Las mayorías absolutas no son buenas, dicen algunos. Gobernar sin tener que estar negociando día a día es la mejor forma de gestionar los intereses de un Estado sin sobresaltos, afirman otros. En España, en los últimos años, hemos conocido ambas situaciones con resultados de diferente evaluación según del lado del que se pronuncia.
En el momento actual, el Gobierno nacional, formado por una coalición del Partido Socialista Obrero Español y Unidas Podemos, se configuró como una mayoría minoritaria manifiestamente insuficiente para tomar las decisiones precisas sin tener que recurrir a viajar periódicamente al "mercado" de los votos de muy distinto signo. El resultado de la investidura de Pedro Sánchez como presidente dio origen a lo que algunos de sus adversarios llamaron el "Gobierno frankenstein" y que no fue otra cosa que la suma de los socios del Ejecutivo con nacionalistas, regionalistas e independentistas (en cierto modo, la misma asociación que sacó adelante la moción de censura que echó a Mariano Rajoy de la Presidencia, aunque en aquel caso el objetivo era nítido y único, desalojar al entonces inquilino de La Moncloa).
La gestión de la pandemia del Covid-19 hizo aflorar las primeras heridas en ese conglomerado de siglas a las que ya no galvanizaba una meta común clara. Sánchez empezó a perder apoyos en cada una de las ocasiones en que sometía a la consideración del Congreso de los Diputados sus medidas de excepción para atajar el desastre de la pandemia.
Pero si la crisis sanitaria se convirtió en una verdadera tragedia no menos preocupante era, y es, la empresa de sacar adelante una economía golpeada con virulencia por la epidemia. Y como el problema es mundial, todo el mundo miró a las instituciones supranacionales como el único recurso para encontrar un camino viable.
El presidente del Gobierno español ha regresado de la reciente cumbre europea con un optimismo indisimulado y el aura de triunfador en el nombre de los países "pobres" del Sur, frente a los "halcones" del Norte. Los dígitos de las ayudas aprobadas esta misma semana han acaparado los titulares por su importancia, si bien no todo el dinero vendrá canalizado tal y como Sánchez hubiera deseado. A medida que pasan las horas, vamos conociendo la letra pequeña del histórico acuerdo y me imagino que todavía nos queda mucho por leer. Por el momento, no habrá "hombres de negro" pero nos va a vigilar y la anunciada derogación de la reforma laboral del último Gobierno del Partido Popular por el momento no se toca, al mismo tiempo que un sistema de pensiones tan "generoso" como el español los "paganos" consideran que necesita un retoque. Estas son algunas de las exigencias de la Unión Europea. Un rescate? Que cada cual lo llame como quiera, pero no cabe duda de que tales "recomendaciones" no van en la línea que perseguía el Ejecutivo español.
Simultáneamente, la llamada comisión de reconstrucción constituida en el Congreso de los Diputados ha llegado a la hora de la verdad, la de las votaciones, y el presidente y su socio de Gobierno han experimentado hoy mismo la primera derrota parlamentaria de la legislatura al no conseguir sacar adelante el apartado de políticas sociales, una de las banderas de su programa. Y no la ha sacado porque quienes son todavía sus socios "externos" le han dado la espalda en el momento en el que más los necesitaba.
Todo este guión viene a representar la precaria situación del Ejecutivo cuando el acuerdo europeo parecía haberle despejado el camino para la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (no hay que olvidar que los vigentes todavía son obra del equipo de Mariano Rajoy).
Desde el final de la pandemia, el Gobierno de PSOE y UP ha entrado en un difícil equilibrio inestable al que no es ajeno el acercamiento de un mermado Ciudadanos, posible apoyo que sus socios de investidura rechazan con contundencia. Sin mencionar la peligrosa actitud de los de Pablo Iglesias que no desperdician un solo día en tratar de sacar adelante una y otra iniciativa no deseada, al menos por el momento, por los socialistas. Alardear de la unidad del Gobierno es una coletilla que ya nadie se cree seriamente.
El Partido Socialista Obrero Español es el soporte sobre el que pivota en este momento cualquier opción real de gobernanza. Pero las circunstancia han cambiado mucho en poco tiempo y cada vez que busca la fórmula para construir una mayoría suficiente para seguir adelante se encuentra con problemas en uno u otro lado. Para unos, las nuevas opciones son amistades peligrosas. Lo mismo que piensan los otros de los unos.
miércoles, 22 de julio de 2020
domingo, 28 de junio de 2020
Todo es según el color
«Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira». Un texto de nuestro paisano universal Ramón de Campoamor que ha trascendido de su autor y su tiempo para convertirse en un elemento argumental que forma parte de nuestras vidas y que, como tal, ha permitido servir de referente para situaciones con el transcurso de los años, y de los siglos.
Traigo a colación estos versos después de haber leído días atrás una información según la cual la hoy ministra de Igualdad y dirigente de Unidas Podemos, Irene Montero, ha presentado una denuncia contra una concejal de Vox de Collado Villalba por "acoso" persistente ante su vivienda.
Vaya por delante que rechazo este tipo de actuaciones, ahora y siempre, y que me parece que existen vías más democráticas para expresar la disconformidad con el adversario (habría que hablar con más precisión de enemigo?). Dicho esto, me parece que la actitud de la citada dirigente morada muestra una gran incongruencia con aquello que ella y la fuerza política que representa han predicado durante los últimos años y las quejas por encontrarse a un grupo de personas vociferantes delante del chalé cuya propiedad comparte con su pareja, el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, no casan con lo que ha predicado.
Ambos dos, y otros muchos compañeros, figuran desde hace años en las redes sociales defendiendo esas manifestaciones ante los domicilios de dirigentes del Partido Popular o de otras fuerzas ajenas, ensalzando las excelencias democráticas del procedimiento. Recuerdo perfectamente cuando un "palabro" nuevo, "escrache" inundó los titulares y las informaciones de los medios de comunicación. El término, de origen inglés según creo, lo adaptaron nuestros hermanos argentinos para algunos de los muchos tiempos de convulsión social que han vivido en los años precedentes.
El vocablo y la actuación con la que se corresponde fue importado rápidamente a España y se extendió durante un tiempo con la consiguiente polémica pública entre defensores y detractores. Son modas, dirán algunos, pero la agresión verbal a la puerta de la vivienda de un dirigente político delante de familiares, de niños, sólo parecía estar justificardo para la entonces llamada "izquierda alternativa".
Ahora, esa "izquierda alternativa" está en el Ejecutivo de la nación y comparte poder en los gobiernos de comunidades autónomas y dirige ayuntamientos muy importantes. Y su situación social también ha evolucionado de manera ostensible. Y resulta que sus adversarios han pensado que el procedimiento del escrache no es una mala idea para protestar contra quienes están dirigiendo los destinos de los ciudadanos. Pero eso no les gusta a quienes ahora han cambiado de trinchera y ven las cosas con un cristal de otro color al que les alentaba a "molestar" a aquellos con los que discrepaban políticamente.
Claro que lo del "escrache" parecía un término hasta gracioso a ratos, más allá de sus consecuencias, y han preferido recurrir al "acoso", con otras connotaciones más agresivas, aunque el escenario sea el mismo. No es lo mismo que yo lo haga a que me lo hagan a mi. Todo es según el color del cristal con que se mira.
Traigo a colación estos versos después de haber leído días atrás una información según la cual la hoy ministra de Igualdad y dirigente de Unidas Podemos, Irene Montero, ha presentado una denuncia contra una concejal de Vox de Collado Villalba por "acoso" persistente ante su vivienda.
Vaya por delante que rechazo este tipo de actuaciones, ahora y siempre, y que me parece que existen vías más democráticas para expresar la disconformidad con el adversario (habría que hablar con más precisión de enemigo?). Dicho esto, me parece que la actitud de la citada dirigente morada muestra una gran incongruencia con aquello que ella y la fuerza política que representa han predicado durante los últimos años y las quejas por encontrarse a un grupo de personas vociferantes delante del chalé cuya propiedad comparte con su pareja, el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, no casan con lo que ha predicado.
Ambos dos, y otros muchos compañeros, figuran desde hace años en las redes sociales defendiendo esas manifestaciones ante los domicilios de dirigentes del Partido Popular o de otras fuerzas ajenas, ensalzando las excelencias democráticas del procedimiento. Recuerdo perfectamente cuando un "palabro" nuevo, "escrache" inundó los titulares y las informaciones de los medios de comunicación. El término, de origen inglés según creo, lo adaptaron nuestros hermanos argentinos para algunos de los muchos tiempos de convulsión social que han vivido en los años precedentes.
El vocablo y la actuación con la que se corresponde fue importado rápidamente a España y se extendió durante un tiempo con la consiguiente polémica pública entre defensores y detractores. Son modas, dirán algunos, pero la agresión verbal a la puerta de la vivienda de un dirigente político delante de familiares, de niños, sólo parecía estar justificardo para la entonces llamada "izquierda alternativa".
Ahora, esa "izquierda alternativa" está en el Ejecutivo de la nación y comparte poder en los gobiernos de comunidades autónomas y dirige ayuntamientos muy importantes. Y su situación social también ha evolucionado de manera ostensible. Y resulta que sus adversarios han pensado que el procedimiento del escrache no es una mala idea para protestar contra quienes están dirigiendo los destinos de los ciudadanos. Pero eso no les gusta a quienes ahora han cambiado de trinchera y ven las cosas con un cristal de otro color al que les alentaba a "molestar" a aquellos con los que discrepaban políticamente.
Claro que lo del "escrache" parecía un término hasta gracioso a ratos, más allá de sus consecuencias, y han preferido recurrir al "acoso", con otras connotaciones más agresivas, aunque el escenario sea el mismo. No es lo mismo que yo lo haga a que me lo hagan a mi. Todo es según el color del cristal con que se mira.
jueves, 25 de junio de 2020
Héroes y villanos
Toda historia que se precie debe contener inevitablemente entre sus caracteres su nómina de héroes y villanos. Sin ellos nada progresa adecuadamente. Y, aunque el relato de nuestras vivencias últimas está aún en fase de escritura, ya empiezan a aparecer algunos de los candidatos a una y otra categorías.
En el bloque de los villanos sobran aspirantes, aunque varían según desde el lado desde el que se les mire. Si se suman los que unos ven como ínfames mentirosos y los que, a juicio de los otros, son "malditos bastardos" resulta que es legión el grupo de los que encasillaríamos como bloque negativo.
En la categoría de héroes se posicionan con absoluta claridad los sanitarios españoles que han estado en la primera línea de la lucha contra el covid19, merecedores del Premio Princesa de Asturias de la Concordia recientemente concedido. Pero hay un personaje que ha logrado con su imagen modesta y su habla suave transformar su rostro en icono de esa terrible batalla contra una pandemia que nos ha cambiado la vida a prácticamente toda la ciudadanía de este país. Hablo, como ya habrán podido suponer, de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad.
No seré yo el que contribuya a colocar al mencionado en un pedestal. Su reciente historia tiene luces y sombras, como se encargan de recordar aquellos que no le veneran como a un santo. El epidemiólogo, cabeza visible del grupo de expertos que ha dirigido la transición por el estado de alarma y el confinamiento, aunque nombrado por el Gobierno del Partido Popular en su día, ha aceptado poner la cara por un equipo de expertos cuya composición desconocemos y probablemente nunca lleguemos a conocer, pero, sobre todo, por el Ejecutivo, amparado siempre en sus opiniones para tomar cualquier tipo de medidas, tanto las razonables como las discutibles. Podría decirse que Fernando Simón ha puesto la cara para que se la partan a él, en su caso, y no a quienes tenían la última palabra para tomar decisiones. En alguna ocasión el científico apuntó someramente que él y su "equipo" daban las recomendaciones que consideraban pertinentes, pero el ministro que comparecía a su lado era quien tenía la última responsabilidad para decretar.
Así, este curioso personaje, ha llegado a este momento con una gran cantidad de defensores a ultranza que han apuntalado su figura con muy variadas manifestaciones, inclusida la curiosa y anecdótica estampación de camisetas con su imagen. En la otra orilla algunos se encargan de rememorar controvertidas declaraciones en el inicio del problema e, incluso, a lo largo de su desarrollo.
Sea como fuere, en estos momentos Fernando Simón es la imagen de una lucha que, por el momento, tiene indicios de haber ganado. El tiempo dirá si, con la perspectiva del tiempo, esa aureola se mantiene o se derrumba. Lo que no cabe duda alguna es que, cuando llegue el momento de dictar sentencia, el epidemiólogo tiene todas las cartas para ser cabeza de turco si las cosas vienen mal dadas.
En el bloque de los villanos sobran aspirantes, aunque varían según desde el lado desde el que se les mire. Si se suman los que unos ven como ínfames mentirosos y los que, a juicio de los otros, son "malditos bastardos" resulta que es legión el grupo de los que encasillaríamos como bloque negativo.
En la categoría de héroes se posicionan con absoluta claridad los sanitarios españoles que han estado en la primera línea de la lucha contra el covid19, merecedores del Premio Princesa de Asturias de la Concordia recientemente concedido. Pero hay un personaje que ha logrado con su imagen modesta y su habla suave transformar su rostro en icono de esa terrible batalla contra una pandemia que nos ha cambiado la vida a prácticamente toda la ciudadanía de este país. Hablo, como ya habrán podido suponer, de Fernando Simón, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad.
No seré yo el que contribuya a colocar al mencionado en un pedestal. Su reciente historia tiene luces y sombras, como se encargan de recordar aquellos que no le veneran como a un santo. El epidemiólogo, cabeza visible del grupo de expertos que ha dirigido la transición por el estado de alarma y el confinamiento, aunque nombrado por el Gobierno del Partido Popular en su día, ha aceptado poner la cara por un equipo de expertos cuya composición desconocemos y probablemente nunca lleguemos a conocer, pero, sobre todo, por el Ejecutivo, amparado siempre en sus opiniones para tomar cualquier tipo de medidas, tanto las razonables como las discutibles. Podría decirse que Fernando Simón ha puesto la cara para que se la partan a él, en su caso, y no a quienes tenían la última palabra para tomar decisiones. En alguna ocasión el científico apuntó someramente que él y su "equipo" daban las recomendaciones que consideraban pertinentes, pero el ministro que comparecía a su lado era quien tenía la última responsabilidad para decretar.
Así, este curioso personaje, ha llegado a este momento con una gran cantidad de defensores a ultranza que han apuntalado su figura con muy variadas manifestaciones, inclusida la curiosa y anecdótica estampación de camisetas con su imagen. En la otra orilla algunos se encargan de rememorar controvertidas declaraciones en el inicio del problema e, incluso, a lo largo de su desarrollo.
Sea como fuere, en estos momentos Fernando Simón es la imagen de una lucha que, por el momento, tiene indicios de haber ganado. El tiempo dirá si, con la perspectiva del tiempo, esa aureola se mantiene o se derrumba. Lo que no cabe duda alguna es que, cuando llegue el momento de dictar sentencia, el epidemiólogo tiene todas las cartas para ser cabeza de turco si las cosas vienen mal dadas.
miércoles, 24 de junio de 2020
La "nueva normalidad" política
Pasadas las distintas fases del confinamiento e inmersos de lleno en la "nueva normalidad", que cada día que pasa se parece más a la de toda la vida (mascarillas aparte), el panorama político español también parece haber recuperado un cierto aire perdido en el fragor de la etapa más dura del estado de alarma. Y no es que la dicotomía derecha/izquierda, que ha sustituido a la antigua del bipartidismo PP/PSOE, se haya diluido en el sopor mental fruto de la recuperación de derechos - sobre todo- y de actividades -más o menos-. No. El Congreso de los Diputados seguirá siendo el ring donde los unos y los otros se arrojarán a la cara con idéntica prolijidad las "facturas" y los "insultos". Pero, como en el símil pugilístico, una vez abandonado el cuadrilátero los contendientes pueden ser civilizados e, incluso, en algunos casos amigos.
Si nos remontamos al inicio del estado de alarma, el perfil que nos ofrecen algunas de las fuerzas políticas nacionales se ha transfigurado ligeramente. La primera en reubicarse ha sido Ciudadanos, que trata de recuperar la imagen de centro que su fundador y líder hasta hace unos meses tiró por la borda en un tiempo récord. Muchos somos los que nos preguntamos en qué escenario estaríamos ahora si el choque de egos entre Rivera y Sánchez hubiera podido ser superado por ambos y, a la primera de urnas, se hubiera configurado un Ejecutivo conformado sumando votos. El catalán prefirió abandonar su espacio natural para ocupar el de los populares y el madrileño no supo resistirse al clamor frente al balcón de Ferraz sabiamente orquestado por los podemitas del "Con Rivera, no". Pero eso ya es pasado ficción y ahora tenemos un Gobierno en el que los órganos vitales del "corpus" son PSOE y Podemos -una mayoría aritmética insuficiente- y la construcción del resto de la anatomía da origen a lo que los rivales han dado en llamar "Gobierno Frankenstein", ya que las piezas no encajan para crear una figura de aspecto humano.
Y así, de sobresalto en sobresalto, bien tapados estos en la mayoría de las ocasiones, hemos transitado por el estado de alarma con los Illa, y Simón, y Marlaska, y Montero, hablándonos en exclusiva del único objetivo de la salud pública y de la "única" fórmula de evitar el mayor número de muertes. Lo de los decretos-ley de marcado sesgo político que nada tenían que ver con la pandemia, o el mercado persa en que se convirtió la negociación con nacionalistas e independentistas, apenas afloraban gracias a las redes sociales y en éstas se mezclaban peligrosamente con las "fake news" hasta retirarles una buena parte de la credibilidad.
También en este periodo, igualmente camuflado interesadamente, hemos presenciado que lo de socialistas y "pabloiglesistas" es un mero matrimonio de conveniencia en el que las infidelidades se suceden desde la misma noche de bodas. Los de Podemos tienen una objetivos muy claros, diáfanos, y para ello no hay más que escuchar a sus dirigentes, especialmente los dicursos de antes de su llegada a compartir el poder. Los socialistas se suponen que tienen los suyos, aunque algunas veces ni sus propios militantes o votantes entienden cuáles son. Los primeros aprovechan cualquier ocasión para dar un paso al frente que en muchas ocasiones no casa con el de los segundos.
Y así llegamos al punto en el que estamos. Ahora, Ciudadanos ha intentado hacer a la carrera la travesía del desierto y ello le ha valido la consideración de "socio fiable" del inquilino de La Moncloa, con el consiguiente cabreo de su "socio preferente". Por si fuera poco, el Partido Popular de Casado ha empezado a dar pequeños pasos hacia un espíritu negociador inimaginable hace escasas semanas (Ay, si no estuvieran de por medio Elvira Rodríguez y Nadia Calviño) y ya no se descarta que pueda apoyar algún proyecto de presupuestos.
Este nuevo escenario suministra a Pedro Sánchez un juego de naipes más esperanzador, sobre todo ahora que los republicanos catalanes ofrecen menos garantías para sus objetivos. Que nadie se engañe; no habrá elecciones pronto. Ni el presidente del Gobierno va a convocarlas, ni la oposición tiene alternativa alguna de conformar una mayoría que derivara en una moción de censura. Sin embargo, la asunción de la necesidad de unir fuerzas ante lo que se avecina (la crisis económica amenaza con dejar corta la sanitaria) facilita al Ejecutivo distintas jugadas en la difícil partida que se le avecina. Igual ya no se plantea firmar documentos (Ay Adriana!!!!!) con EH Bildu o rebajarse al despotismo de los independentistas catalanes o el trasiego mercantil de los nacionalistas vascos.
Si nos remontamos al inicio del estado de alarma, el perfil que nos ofrecen algunas de las fuerzas políticas nacionales se ha transfigurado ligeramente. La primera en reubicarse ha sido Ciudadanos, que trata de recuperar la imagen de centro que su fundador y líder hasta hace unos meses tiró por la borda en un tiempo récord. Muchos somos los que nos preguntamos en qué escenario estaríamos ahora si el choque de egos entre Rivera y Sánchez hubiera podido ser superado por ambos y, a la primera de urnas, se hubiera configurado un Ejecutivo conformado sumando votos. El catalán prefirió abandonar su espacio natural para ocupar el de los populares y el madrileño no supo resistirse al clamor frente al balcón de Ferraz sabiamente orquestado por los podemitas del "Con Rivera, no". Pero eso ya es pasado ficción y ahora tenemos un Gobierno en el que los órganos vitales del "corpus" son PSOE y Podemos -una mayoría aritmética insuficiente- y la construcción del resto de la anatomía da origen a lo que los rivales han dado en llamar "Gobierno Frankenstein", ya que las piezas no encajan para crear una figura de aspecto humano.
Y así, de sobresalto en sobresalto, bien tapados estos en la mayoría de las ocasiones, hemos transitado por el estado de alarma con los Illa, y Simón, y Marlaska, y Montero, hablándonos en exclusiva del único objetivo de la salud pública y de la "única" fórmula de evitar el mayor número de muertes. Lo de los decretos-ley de marcado sesgo político que nada tenían que ver con la pandemia, o el mercado persa en que se convirtió la negociación con nacionalistas e independentistas, apenas afloraban gracias a las redes sociales y en éstas se mezclaban peligrosamente con las "fake news" hasta retirarles una buena parte de la credibilidad.
También en este periodo, igualmente camuflado interesadamente, hemos presenciado que lo de socialistas y "pabloiglesistas" es un mero matrimonio de conveniencia en el que las infidelidades se suceden desde la misma noche de bodas. Los de Podemos tienen una objetivos muy claros, diáfanos, y para ello no hay más que escuchar a sus dirigentes, especialmente los dicursos de antes de su llegada a compartir el poder. Los socialistas se suponen que tienen los suyos, aunque algunas veces ni sus propios militantes o votantes entienden cuáles son. Los primeros aprovechan cualquier ocasión para dar un paso al frente que en muchas ocasiones no casa con el de los segundos.
Y así llegamos al punto en el que estamos. Ahora, Ciudadanos ha intentado hacer a la carrera la travesía del desierto y ello le ha valido la consideración de "socio fiable" del inquilino de La Moncloa, con el consiguiente cabreo de su "socio preferente". Por si fuera poco, el Partido Popular de Casado ha empezado a dar pequeños pasos hacia un espíritu negociador inimaginable hace escasas semanas (Ay, si no estuvieran de por medio Elvira Rodríguez y Nadia Calviño) y ya no se descarta que pueda apoyar algún proyecto de presupuestos.
Este nuevo escenario suministra a Pedro Sánchez un juego de naipes más esperanzador, sobre todo ahora que los republicanos catalanes ofrecen menos garantías para sus objetivos. Que nadie se engañe; no habrá elecciones pronto. Ni el presidente del Gobierno va a convocarlas, ni la oposición tiene alternativa alguna de conformar una mayoría que derivara en una moción de censura. Sin embargo, la asunción de la necesidad de unir fuerzas ante lo que se avecina (la crisis económica amenaza con dejar corta la sanitaria) facilita al Ejecutivo distintas jugadas en la difícil partida que se le avecina. Igual ya no se plantea firmar documentos (Ay Adriana!!!!!) con EH Bildu o rebajarse al despotismo de los independentistas catalanes o el trasiego mercantil de los nacionalistas vascos.
jueves, 11 de junio de 2020
Barbón, reservón
El Principado de Asturias, su Gobierno, se ha ganado el respeto generalizado por la gestión sanitaria durante el interminable estado de alarma decretado por el Ejecutivo español. Dirán algunos que hay circunstancia ajenas a la propia política que han tenido algo que ver con esos positivos resultados, como el aislamiento geográfico, el mismo aislamiento que en anteriores escenarios servía para recluirnos del resto de España sin que mediara una voluntad expresa de hacer tal. En la otra orilla de los argumentos, la decisión de tomar las medidas de defensa con premura o el refuerzo de la Atención Primaria cuando surgieron los primeros avisos serios del "que viene el lobo" refuerzan la imagen de la autonomía, que ha merecido informaciones destacadas en algunos de los principales medios informativos nacionales (incluso algunos internacionales).
Como ese dicho tan castizo de nuestra tierra afirma: "En la Rula no pregunten, apunten", lo cierto es que las cifras suelen ser un aval incuestionable a la hora de valorar cualquier tipo de cometido. Y esas cifras respaldan los resultados del Ejecutivo autonómico en la dirección administrativa de un periodo extraordinariamente difícil como el que nos ha tocado pasar en los más de dos meses y medio transcurridos desde que el equipo de Pedro Sánchez colocó al país en estado de alarma.
En la lenta transición entre el confinamiento total y la "nueva normalidad" ha habido de todo y no me parece este el momento (tiempo habrá) para analizarlo con absoluta objetividad. En el momento en que nos encontramos, la "desescalada" aparenta ya ser imparable y empieza a calar en la ciudadanía, al menos en Asturias, el sentimiento de que hemos recuperado buena parte de las libertades fundamentales de las que se nos ha privado en un montón de larguísimas semanas.
Quizá uno de los últimos escollos con los que nos enfrentamos, en cuanto a movilidad se refiere, sea la posibilidad de trasladarse de una región a la otra, una opción que ayer mismo parecía despejada en cuanto a las comunidades del Cantábrico se refiere. El Ejecutivo de Barbón adelantó un principio de acuerdo con Galicia para que el próximo lunes pudiéramos cruzar el Puente de los Santos en ambos sentidos, una noticia que añadía las conversaciones con su homólogo de Cantabria para extender el tránsito por toda la Cornisa. El problema, ya se veía venir, era el País Vasco, una comunidad que ha transitado por el estado de alarma a golpe de acuerdos con el Gobierno de España ajenos al objetivo único sanitario que ha sido el mantra de toda esta negra etapa. Los paisanos de Urkullu, como siempre, han conseguido con sus seis votos en el Congreso de los Diputados, superar las trabas que indicaban una situación que no era la adecuada para cambiar de fase cada vez que se producía una decisión del Estado para el conjunto del territorio nacional.
Ahora mismo, en Euskadi han surgido un par de rebrotes que han vuelto a poner en cuestión la seguridad del tránsito de sus habitantes o la llegada de foráneos con las consecuenmcias que podría tener en las vecinas comunidades de Cantabria y Navarra. Quizá por eso, el primero en apearse de cualquier acuerdo ha sido el popular y populista Miguel Ángel Revilla, quien supongo que le ha visto las orejas al lobo y ha preferido mantener la puerta cerrada a poner en riesgos sus cifras, también dignas de figurar en los primeros puestos de la gestión sanitaria.
Mientras, en Galicia, muy al contrario, Alberto Núñez Feijoo está decidido a solicitar a Madrid no solamente la libertad de movimientos con su vecina Asturias, sino la eliminación del estado de alarma sin esperar esa semana que restaría para culminar el periodo para las provincias en fase 3.
Y en el medio estamos nosotros. Desde un principio, Adrián Barbón se ha alineado claramente en el grupo de quienes prefieren llegar tarde a arriesgar con la velocidad. Por eso la portavoz de su Ejecutivo ha comunicado esta mañana que dan un paso atrás y no abrirán "fronteras" hasta el día 21 del presente mes.
Esta es una medida que merecerá aplausos, pero también reproches. Entre la prudencia y el miedo hay una fina línea que decantará la opinión pública en uno u otro sentido. Personalmente, pienso que ya no es el momento de poner puertas al campo más allá de los necesarios controles derivados de la situación de ambos territorios. Desde luego, el presidente asturiano no parece dispuesto a arriesgar ni uno solo de los maravedíes cosechados y se decanta por el papel de reservón típico de quien va ganando el partido fuera de casa y coloca a todos sus efectivos en la defensa de la portería propia para celebrar el resultado con el pitido final.
Como ese dicho tan castizo de nuestra tierra afirma: "En la Rula no pregunten, apunten", lo cierto es que las cifras suelen ser un aval incuestionable a la hora de valorar cualquier tipo de cometido. Y esas cifras respaldan los resultados del Ejecutivo autonómico en la dirección administrativa de un periodo extraordinariamente difícil como el que nos ha tocado pasar en los más de dos meses y medio transcurridos desde que el equipo de Pedro Sánchez colocó al país en estado de alarma.
En la lenta transición entre el confinamiento total y la "nueva normalidad" ha habido de todo y no me parece este el momento (tiempo habrá) para analizarlo con absoluta objetividad. En el momento en que nos encontramos, la "desescalada" aparenta ya ser imparable y empieza a calar en la ciudadanía, al menos en Asturias, el sentimiento de que hemos recuperado buena parte de las libertades fundamentales de las que se nos ha privado en un montón de larguísimas semanas.
Quizá uno de los últimos escollos con los que nos enfrentamos, en cuanto a movilidad se refiere, sea la posibilidad de trasladarse de una región a la otra, una opción que ayer mismo parecía despejada en cuanto a las comunidades del Cantábrico se refiere. El Ejecutivo de Barbón adelantó un principio de acuerdo con Galicia para que el próximo lunes pudiéramos cruzar el Puente de los Santos en ambos sentidos, una noticia que añadía las conversaciones con su homólogo de Cantabria para extender el tránsito por toda la Cornisa. El problema, ya se veía venir, era el País Vasco, una comunidad que ha transitado por el estado de alarma a golpe de acuerdos con el Gobierno de España ajenos al objetivo único sanitario que ha sido el mantra de toda esta negra etapa. Los paisanos de Urkullu, como siempre, han conseguido con sus seis votos en el Congreso de los Diputados, superar las trabas que indicaban una situación que no era la adecuada para cambiar de fase cada vez que se producía una decisión del Estado para el conjunto del territorio nacional.
Ahora mismo, en Euskadi han surgido un par de rebrotes que han vuelto a poner en cuestión la seguridad del tránsito de sus habitantes o la llegada de foráneos con las consecuenmcias que podría tener en las vecinas comunidades de Cantabria y Navarra. Quizá por eso, el primero en apearse de cualquier acuerdo ha sido el popular y populista Miguel Ángel Revilla, quien supongo que le ha visto las orejas al lobo y ha preferido mantener la puerta cerrada a poner en riesgos sus cifras, también dignas de figurar en los primeros puestos de la gestión sanitaria.
Mientras, en Galicia, muy al contrario, Alberto Núñez Feijoo está decidido a solicitar a Madrid no solamente la libertad de movimientos con su vecina Asturias, sino la eliminación del estado de alarma sin esperar esa semana que restaría para culminar el periodo para las provincias en fase 3.
Y en el medio estamos nosotros. Desde un principio, Adrián Barbón se ha alineado claramente en el grupo de quienes prefieren llegar tarde a arriesgar con la velocidad. Por eso la portavoz de su Ejecutivo ha comunicado esta mañana que dan un paso atrás y no abrirán "fronteras" hasta el día 21 del presente mes.
Esta es una medida que merecerá aplausos, pero también reproches. Entre la prudencia y el miedo hay una fina línea que decantará la opinión pública en uno u otro sentido. Personalmente, pienso que ya no es el momento de poner puertas al campo más allá de los necesarios controles derivados de la situación de ambos territorios. Desde luego, el presidente asturiano no parece dispuesto a arriesgar ni uno solo de los maravedíes cosechados y se decanta por el papel de reservón típico de quien va ganando el partido fuera de casa y coloca a todos sus efectivos en la defensa de la portería propia para celebrar el resultado con el pitido final.
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