Me lamentaba ayer de la situación a la que nos ha llevado en los últimos meses el conflicto entre los dos partidos políticos de la derecha asturiana, y lo hacía desde una posición equidistante, sin entrar a valorar cuál de ellos era más responsable o menos.
Hoy voy a dar un paso más y situarme algo más a ras de suelo para analizar lo que ha sido en este tiempo el enfrentamiento cuyo último capítulo hasta la fecha ha llevado a esta comunidad a entrar en una prórroga presupuestaria, con todos los inconvenientes que ella conlleva.
A estas alturas ya nadie puede llamarse a engaño sobre las verdaderas intenciones que esconden los protagonistas principales de esta tragedia asturiana. Desde el lado del Gobierno, y para quienes conocemos bastante bien a Francisco Álvarez-Cascos, no puede sorprendernos que, tras los resultados de mayo del pasado año, el presidente del Principado no está dispuesto a vender su alma a sus enemigos irreconciliables; al contrario, y a pesar de su precaria mayoría minoritaria en el Parlamento, se vio desde el principio que su intención no era otra que seguir su 'hoja de ruta', aquella que se resumía, cuando todavía era militante del Partido Popular y su nombre era valor seguro para ser el cartel electoral en las autonómicas del pasado año, en "darme la casa barrida y lista para amueblar tras arrumbar absolutamente todo el contenido anterior". Ya enfrente de sus antiguos compañeros, el objetivo seguía siendo el mismo.
Como veterano político experimentado sabía que el proyecto presupuestario para 2012 era un hito inevitable en el camino. La primera solución fue dar a entender que no habría tal proyecto, amparado como estaba en la ausencia de unas cifras estatales como consecuencia de la retirada anticipada de Zapatero y su Gobierno. La oposición, toda la oposición (o sea, las tres), puso el grito en el cielo argumentando que Cascos no elaboraba las cuentas del Principado para este año porque no sabía cómo hacerlo. Dicho y hecho, en un tiempo 'record' respondió con un proyecto probablemente presidido por la improvisación y las prisas, si tenemos en cuenta los anteriores argumentos del propio Ejecutivo. No cejó la oposición, pasando a renglón seguido a la empresa de echarlo abajo.
Sin embargo, allá en las postrimerías de 2011 algo pareció cambiar y las perspectivas de un acuerdo entre Foro y PP se ofreció como algo con posibilidades de hacerse real.
Y ahora hay que pasar del lado de los populares. Me consta que el grupo parlamentario del PP en la Junta General tenía planteado formalmente su apoyo a los presupuestos casquistas, a pesar de no compartir su elaboración ni sus cifras. La postura era clara: "No son nuestros presupuestos, no nos gustan, pero los vamos a apoyar por responsabilidad", para añadir en voz muy baja: "Es que si los rechazamos los asturianos nos comen". Estas comillas no son un rumor ni un invento del que escribe.
Pero de nuevo se produjo otro cuarto de vuelta. En esta ocasión el detonante fue el anuncio de que el entonces alcalde de Oviedo contaba con el beneplácito de Rajoy y su equipo para ser el nuevo delegado del Gobierno. Fue saltar la noticia y el irrefrenable Gabino de Lorenzo, reforzado en su orgullo y en su papel regional, dio a entender a través de su 'diario oficial' las maldades de las cuentas del Ejecutivo de Cascos y la voluntad de echarlos abajo.
Algunos diputados regionales del PP se echaban las manos a la cabeza preguntándose hasta dónde podía llegar su 'jefe espiritual', que les había tirado por tierra todo el trabajo de semanas analizando números y partidas, dando lugar, al menos, a un conocimiento preciso de los fallos y anomalías que, a su juicio, tenía el proyecto.
Pero como donde hay patrón no manda marinero, un crecido De Lorenzo impuso su criterio y los resultados a la vista están. El casquismo ha vuelto a encontrarse con la casquería, el estilo de un personalismo vengativo que, como el del propio presidente asturiano, no tiene fijados límites.
Mientras Cascos se recupera del golpe y mantiene su pulso, en el actual equipo dirigente del PP asturiano todos parecen festejar el castigo infligido al enemigo acérrimo, esperando verle tambalearse sonado.
En tanto esperamos a ver como reacciona el 'boxeador', nadie duda ya a estas alturas de que la única posibilidad de que esta región pueda tener un mínimo horizonte desde la correlación de fuerzas actual pasa por el congreso regional de los populares de la primavera próxima. Son muchos los que en ese partido aseguran que el cónclave tiene que ser el de la renovación "real", no la ficticia de hace cuatro años, y que la misma tiene que pasar por el ascenso anunciado de Mercedes Fernández, la única esperanza de que la derecha asturiana, sin amarse, pueda instaurar un poco de sensatez en el actual marco social y económico de la comunidad. En el otro ya sabemos quién es el único que tiene la faculta de hacerlo y cómo se las gasta. De lo contrario, es algo más que una posibilidad que la izquierda empiece a pensar en que le va a tocar de nuevo buscar a un presidente para el Principado.