El periodista no nace; se hace. Y una vez formado tiene grabada a fuego una señal indeleble que le hace que ya no pueda dejar de serlo. Da igual que afronte una situación laboral negativa, que se retire de la primera línea de fuego por circunstancias diversas. Al final, en el día a día sigue siendo esa persona que siempre ve lo que ocurre ante sus ojos con una visión marcada por la actualidad que la transforma en noticia, tiene que ponerle titular a todo, o a casi todo; hay, también, una especie de sexto sentido que le hace con frecuencia intuir lo que puede venir a continuación, fruto de empalmar pequeños elementos, frases, hechos aislados hasta dar forma a una hipótesis razonable que en algunos casos -no siempre, es verdad- se trasforman en tesis o, para decirlo más directamente, le lleva al siempre satisfactorio estadio de adentrarse en la futura noticia. El tiempo y el trabajo le van convirtiendo en ese intermediario capaz de trasladar al lector, oyente o espectador -da igual- la información que busca, la que le permite contar con más elementos que los que la rechazan para formarse una opinión, no la publicada, nio siquiera la pública, sino la personal.
Valga esta breve introducción como presentación de un nueva tribuna que permite a un periodista con treinta y tantos años de trabajo a sus espaldas mantener esa inquietud que le provoca la información, la opinión, la crónica y la crítica, géneros por suerte abordados en ese largo periodo. Dejar el frente de la publicación diaria no acaba con nada; al contrario, te da la oportunidad de acercarte a esa materia prima con la que has trabajado durante tanto tiempo con una perspectiva diferente. Ya no hay prisas, ni cortapisas, no están ya las presiones, ni las zancadillas, ni las traiciones, porque el examen del día siguiente ya no es un peaje de obligado paso. Ya no existen los pesados límites de la maqueta y la edición, lo que permite que te sea ajeno el rellenar por rellenar o dejarte la mitad de las ideas en el tintero por falta de espacio. Se abre, pues, una nueva etapa que, aunque con un escenario notablemente diferente, no deja de ser una continuación de una trayectoria. Y esa ilusionante marco es el que me propongo aprovechar para demostrar que, por muchas vueltas que de la vida, por mucho que la aceleración con que se mueve el mundo laboral para dar paso a los obligados relevos, la condición de periodista no se pierde al dejar de pertenecer a una plantilla, al jubilarse o prejubilarse. Sólo hace falta mantener viva la llama de la curiosidad, de la inquietud por lo que se está produciendo a tu alrededor, por los grandes titulares, pero también por esas pequeñas noticias que ocupan espacios menores y que, con un poco de atención, te ayudan a completar el puzzle de la información con mayúsculas, tener el oído atento en una conversación de bar, retener lo que se dice y lo que se deja de decir. Todo esto y mucho más, todo, afortunadamente, es aprovechable si se le sabe sacar alguna utilidad.
Esta aparentemente pretenciosa declaración de principios no es sino un modesto deseo de la voluntad de seguir cumpliendo con esa 'misión' que tú mismo te fijaste cuando descubriste lo que era ser periodista. Desde la reserva, un saludo compañeros de profesión. Seguiremos en contacto.
Qué alegría ver que esta idea ya está hecha realidad. Animo y p'alante! Que disfrutes a tope esta nueva etapa con todo lo que te ofrece... y que los demás también lo podamos disfrutar siguiéndote de cerca. Un abrazo.
ResponderEliminarUna declaración de principios siempre es un buen comienzo. Sobre todo cuando, como en el Cantábrico sabemos, en el mar hay muchos más peces de los que las artes de pesca son capaces de pescar.
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