lunes, 16 de enero de 2012

Americanadas

Anoche tuve la humorada de permanecer en vela hasta las cinco de la madrugada para seguir por televisión la denominada gala de entrega de los Globos de Oro, con los que la asociación de la prensa internacional de Los Ángeles premia a quienes se supone que son los mejores del cine y la televisión del último año. Acostumbrados a ese titulillo de "antesala de los Oscar", su parentesco con los galardones de Hollywood por antonomasia va más allá de las posibles coincidencias hasta haberse convertido en una réplica exacta en la que apenas el alcohol y el compadreo de compartir mesa y mantel establece diferencias entre ambas citas.

Después de varias noches en vela a lo largo de los últimos años la reflexión que me hacía esta mañana era si realmente vale la pena quitarle horas al sueño para ser espectador de esta 'americanada' que año tras año se repite sin un ápice de imaginación, con una estructura encorsetada desde la cacareada 'alfombra roja' hasta el 'descubrimiento' de los premios gordos de esta especie de lotería en que se han convertido los galardones. Tirarse una hora escuchando a supuestos informadores que, salvo que alguien nos desvele que en España no se les traduce correctamente, convierten en 'pulitzer' a los redactores de las revistas escolares ("estás estupenda", "llevas un vestido espectacular", "espero que te diviertas" y otras lindezas similares repetidas hasta la saciedad aunque el que esté delante vaya hecho una facha), aguantarles -digo- pone a prueba al más paciente.

Superado ese primer obstáculo, empieza la gala y la llegada de los premiados al escenario se convierte en una catarata de agradecimientos en los que el actor, el director o el productor no quieren olvidar ni al chico de los cafés en el set de rodaje (cualquiera que se quede hasta el final de la proyección de una película sabe que los populares 'letreros' pueden durar más de cinco minutos), además de recordar a sus padres, a sus hijos, a sus abuelos, nietos, sobrinos, primos y demás familia (¡ah!, se me olvidaba, también a Jimmy el del bar de al lado de mi casa, que siempre ha sido muy amable y se ha preocupado por mi carrera). Una y otra vez nombres famosos, rostros populares, caras sonrientes, muestran tan escasa imaginación que tenemos que seguir acordándose de aquella bufonada de Roberto Beningni años atrás o el expresivo 'Peeeedro' de la Pe española también en una cita pasada.

¡Y qué decir de los presentadores! Cada año se nos asegura que el elegido va a ser la monda y va a sorprender a todo el mundo con su espíritu transgresor. Anoche (en USA) el elegido fue Ricky Gervais, supuesto 'enfant terrible' de la acidez cómica, que ya el año anterior había 'escandalizado' al respetable con dos o tres 'zarpazos' a conocidas caras de la pantalla. Desde luego, si la muestra es lo que vimos hace unas horas, todo parece indicar que el susodicho no podría sacarle los colores ni a una monja de clausura del siglo XIX.

Y todo esto una hora tras otra hasta las cinco de la madrugada (en España).
Superada la prueba y con una profunda pesadez en los párpados, uno se pregunta si la cosa ha valido la pena, si al final todo el interés se reduce a ver en directo e identificar en ese olimpo de mitos y estrellas a éste o aquélla y comprobar que en cultura general audiovisual no andamos nada mal. Participar en esa inmersión en el mundo del glamour se antoja entonces el único objetivo real de tres horas de un ir y venir de famosos y menos famosos sin más aliciente que sus carísimas vestimentas o sus guiños cómplices a las cámaras.

¿Valió la pena? Con rotundidad, no. Esperemos que esta vez a algunos nos sirva de escarmiento y recuperemos los horarios de sueño que se corresponden con nuestro horario oficial. Lo contrario es, aunque algunos lo practiquemos, masoquismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario