En esa inmensa mesa de juego en que se ha convertido la política española se dirime estos días cómo podría ser el nuevo mapa de las instituciones municipales y autonómicas y se ensaya, de paso, para configurar las reglas que han de marcar el diseño estatal a partir de finales de año. De la mesa comedor que era hasta ahora alguien ha tirado violentamente del mantel para sustituirlo por el tapete verde sobre el que unos tratan de mantener su consagrada veteranía y otros, los recién llegados, se niegan -al menos de boca- a jugar con las cartas marcadas que aportan sus oponentes.
Pero en todo juego tiene que haber una reglas, por relajadas que éstas sean, e incluso un nombre. Y a esta partida se la ha llamado "pactos". Una palabra conjugada hasta la saciedad, que predomina estos días en los titulares informativos -al que no lo crea le reto a hacer contabilidad del término y comprobar que reina sobre cualquier otro-y que está en el discurso de todos y cada uno de los jugadores.
Pero, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de pactos? Porque hay diferencias de concepto insalvables entre quienes han practicado con ellos durante décadas y quienes acceden a la partida con criterios flexibles, cambiantes, difusos podría llegar a decirse. Así, asistimos desde el pasado domingo a propuestas trileras, como las que lanzó desde un primer momento la candidata del PP a la Alcaldía de Madrid, luego modificada por dos veces en sentido totalmente contrario al inicial; a compromisos que no ocultan intereses meramente partidistas; a planteamientos simplemente excluyentes, y así hasta tantas soluciones como protagonistas tiene la timba.
Resulta curioso escuchar al líder de Podemos afirmar que "ahora se puede hablar con el PSOE". ¿Acaso ha sido cuestión de horas que los de Pedro Sánchez hayan caído de la burra y cambiado el menosprecio de hace pocos días por el diálogo constructivo? De eso parece estar convencido Pablo Iglesias, aunque los propios origenes de base de sus organizaciones territoriales o locales indiquen cada día que lo que vale en Tegucigalpa no sirve para Pernanbuco, por decir dos nombres ficticios al azar. No hay más que ver que el ofrecimiento lanzado en Asturias por Javier Fernández para repartirse el Principado y los principales ayuntamientos de la región ha tenido diferentes "noes" según el 'paisano' que los pronuncie. Por no hablar de ese papel de comparsa que, como casi siempre, le toca representar a Izquierda Unida, que predica un frente de izquierdas único o frente popular', algo que los socialistas temen más que a un nublado por mucho que la realidad electoral les haya puesto ante el espejo de sus consolidados conservadurismos.
¿Y qué decir de una Mercedes Fernández que reclama el apoyo de Foro -y de Ciudadanos- para someterse a la investidura para la Presidencia del Principado? Tiene razón su todavía correligionario gijonés Manuel Pecharromán cuando se pregunta si vale ahora poner los concejales de su partido a disposición de la candidatura municipal de Moriyón cuando se persiguió a los ediles de Siero en el mandato que acaba de terminar o -eso no lo dice, pero lo cito yo- o se desmontó todo un grupo municipal en la villa de Jovellanos por su apoyo puntual a la actual regidora en estos últimos años.
Queda mucha partida por jugar y las diferentes 'manos' se van a resolver de una en una. Se seguirá hablando de pactos aunque cada uno de los interlocutores esté imaginando soluciones diferentes, se mantendrán algunos pulsos siempre condicionados al "quid pro quo" mal que les pese a los partidos renovadores. Lo único cierto es que del domingo acá han cambiado muchas cosas y los apriorismos iniciales no son una excepción. Porque, al final, alguien tendrá que tomar el bastón de mando en autonomías y ayuntamientos. Andalucía está ahí de ejemplo.
viernes, 29 de mayo de 2015
martes, 26 de mayo de 2015
El nuevo bipartidismo
Superado el domingo electoral, ha llegado la hora de la verdad para las distintas fuerzas políticas que han concurrido a estas elecciones municipales y autonómicas. Atrás han quedado los supuestos aventurados por los sondeos y ahora cada cual debe trabajar con números a la hora de conjugar el verbo que se ha impuesto tras conocer los resultados definitivos: pactar. Desde este momento ya no vale jugar de farol, ni echar un órdago. Ha llegado el instante de mostrar las cartas y poner sobre la mesa el juego capaz de hacerles ganar, en este caso gobernar.
Resulta especialmente lastimoso -a mi, al menos, es la sensación que me provoca- ver a los responsables de los hasta ahora dos grandes partidos adoptar el papel de mendicantes tratando de acercar a su ascua el fuego de aquellos a los que han ninguneado, cuando no vilipendiado, hasta hace solamente algunas horas. Y resulta también ofensivo comprobar que a ninguno se le cae la cara de vergüenza a la hora de hacer sumas con los sufragios que les puedan reportar la posibilidad de mantener el poder. PSOE y PP han empezado a echar las redes en los bancos de sus antiguos nichos electorales en un intento desesperado de conservar sus feudos aunque sea a costa de no se sabe qué, puesto que a estas alturas de la película ya nadie regala nada. Los dirigentes de ambas fuerzas políticas saben que la tarea no va a ser fácil pero a buen seguro que ya estarán haciendo cuentas de hasta donde pueden entrar en el 'trueque' que podrían proponerles sus presuntos apoyos.
En el otro lado de la balanza, los nuevos triunfadores se preparan para hacer valer la fuerza de sus escaños para acabar con los privilegios de los de siempre, aunque conscientes -supongo- de que tampoco van a poder imporner unos principios que implicarían el suicidio institucional de sus interlocutores. Negociar sin cintura va a llevar consigo la posibilidad de que la 'casta' se una para defender de forma conjunta su estatus. Aquí, en Asturias, ya hemos tenido un laboratorio de ensayo que demuestra que tal unión, otrora 'contra natura', es ahora más posible que nunca. Y los números pueden facilitarlo de nuevo.
Personalmente, me resulta difícil de imaginar que Javier Fernández y los suyos estén dispuestos a aceptar las condiciones irrenunciables para un acuerdo que ha puesto sobre la mesa Podemos. Es demasiado fuerte para ingerirlo de un solo trago por quienes han disfrutado del banquete durante tantas lustros. Y que tampoco se engañe el presidente en funciones del Principado. Los de Emilio León y Daniel Ripa no van a tragar como ocurrió hace tres años con UPyD e IU con cuatro baratijas que, finalmente, ni les concedieron cuando llegó la hora de la verdad. Ahora hay que negociar con concreciones, no con fugos de artificio.
Un aspecto preocupante, a mi entender, de los resultados del domingo es el carácter excluyente, de bloques, que han devuelto a nuestra sociedad. Algo que se ha dejado notar hasta en la exigible cortesía que cabría esperar de las felicitaciones de la noche electoral a quienes lograron unos buenos resultados (los de verdad, porque ya se sabe que aquí no pierde nadie).
Ahora, los de Pablo Iglesias han puesto en el frontispicio de sus objetivos "desalojar" al PP del gobierno de las instituciones, algo legítimo pero que habla bastante explícitamiente de una nueva bipolarización de la política en España, la que nos devuelve a los difuminados conceptos de derecha e izquierda, la que eleva a titulares conceptos como un "frente popular", la que parecen dispuestos a aceptar, aunque de mala gana, los protagonistas del bipartidismo que han controlado con mano firme el devenir de la sociedad de este país y que ahora no saben como adaptarse al 'caos' que ellos mismos han provocado. ¡Que dios nos coja confesados!
Resulta especialmente lastimoso -a mi, al menos, es la sensación que me provoca- ver a los responsables de los hasta ahora dos grandes partidos adoptar el papel de mendicantes tratando de acercar a su ascua el fuego de aquellos a los que han ninguneado, cuando no vilipendiado, hasta hace solamente algunas horas. Y resulta también ofensivo comprobar que a ninguno se le cae la cara de vergüenza a la hora de hacer sumas con los sufragios que les puedan reportar la posibilidad de mantener el poder. PSOE y PP han empezado a echar las redes en los bancos de sus antiguos nichos electorales en un intento desesperado de conservar sus feudos aunque sea a costa de no se sabe qué, puesto que a estas alturas de la película ya nadie regala nada. Los dirigentes de ambas fuerzas políticas saben que la tarea no va a ser fácil pero a buen seguro que ya estarán haciendo cuentas de hasta donde pueden entrar en el 'trueque' que podrían proponerles sus presuntos apoyos.
En el otro lado de la balanza, los nuevos triunfadores se preparan para hacer valer la fuerza de sus escaños para acabar con los privilegios de los de siempre, aunque conscientes -supongo- de que tampoco van a poder imporner unos principios que implicarían el suicidio institucional de sus interlocutores. Negociar sin cintura va a llevar consigo la posibilidad de que la 'casta' se una para defender de forma conjunta su estatus. Aquí, en Asturias, ya hemos tenido un laboratorio de ensayo que demuestra que tal unión, otrora 'contra natura', es ahora más posible que nunca. Y los números pueden facilitarlo de nuevo.
Personalmente, me resulta difícil de imaginar que Javier Fernández y los suyos estén dispuestos a aceptar las condiciones irrenunciables para un acuerdo que ha puesto sobre la mesa Podemos. Es demasiado fuerte para ingerirlo de un solo trago por quienes han disfrutado del banquete durante tantas lustros. Y que tampoco se engañe el presidente en funciones del Principado. Los de Emilio León y Daniel Ripa no van a tragar como ocurrió hace tres años con UPyD e IU con cuatro baratijas que, finalmente, ni les concedieron cuando llegó la hora de la verdad. Ahora hay que negociar con concreciones, no con fugos de artificio.
Un aspecto preocupante, a mi entender, de los resultados del domingo es el carácter excluyente, de bloques, que han devuelto a nuestra sociedad. Algo que se ha dejado notar hasta en la exigible cortesía que cabría esperar de las felicitaciones de la noche electoral a quienes lograron unos buenos resultados (los de verdad, porque ya se sabe que aquí no pierde nadie).
Ahora, los de Pablo Iglesias han puesto en el frontispicio de sus objetivos "desalojar" al PP del gobierno de las instituciones, algo legítimo pero que habla bastante explícitamiente de una nueva bipolarización de la política en España, la que nos devuelve a los difuminados conceptos de derecha e izquierda, la que eleva a titulares conceptos como un "frente popular", la que parecen dispuestos a aceptar, aunque de mala gana, los protagonistas del bipartidismo que han controlado con mano firme el devenir de la sociedad de este país y que ahora no saben como adaptarse al 'caos' que ellos mismos han provocado. ¡Que dios nos coja confesados!
domingo, 17 de mayo de 2015
Sin encuestas, tendencias
A siete días de celebrar las elecciones municipales y autonómicas, la gran atracción de la jornada de hoy -visto el fiasco de una campaña electoral más improductiva que nunca- era conocer las últimas encuestas autorizadas que en esta fecha pueden publicar los medios de comunicación. Pero nos hemos quedado con las ganas. Pocos y, en muchos casos, poco creíbles han sido los sondeos de intención de voto publicados, quizá porque son muchas las alternativas electorales con opciones reales de tener representación en consistorios y parlamentos autonómicos o, también, porque cada día los presupuestos están menos predispuestos a ser gastados en estimaciones que la realidad se encarga en el momento preciso de deslegitimar.
Sí que hemos tenido ocasión de comprobar una vez más que los que no renuncian a aventurar la futura aritmética parlamentaria son los propios partidos políticos en liza, aunque todos sabemos a estas alturas que ninguna empresa demoscópica vende resultados negativos a aquél que le va a pagar por su trabajo. Sólo la voracidad para arañar un voto aquí y otro allá les lleva a seguir intentando convencer a los dudosos.
Lo que sí parece más evidente es que del análisis de tendencias, que no de representación, no es tan aventurado estimar que al menos seis candidaturas electorales van a estar presentes en la Junta General del Principado y también que a los amantes de las mayorías les va a ser harto difícil conjugar escaños para alcanzar una base de gobierno estable. Ríete tú de lo de Andalucía podríamos afirmar ante lo que se nos viene encima.
Porque, aunque todas las previsiones apuntan a que el Partido Socialista será de nuevo el más votado, también es una evidencia que no va a estar en condiciones de sumar con otras siglas esos 23 diputados regionales que dan un soporte suficiente a una gestión de gobierno. Bien es cierto que esas mismas previsiones perfilan una posible mayoría de los más votados con Podemos e Izquierda Unida, un teórico conglomerado de la izquierda al que únicamente amalgama el rechazo a sus adversarios de la derecha, algo que puede ser insuficiente a la hora de poner un programa realista en funcionamiento.
Por lo que se refiere a esa misma derecha, tal parece que Asturias ha vuelto a sus tiempos 'rojos' toda vez que el Partido Popular no ofrece visos de remontar sus malos resultados de las dos últimas citas con las urnas, Ciudadanos entrará seguramente con menos fuerza de la que algunos le pronostican y Foro, el partido de Álvarez-Cascos, se desinfla claramente una vez que su líder y motor de hace cuatro años se ha desentendido progresivamente de su proyecto por mucho que ahora trate de aparecer en público durante esta campaña (Historia bien diferente puede ser el Ayuntamiento de Gijón, un auténtico oasis para los casquistas, que se han ganado cierto reconocimiento en cuatro años de gestión al contrario -o precisamente por eso- de lo que tratan de mostrar los furibundos ataques de los socialistas de José María Pérez que en esta ocasión han centralizado toda se artillería en la regidora Carmen Moriyón y su equipo).
Queda por saber si, como dicen muchos, pervive aún una bolsa importante de indecisos que no tienen claro si van a votar el domingo próximo y, de hacerlo, a favor de quién. Sinceramente, yo no me lo creo. Pienso que a estas alturas prácticamente todos sabemos qué hacer aunque en muchos casos no estemos tan seguros del porqué. Las inercias han funcionado de forma espectacular en los últimos meses pero, a la hora de entregar a alguien nuestra confianza, pesan tanto o más las credibilidades de quienes se ofrecen para recogerla. Lo que sí tengo claro es que con sólo dos dedos de frente nadie en su sano juicio se habrá sentido incentivado estos últimos días por unos políticos incansables en su objetivo de ofrecer todo lo que no han sido capaces de llevar a la práctica con anterioridad o, en caso de no haber tocado poder, los que han transformado su ideario en auténtica utopía incapaz de casar con la realidad de los recursos de una comunidad, y de un país, que sigue instalada en la crisis por mucho en que se empeñen algunos de sus dirigentes en tratar de convencernos de lo contrario.
Sí que hemos tenido ocasión de comprobar una vez más que los que no renuncian a aventurar la futura aritmética parlamentaria son los propios partidos políticos en liza, aunque todos sabemos a estas alturas que ninguna empresa demoscópica vende resultados negativos a aquél que le va a pagar por su trabajo. Sólo la voracidad para arañar un voto aquí y otro allá les lleva a seguir intentando convencer a los dudosos.
Lo que sí parece más evidente es que del análisis de tendencias, que no de representación, no es tan aventurado estimar que al menos seis candidaturas electorales van a estar presentes en la Junta General del Principado y también que a los amantes de las mayorías les va a ser harto difícil conjugar escaños para alcanzar una base de gobierno estable. Ríete tú de lo de Andalucía podríamos afirmar ante lo que se nos viene encima.
Porque, aunque todas las previsiones apuntan a que el Partido Socialista será de nuevo el más votado, también es una evidencia que no va a estar en condiciones de sumar con otras siglas esos 23 diputados regionales que dan un soporte suficiente a una gestión de gobierno. Bien es cierto que esas mismas previsiones perfilan una posible mayoría de los más votados con Podemos e Izquierda Unida, un teórico conglomerado de la izquierda al que únicamente amalgama el rechazo a sus adversarios de la derecha, algo que puede ser insuficiente a la hora de poner un programa realista en funcionamiento.
Por lo que se refiere a esa misma derecha, tal parece que Asturias ha vuelto a sus tiempos 'rojos' toda vez que el Partido Popular no ofrece visos de remontar sus malos resultados de las dos últimas citas con las urnas, Ciudadanos entrará seguramente con menos fuerza de la que algunos le pronostican y Foro, el partido de Álvarez-Cascos, se desinfla claramente una vez que su líder y motor de hace cuatro años se ha desentendido progresivamente de su proyecto por mucho que ahora trate de aparecer en público durante esta campaña (Historia bien diferente puede ser el Ayuntamiento de Gijón, un auténtico oasis para los casquistas, que se han ganado cierto reconocimiento en cuatro años de gestión al contrario -o precisamente por eso- de lo que tratan de mostrar los furibundos ataques de los socialistas de José María Pérez que en esta ocasión han centralizado toda se artillería en la regidora Carmen Moriyón y su equipo).
Queda por saber si, como dicen muchos, pervive aún una bolsa importante de indecisos que no tienen claro si van a votar el domingo próximo y, de hacerlo, a favor de quién. Sinceramente, yo no me lo creo. Pienso que a estas alturas prácticamente todos sabemos qué hacer aunque en muchos casos no estemos tan seguros del porqué. Las inercias han funcionado de forma espectacular en los últimos meses pero, a la hora de entregar a alguien nuestra confianza, pesan tanto o más las credibilidades de quienes se ofrecen para recogerla. Lo que sí tengo claro es que con sólo dos dedos de frente nadie en su sano juicio se habrá sentido incentivado estos últimos días por unos políticos incansables en su objetivo de ofrecer todo lo que no han sido capaces de llevar a la práctica con anterioridad o, en caso de no haber tocado poder, los que han transformado su ideario en auténtica utopía incapaz de casar con la realidad de los recursos de una comunidad, y de un país, que sigue instalada en la crisis por mucho en que se empeñen algunos de sus dirigentes en tratar de convencernos de lo contrario.
sábado, 9 de mayo de 2015
La vida sigue igual
Después de unos cuantos años, ayer decidía acudir de nuevo a un mitin electoral. Era el primer día de campaña y 'debutaba' en Gijón uno de los inspiradores y caras visibles de Podemos. En los Jardines del Náutico, al aire libre, como antiguamente, Iñigo Errejón consiguió atraer en torno suyo a unos cientos de personas que se arremolinaron cerca del escenario para escuchar a uno de los políticos 'nuevos'. Fue como un retorno al pasado en el sentido de que, aunque haya pasado mucha agua por debajo de los puentes, no son tantas las cosas que han cambiado por mucho que esta palabra -cambio- se utilice cada equis años hasta la saciedad. Desde la perspectiva del curioso, los lenguajes y los estilos no difieran demasiado de los de viejas ocasiones, por mucho que las caras sean diferentes y las generaciones se sucedan.
Escuchar al ideólogo del partido de Pablo Iglesias fue como rubricar que 'la vida sigue igual' y dar fe de que los recursos de los actos públicos han cambiado quizá menos que las viejas ideologías o los acartonados programas.
En cuanto a lo que a la concurrencia se refiere, y por mucho que Errejón se esforzara en plantear un escenario de dudosos, la realidad es que esta clase de convocatoria solamente reúne a los convencidos, a aquellos que tienen muy claro su voto, algo apreciable sin estar dotado de grandes dotes sicológicas y con sólo una vista ordinaria. Ni siquiera quien suscribe, poco proclive a los planteamientos del nuevo partido, acudió a la cita con la intención de comprobar el vehículo 'del cambio'. Nada nuevo bajo el sol, más allá de la encomiable ilusión de algunos centenares de personas que realmente ansían el relevo de unas fuerzas políticas profesionalizadas y siempre alejadas de las verdaderas necesidades de la ciudadanía. En ese sentido, quizá con muy buena voluntad y cerrando los ojos, podríamos retrotraernos a aquel 1982 en el que se concretó un verdadero vuelco en la clase dirigente de este país. Claro que ahora ya todos sabemos como acabó aquello. Los 'renovadores' se institucionalizaron, relajaron sus ímpetus y descubrieron que la política real no es aquella que pintaban en sus grandes concentraciones. Y traicionaron a los votantes, a muchos millones de ellos.
Ahora, Podemos ensaya un remedo de aquellos tiempos. El franquismo y sus epígonos, son "la casta" de un bipartidismo organizado para alternarse en un cómodo guión de reparto de prebendas para ellos y para los suyos.
Quisiera creer que la historia no se va a repetir, que si Podemos llegara a gobernar -cosa bastante improbable-, sería diferente. Pero los años y la experiencia me hacen reticente, desconfiado, precavido al menos.
Si acaso, de todo el discurso de ayer en Gijón me quedaría con las medidas orientadas a 'limpiar' los vicios de los dirigentes que gobiernan las instituciones. Rebaja de sus sueldos, sí; aunque dudo que lleguen a equipararse -como afirmó Errejón- al de un salario medio de un ciudadano medio. Eliminación de los asesores, bien, pero ya sabemos como acabó lo de un partido en decadencia que acumuló el mayor número de estos 'consejeros' en una sola persona en la legislatura que ahora termina en el Principado de Asturias. Acabar con la prioridad a la hora de pagar que establece por delante las dietas y complementos de los diputados mientras a los pequeños o medianos suministradores de la Administración se les dan moratorias de muchos meses. ¿Quién no suscribiría todo esto sin dudar? Son planteamientos populares, directos, irrefutables. Pues bien, de todo esto habrá que acordarse si alguna vez la 'regeneración' llega a tocar el poder. Y, de no dar cumplimiento, habrá que demandárselo en los mismos escenarios en los que ahora lo proclaman con gradilocuencia.
Escuchar al ideólogo del partido de Pablo Iglesias fue como rubricar que 'la vida sigue igual' y dar fe de que los recursos de los actos públicos han cambiado quizá menos que las viejas ideologías o los acartonados programas.
En cuanto a lo que a la concurrencia se refiere, y por mucho que Errejón se esforzara en plantear un escenario de dudosos, la realidad es que esta clase de convocatoria solamente reúne a los convencidos, a aquellos que tienen muy claro su voto, algo apreciable sin estar dotado de grandes dotes sicológicas y con sólo una vista ordinaria. Ni siquiera quien suscribe, poco proclive a los planteamientos del nuevo partido, acudió a la cita con la intención de comprobar el vehículo 'del cambio'. Nada nuevo bajo el sol, más allá de la encomiable ilusión de algunos centenares de personas que realmente ansían el relevo de unas fuerzas políticas profesionalizadas y siempre alejadas de las verdaderas necesidades de la ciudadanía. En ese sentido, quizá con muy buena voluntad y cerrando los ojos, podríamos retrotraernos a aquel 1982 en el que se concretó un verdadero vuelco en la clase dirigente de este país. Claro que ahora ya todos sabemos como acabó aquello. Los 'renovadores' se institucionalizaron, relajaron sus ímpetus y descubrieron que la política real no es aquella que pintaban en sus grandes concentraciones. Y traicionaron a los votantes, a muchos millones de ellos.
Ahora, Podemos ensaya un remedo de aquellos tiempos. El franquismo y sus epígonos, son "la casta" de un bipartidismo organizado para alternarse en un cómodo guión de reparto de prebendas para ellos y para los suyos.
Quisiera creer que la historia no se va a repetir, que si Podemos llegara a gobernar -cosa bastante improbable-, sería diferente. Pero los años y la experiencia me hacen reticente, desconfiado, precavido al menos.
Si acaso, de todo el discurso de ayer en Gijón me quedaría con las medidas orientadas a 'limpiar' los vicios de los dirigentes que gobiernan las instituciones. Rebaja de sus sueldos, sí; aunque dudo que lleguen a equipararse -como afirmó Errejón- al de un salario medio de un ciudadano medio. Eliminación de los asesores, bien, pero ya sabemos como acabó lo de un partido en decadencia que acumuló el mayor número de estos 'consejeros' en una sola persona en la legislatura que ahora termina en el Principado de Asturias. Acabar con la prioridad a la hora de pagar que establece por delante las dietas y complementos de los diputados mientras a los pequeños o medianos suministradores de la Administración se les dan moratorias de muchos meses. ¿Quién no suscribiría todo esto sin dudar? Son planteamientos populares, directos, irrefutables. Pues bien, de todo esto habrá que acordarse si alguna vez la 'regeneración' llega a tocar el poder. Y, de no dar cumplimiento, habrá que demandárselo en los mismos escenarios en los que ahora lo proclaman con gradilocuencia.
jueves, 7 de mayo de 2015
Unas elecciones diferentes
En la madrugada próxima arranca una nueva campaña electoral para la renovación de cargos en los 78 concejos asturianos y en la Junta General del Principado. Pero no se trata de una campaña más en lo que respecta a la concurrencia; al contrario, a priori esta cita con las urnas marca un antes y un después; un antes presidido por la existencia de dos partidos mayoritarios instalados en las instituciones y un tercero en discordia destinado casi siempre a apuntalar a uno de los primeros (el hecho diferencial de Foro Asturias Ciudadanos es todavía muy reciente y sin un papel incierto salvo los espectaculares resultados de hace cuatro años) y un después marcado por cambios significativos en el elenco.
Ahora los asturianos vamos a tener la opción de apoyar a dos nuevos actores en la escena política, dos partidos surgidos precisamente del descontento originado por la gestión de los habituales y sus vicios adquiridos. Aunque lo de las ideologías cada día se muestra como concepto más obsoleto, se puede afirmar que Podemos y Ciudadanos son dos ofertas orientadas a recoger el voto de la izquierda y de la derecha hastiado de sus siglas tradicionales.
Aunque las encuestas se muestren generalmente viciadas, todo apunta a que ambas fuerzas políticas se incorporarán a las instituciones con una presencia relativamente significativa, más por esa inercia de recambio que por el carisma de sus representantes o por unos programas que el 99% de la ciudadanía desconoce. Podemos y Ciudadanos se han subido, uno primero que el otro, a la potente ola de demanda de cambios y han aprovechado ese impulso para 'colarse' en las preferencias de los votantes. Que ésta sea amplia o reducida es algo que solamente el voto va a determinar por mucho que los dirigentes de ambos se atribuyan un futuro papel relevante.
La primera consecuencia del nuevo escenario tiene incluso una relevancia física, como cuando comprobamos que aquellas tres (o cuatro en Asturias) fotografías de los candidatos con opciones -hay un montón más de concurrentes que, dicho sea con todo el respeto, van de comparsas- se han transformado en seis. Visualmente el pastel tiene mucho más merengue y guindas capaces de dar color al producto final.
Nos esperan ahora algo más de dos semanas de bombardeo con actos públicos, megafonía callejera y folletos sin cuento repartidos con tanta prodigalidad y con los mismos resultados que las ofertas de una peluquería del centro que nos entregan por la calle y arrojamos a la siguiente papelera. Lo más lamentable es que ese despliegue nos va a costar a los asturianos en torno a un millón de euros que bien precisarían algunas atenciones prioritarias. Y todo para nada, puesto que estamos hablando de una campaña incapaz de movilizar un solo sufragio indeciso. Y, además, tiene gracia que tengamos que agradecerles que hayan recortado sustancialmente esas partidas si las ponemos en relación con anteriores citas electorales.
Al margen de los gastos, lo que más irrita a amplios sectores de la ciudadanía es escuchar o ver reflejadas en las páginas de los periódicos las promesas con las que se adornan unos y otros candidatos. Unos, recuperando buena parte de aquello que han sido incapaces de cumplir cuando han tenido el poder o han disfrutado de condiciones favorables para influir en quien lo ostentaba; otros, los nuevos, poniendo una pica en Flandes para 'responsabilizarse' de cambiar las normas del juego con el objetivo de mejorar la vida de los votantes, aunque las metas se ofrezcan faltas de la necesaria dotación material para alcanzarlas.
Al final, lo único que contará es el sufragio introducido en las urnas por cada uno de los censados que decida ejercer su derecho. Lo demás, serán fuegos de artificio para lograr un papel protagonista en el proscenio institucional. A partir de ahí se olvidará todo el argumento para centrarse en una aritmética asimétrica orientada a lograr pactos estables. Y ahí estará el verdadero meollo del conflicto. Que dios reparta suerte.
Ahora los asturianos vamos a tener la opción de apoyar a dos nuevos actores en la escena política, dos partidos surgidos precisamente del descontento originado por la gestión de los habituales y sus vicios adquiridos. Aunque lo de las ideologías cada día se muestra como concepto más obsoleto, se puede afirmar que Podemos y Ciudadanos son dos ofertas orientadas a recoger el voto de la izquierda y de la derecha hastiado de sus siglas tradicionales.
Aunque las encuestas se muestren generalmente viciadas, todo apunta a que ambas fuerzas políticas se incorporarán a las instituciones con una presencia relativamente significativa, más por esa inercia de recambio que por el carisma de sus representantes o por unos programas que el 99% de la ciudadanía desconoce. Podemos y Ciudadanos se han subido, uno primero que el otro, a la potente ola de demanda de cambios y han aprovechado ese impulso para 'colarse' en las preferencias de los votantes. Que ésta sea amplia o reducida es algo que solamente el voto va a determinar por mucho que los dirigentes de ambos se atribuyan un futuro papel relevante.
La primera consecuencia del nuevo escenario tiene incluso una relevancia física, como cuando comprobamos que aquellas tres (o cuatro en Asturias) fotografías de los candidatos con opciones -hay un montón más de concurrentes que, dicho sea con todo el respeto, van de comparsas- se han transformado en seis. Visualmente el pastel tiene mucho más merengue y guindas capaces de dar color al producto final.
Nos esperan ahora algo más de dos semanas de bombardeo con actos públicos, megafonía callejera y folletos sin cuento repartidos con tanta prodigalidad y con los mismos resultados que las ofertas de una peluquería del centro que nos entregan por la calle y arrojamos a la siguiente papelera. Lo más lamentable es que ese despliegue nos va a costar a los asturianos en torno a un millón de euros que bien precisarían algunas atenciones prioritarias. Y todo para nada, puesto que estamos hablando de una campaña incapaz de movilizar un solo sufragio indeciso. Y, además, tiene gracia que tengamos que agradecerles que hayan recortado sustancialmente esas partidas si las ponemos en relación con anteriores citas electorales.
Al margen de los gastos, lo que más irrita a amplios sectores de la ciudadanía es escuchar o ver reflejadas en las páginas de los periódicos las promesas con las que se adornan unos y otros candidatos. Unos, recuperando buena parte de aquello que han sido incapaces de cumplir cuando han tenido el poder o han disfrutado de condiciones favorables para influir en quien lo ostentaba; otros, los nuevos, poniendo una pica en Flandes para 'responsabilizarse' de cambiar las normas del juego con el objetivo de mejorar la vida de los votantes, aunque las metas se ofrezcan faltas de la necesaria dotación material para alcanzarlas.
Al final, lo único que contará es el sufragio introducido en las urnas por cada uno de los censados que decida ejercer su derecho. Lo demás, serán fuegos de artificio para lograr un papel protagonista en el proscenio institucional. A partir de ahí se olvidará todo el argumento para centrarse en una aritmética asimétrica orientada a lograr pactos estables. Y ahí estará el verdadero meollo del conflicto. Que dios reparta suerte.
domingo, 3 de mayo de 2015
Sueños de campaña
"Estamos en campaña. Disculpen las promesas". Así rezaba la viñeta de El Roto que anteayer insertaba en sus páginas el diario El País, una nueva muestra del talento en la observación de la actualidad de ese ingenioso humorista gráfico que es Andrés Rábago.
Seis palabras en un sencillo dibujo que definen con precisión la situación que los españoles estamos viviendo a raíz de la inminente contienda electoral que desembocará en las urnas el próximo día 24.
Porque, si bien son numerosas las fuerzas políticas en liza que concurren a esa cita que han preferido no mostrar aún sus cartas en lo que a programas específicos se refiere, también es cierto que la extraordinaria competencia que ha establecido la presencia de nuevos partidos emergentes obliga de alguna manera a unos y a otros a marcar territorio en lo que a aspectos ideológico-generales' se refiere. Así, llevamos ya semanas escuchando a organizaciones de la derecha, de la izquierda o del presunto centro manifestarse poseedores de la pócima mágica capaz de terminar con algunos de los problemas más acuciantes de la ciudadanía. Todo hay que decirlo, mucho tiene que ver la intrusión en esta campaña de unos líderes nacionales que se sienten , como algunos deportistas en encuentros de trámite, poco obligados a respetar unas mínimas normas de racionalidad y son capaces de convertirse en feriantes de tómbola para asegurarnos que vamos a ganar -todos- el ansiado 'perro piloto'. "Qué alegría, qué alboroto", proclaman a voz en grito. Y, tras invitarnos a traspasar el espejo, nos conducen por un remedo de 'país de las maravillas' en el que sus malabares se entrecruzan con sombrereros locos, reinas de corazones o conejos blancos que, con su excepcionalidad, nos emboban mientras ellos siguen a lo suyo.
Bajadas de impuestos, atención a sectores desfavorecidos, mejores servicios básicos,... Son algunos eslóganes recurridos que nos suenan a viejos, que se han repetido cada equis años hasta la saciedad para mostrarse más falsos que una moneda de dos euros y medio con el transcurrir del tiempo.
Pues todo esto volverá a escucharse en las semanas inminentes, si es que no ha aparecido ya en los discursos preparatorios. Se abrirá de nuevo la puja -aún más si cabe por la presencia de más demandantes- y el conductor de la subasta esperará a que la cifra vaya subiendo antes de hacer caer su mazo decisorio.
A expensas de lo que pueda depararnos esa vorágine de apuestas superlativas, de la simple lectura de algunas de las que ya han ido haciendo acto de presencia se me ocurre que, juntándolas, podría hacerse un verdadero programa capaz de satisfacer hasta la última de las exigencias del común de los mortales, una auténtica plasmación de la utopía social, una sabia combinación de la piedra filosofal y el elixir de la eterna juventud.
Claro que, como ha quedado demostrado hasta la saciedad, los sueños, sueños son.
Seis palabras en un sencillo dibujo que definen con precisión la situación que los españoles estamos viviendo a raíz de la inminente contienda electoral que desembocará en las urnas el próximo día 24.
Porque, si bien son numerosas las fuerzas políticas en liza que concurren a esa cita que han preferido no mostrar aún sus cartas en lo que a programas específicos se refiere, también es cierto que la extraordinaria competencia que ha establecido la presencia de nuevos partidos emergentes obliga de alguna manera a unos y a otros a marcar territorio en lo que a aspectos ideológico-generales' se refiere. Así, llevamos ya semanas escuchando a organizaciones de la derecha, de la izquierda o del presunto centro manifestarse poseedores de la pócima mágica capaz de terminar con algunos de los problemas más acuciantes de la ciudadanía. Todo hay que decirlo, mucho tiene que ver la intrusión en esta campaña de unos líderes nacionales que se sienten , como algunos deportistas en encuentros de trámite, poco obligados a respetar unas mínimas normas de racionalidad y son capaces de convertirse en feriantes de tómbola para asegurarnos que vamos a ganar -todos- el ansiado 'perro piloto'. "Qué alegría, qué alboroto", proclaman a voz en grito. Y, tras invitarnos a traspasar el espejo, nos conducen por un remedo de 'país de las maravillas' en el que sus malabares se entrecruzan con sombrereros locos, reinas de corazones o conejos blancos que, con su excepcionalidad, nos emboban mientras ellos siguen a lo suyo.
Bajadas de impuestos, atención a sectores desfavorecidos, mejores servicios básicos,... Son algunos eslóganes recurridos que nos suenan a viejos, que se han repetido cada equis años hasta la saciedad para mostrarse más falsos que una moneda de dos euros y medio con el transcurrir del tiempo.
Pues todo esto volverá a escucharse en las semanas inminentes, si es que no ha aparecido ya en los discursos preparatorios. Se abrirá de nuevo la puja -aún más si cabe por la presencia de más demandantes- y el conductor de la subasta esperará a que la cifra vaya subiendo antes de hacer caer su mazo decisorio.
A expensas de lo que pueda depararnos esa vorágine de apuestas superlativas, de la simple lectura de algunas de las que ya han ido haciendo acto de presencia se me ocurre que, juntándolas, podría hacerse un verdadero programa capaz de satisfacer hasta la última de las exigencias del común de los mortales, una auténtica plasmación de la utopía social, una sabia combinación de la piedra filosofal y el elixir de la eterna juventud.
Claro que, como ha quedado demostrado hasta la saciedad, los sueños, sueños son.
viernes, 1 de mayo de 2015
Bienvenidos a la fiesta
Una de las servidumbres inevitables del éxito es que quien lo disfruta -o lo padece- no puede obviar estar en el punto de mira de una gran mayoría, para lo bueno y para lo malo. Y en esas anda precisamente Podemos. Ya desde los comicios europeos, donde alcanzó unos sorprendentes resultados, cualquier acto o manifestación de sus principales dirigentes tiene una repercusión mediática inimaginable hace solamente un año.
El partido que lidera Pablo Iglesias emergió desde abajo, desde los niveles más próximos a la ciudadanía llana, principalmente germinado a partir de unos grandes niveles de descontento originados por una crisis nunca bien explicada y de las consecuencias de una gestión de la misma que sólo se me ocurre calificar de lamentable.
Incardinar el espíritu del 11-M, aquel movimiento natural de rebeldía contra la injusticia y la insolidaridad, en el esquema institucional era una labor ardua; para algunos -entre los que me cuento- prácticamente imposible. Pero un importante sector del electorado español decidió dar su confianza al joven partido en las elecciones para el Parlamento Europeo y ahí empezaron los problemas. Sus dirigentes se creyeron de verás aquello de que podían incluso ganar y gobernar; las encuestas les subían mes a mes el porcentaje de apoyos, y volvió a surgir el término mágico de un país hastiado: el cambio es posible: "Podemos".
Pero la realidad nos dice que las cosas no son así de sencillas, que no se levanta un rascacielos en unos días, que los albañiles -por excelentes profesionales que sean- no pueden redactar un proyecto sólido para el mismo, que las buenas intenciones son insuficientes y que de las mismas -aseguran- está empedrado el infierno.
El problema -algunos lo comentamos hace mucho tiempo- no está en recoger descontentos en un momento de hartazgo generalizado, sino en saber encajar ese impulso en el esqueleto institucional de una nación (salvo que se elija la vía revolucionaria, que no parece el caso). A la nueva fuerza política le ha costado sobremanera edificar su propia organización interna, primero, y hacer sus candidaturas electorales para el mes próximo, después. Por muy democrático que se pretenda ser, no se puede dejar de lado la condición humana, que el pensamiento único sólo se consigue mediante la opresión y que la discrepancia tiene difícil encaje en el camino recto.
Ahora, a Podemos se le ha caído una pata de las tres que sustentaban su cúpula. Y lo ha hecho con estrépito, por mucho que a las pocas horas se hayan tratado de minimizar daños con nuevas declaraciones más complacientes y amigables. La incontable y entusiasta feligresia adquirida en su todavía corta etapa de existencia relativizará la marcha de Juan Carlos Monedero, suavizará las aristas de unas declaraciones realmente fuertes; incluso, volverá a ese recurso tan viejo como la propia política que es señalar con el dedo índice -aunque sea de mala educación- al enemigo externo, o sea, a esos partidos de la "casta" y a los medios de comunicación que les hacen el juego. Nada que no hayan practicado con profusión otros anteriormente.
Pero que nadie se engañe. El conflicto de Podemos no tiene nombre y apellidos concretos, salvo para quienes consideran que el ego de Iglesias es incapaz de no desbordar las lindes de una organización. El problema no es un señor de nombre Juan Carlos Monedero. No. Éste ya había quedado relativamente desactivado desde el mismo momento en que se pusieron de manifiesto sus presuntas irregularidades al cobrar del régimen venezolano por unos supuestos informes y, sobre todo, por el sospecha de que aquel casi medio millón de euros fue entregado para financiar la formación de la nueva fuerza política. El verdadero problema no es esta persona; es que su organización ha decidido participar en un escenario que no se presenta precisamente como una plácida llanura, sino como la cubierta de un barco agitado por las olas, algo que ningún discurso puede cambiar.
Bienvenidos a la fiesta.
El partido que lidera Pablo Iglesias emergió desde abajo, desde los niveles más próximos a la ciudadanía llana, principalmente germinado a partir de unos grandes niveles de descontento originados por una crisis nunca bien explicada y de las consecuencias de una gestión de la misma que sólo se me ocurre calificar de lamentable.
Incardinar el espíritu del 11-M, aquel movimiento natural de rebeldía contra la injusticia y la insolidaridad, en el esquema institucional era una labor ardua; para algunos -entre los que me cuento- prácticamente imposible. Pero un importante sector del electorado español decidió dar su confianza al joven partido en las elecciones para el Parlamento Europeo y ahí empezaron los problemas. Sus dirigentes se creyeron de verás aquello de que podían incluso ganar y gobernar; las encuestas les subían mes a mes el porcentaje de apoyos, y volvió a surgir el término mágico de un país hastiado: el cambio es posible: "Podemos".
Pero la realidad nos dice que las cosas no son así de sencillas, que no se levanta un rascacielos en unos días, que los albañiles -por excelentes profesionales que sean- no pueden redactar un proyecto sólido para el mismo, que las buenas intenciones son insuficientes y que de las mismas -aseguran- está empedrado el infierno.
El problema -algunos lo comentamos hace mucho tiempo- no está en recoger descontentos en un momento de hartazgo generalizado, sino en saber encajar ese impulso en el esqueleto institucional de una nación (salvo que se elija la vía revolucionaria, que no parece el caso). A la nueva fuerza política le ha costado sobremanera edificar su propia organización interna, primero, y hacer sus candidaturas electorales para el mes próximo, después. Por muy democrático que se pretenda ser, no se puede dejar de lado la condición humana, que el pensamiento único sólo se consigue mediante la opresión y que la discrepancia tiene difícil encaje en el camino recto.
Ahora, a Podemos se le ha caído una pata de las tres que sustentaban su cúpula. Y lo ha hecho con estrépito, por mucho que a las pocas horas se hayan tratado de minimizar daños con nuevas declaraciones más complacientes y amigables. La incontable y entusiasta feligresia adquirida en su todavía corta etapa de existencia relativizará la marcha de Juan Carlos Monedero, suavizará las aristas de unas declaraciones realmente fuertes; incluso, volverá a ese recurso tan viejo como la propia política que es señalar con el dedo índice -aunque sea de mala educación- al enemigo externo, o sea, a esos partidos de la "casta" y a los medios de comunicación que les hacen el juego. Nada que no hayan practicado con profusión otros anteriormente.
Pero que nadie se engañe. El conflicto de Podemos no tiene nombre y apellidos concretos, salvo para quienes consideran que el ego de Iglesias es incapaz de no desbordar las lindes de una organización. El problema no es un señor de nombre Juan Carlos Monedero. No. Éste ya había quedado relativamente desactivado desde el mismo momento en que se pusieron de manifiesto sus presuntas irregularidades al cobrar del régimen venezolano por unos supuestos informes y, sobre todo, por el sospecha de que aquel casi medio millón de euros fue entregado para financiar la formación de la nueva fuerza política. El verdadero problema no es esta persona; es que su organización ha decidido participar en un escenario que no se presenta precisamente como una plácida llanura, sino como la cubierta de un barco agitado por las olas, algo que ningún discurso puede cambiar.
Bienvenidos a la fiesta.
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