clase antes de conceder el mate.
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