"Siempre dicen lo complicado que ye subir a Primera, pero -coño- ¡qué difícil ye bajar!" De esta espontanea manera se expresaba hace algunas horas un seguidor rojiblanco tratando de describir el sentimiento que embarga a los sportinguistas desde hace algunas semanas a propósito de los avatares por los que ha discurrido la estela reciente del equipo de sus amores.
Y es que, dejando los números a un lado y olvidándonos de la aritmética, hace ya unas cuantes jornadas que nos debatimos entre la resignación de los hechos y la esperanza que nos habilita el cálculo de probabilidades. Si cada jornada futbolística nos plantea la confirmación de que el equipo rojiblanco se encuentra entre los más flojos de la categoría este año, la posición en la tabla y la marcha de nuestros rivales hacen que el domingo por la noche se nos expriman las meninges en una complicada operación en la que se barajan los puntos de cada uno de los protagonistas de esta angustiosa historia, sus inmediatos encuentros y el encaje de bolillos subsiguiente, del que en un porcentaje, siempre demasiado corto, aparece un hipotético escenario de salvación.
Porque, si bien es verdad que el Sporting ha logrado en las últimas jornadas algunos importantes puntos también lo es que en los lances decisivos -Mallorca, Zaragoza o Villarreal, todos planteados como grandes finales- el equipo no supo estar a la altura que se le exigía. Algunos de estos mazazos nos hicieron pensar a mas de uno que la suerte estaba echada e incluso se ha planteado desde hace unas semanas el nuevo proyecto para la categoría de plata. Resultados como el triunfo en Cornellá o el de ayer ante el Betis se empeñan en devolvernos a unas ilusiones que parecían haber quedado arrumbadas tras los partidos en El Molinón ante baleares, maños y castellonenses.
La realidad en estos momentos es que las opciones de permanencia -entre un tres y un cuatro por ciento- pasan por una victoria propia en Málaga, empresa que se antoja épica aunque factible, y la derrota inseparable de Rayo Vallecano y Zaragoza. Toda una empresa digna de las viejas mitologías.
Soy de los que piensan que no es justo para los corazones rojiblancos mantener esa esperanza durante todo ese tiempo si al final el remar tanto tiene como premio morir en la orilla. Aunque también hay que convenir en que si el milagro llegara a producirse todo esos sufrimientos valdrían la pena. ¿Cuesta o no cuesta soñar?
La solución será el próximo fin de semana, pero el sentimiento de muchos seguidores -al menos el mío- me parece que queda muy bien reflejado en la frase de ese aficionado con la que iniciaba este comentario: Dios mío, "¡Qué difícil ye bajar!".
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