Me permito tomar este título prestado de un artículo publicado hace algunos años por el periodista y escritor Javier Valenzuela porque me parece que viene como anillo al dedo ahora que estamos empezando una interminable etapa electoral que, podría decirse, se ha iniciado semanas atrás con la precampaña para las municipales y autonómicas de mayo y que se prolongará, si nadie lo remedia, hasta los últimos meses del presente año, con la celebración de las legislativas.
Y digo que el título me parece apropiado porque es éste el momento en el que las fuerzas políticas comienzan a echarse en cara lo que han hecho o han dejado de hacer los otros y sientan los cimientos de lo que serán sus famosas promesas electorales, esas que, según se acepta generalmente, se hacen para no cumplirlas o, en el mejor de los casos, sin ninguna seguridad de que se van a poder llevar a efecto.
Un ejemplo paradigmático lo pone el desarrollo de esta primera jornada de un devaluado debate sobre el estado de la nación, el último -según se dice- del bipartidismo PP-PSOE, aunque en el mismo no tengan protagonismo alguno esos otros partidos emergentes que, si hacemos caso de las encuestas, van a dar un vuelco al mapa político español. De momento, Mariano Rajoy y los suyos se han empeñado en reescribir "Alicia en el país de las maravillas" para hacer llegar a la sociedad el mensaje de que hemos empezado a transitar por caminos seguros y que "somos ejemplo para Europa", un eslogan de difícil tragadera para millones de españoles. Enfrente, el debutante Pedro Sánchez ha querido enseñar a sus conciudadanos que tiene colmillos de pitbull y no los del caniche de Susana Díez. Y para ello ha adoptado un discurso agresivo enarbolando la bandera del desempleo, de la corrupción y de la pérdida de libertades, como la "herencia" aportada por los conservadores en estos tres años de mayoría absolutista.
Tras sus discursos laten dos claras consignas electorales. En el primer caso, la recuperación económica (la creación de tres millones de empleos recuerda bastante a la decepcionante realidad de algunos compromisos de los primeros años de la etapa democrática actual). En el segundo, la reconquista del estado del bienestar, arrasado -dicen- por los gobiernos conservadores hasta arrumbar a España a una depauperación de los derechos más elementales.
En ambos casos, los dos rivales políticos nos recuerdan -como antes sus predecesores- la filosofía del cuento de la lechera, donde aquella joven niña iba realizando sus cálculos de multiplicar su estatus social sustentados solamente en el viejo cántaro que llevaba al mercado, sin tener en cuenta la fragilidad o volatilidad del mismo.
De aquí en adelante, vamos a asistir -nuevamente- a una carrera en la que los hasta ahora partidos dominantes, pero también las minorías y aquellos demoscópicamente ensalzados, van a competir en la tarea de multiplicar exponencialmente los recursos sin detenerse a pensar en cuáles y cuántos son en la cruda realidad y la verdadera potencialidad de los mismos.Ya se sabe: aquello de prometer hasta meter.
Lo único que me apetece manifestar en relación con todo esto es mi creciente impaciencia por que las sucesivas convocatorias electorales confirmen la -más que necesaria, imprescindible- renovación de la representación política. Que los 'recortes' recaigan en esta ocasión en forma de pérdida de escaños sobre la mayor parte posible de tantos funestos intérpretes de la política vieja, ensimismada, corrupta, partidaria y excluyente (un 'lobo' insaciable, por mucho que intente disfrazarse de 'caperucita roja').
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