Escuchamos con frecuencia las amargas quejas de los mayores que reniegan del comportamiento y las costumbres de los más jóvenes. También oímos que, aunque el ambiente contribuye, los padres tienen buena parte de culpa de ciertas conductas antisociales, egoistas, insolidarias,... por la permisividad que han dado a sus descendientes. Parece obvio que los tiempos de bonanza que hemos vivido durante algunas largas etapas predisponen a la relajación en la disciplina y a la concesión a los vástagos de "lo que yo no tuve", aunque, en esa 'buena' disposición, en algunas cosas se pisa el acelerador más allá de lo aconsejable.
A nadie se le escapa que en estos asuntos de la educación no hay normas uniformes y cada individuo es un mundo complejo que contribuyen a forjar un sinfín de elementos. Sin embargo, la racionalidad nos dice que en la formación del niño, del joven, del adolescente, son precisos unos tiempos -más o menos flexibles- y que alterar esos periodos y 'saltarse' algunos de ellos no ayudan casi nunca al logro del individuo con sus derechos y sus deberes, con premios y con obligaciones, conocedor de hasta donde llega la frontera de sus actuaciones sin colisionar con la correspondiente a los que configuran con él la sociedad en la que vive.
Muchos de los problemas que se atribuyen, inadecuadamente con carácter general, a los chavales proceden de una dejadez de otras responsabilidades, las de los progenitores, del equivocado sentido de estos de que su hijo no tenga ni un teléfono móvil, ni ropa de marca, ni un medio de locomoción propio, peor que el de los compañeros de su entorno.
Ahora, dentro de la reforma en marcha de la normativa sobre seguridad vial, el Gobierno apunta a la rebaja a la edad de 17 años para poder conducir un automóvil. Cierto que -como tantas otras veces- la ciya como una idea sin perfilar y condiciona ese permiso a que el beneficiario vaya acompañado de un adulto. A los 17. ¿Y por qué no a los 16, o menos? ¿Qué condiciones debe reunir el acompañante que se supone que avala al nobel? ¿Debe tener su carné impoluto, con todos los puntos sin tocar o puede ser el mayor infractor de las normas de tráfico? Son muchas las incógnitas que una medida así plantea y casi siempre llevan a la conclusión de que se trata de una nueva "ocurrencia" cuyos objetivos últimos no me atrevo siquiera a aventurar. En cualquier caso, todo parece indicar que se trataría de una nueva modalidad de saltarse esos "tiempos" en la formación de la persona.
Si medidas de ese tipo prosperan y lo hacen, además, por iniciativa de la Administración -implicada en los últimos años en todo tipo de iniciativas tendentes a rebajar las sangrantes cifras de muertes en carretera- no es descabellado pensar que la rúptura de los 'calendarios' en ese proceso al que me refería irán a más y contribuirán a hacer todavía más complicada nuestra existencia en comunidad.
Quizá por ese camino, el escalofriante caso ocurrido estos días en Estados Unidos, donde un niño dirigió durante unos minutos el tráfico aéreo del JFK con la animada claque de su padre y otros compañeros del mismo, pueda no ser una execrable excepción y los infantes dirijan progresivamente nuestros destinos. En definitiva, como decía aquella famosa canción, "la vida no vale nada".
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