Llevo unos cuantos años aguantando como un jabato hasta altas horas de la madrugada para asistir al "acontecimiento más glamouroso" de cuantos en el mundo se celebran. Esta experiencia te hace sabedor de que los galardones tienen, generalmente, poco que ver con el propio espectáculo cinematográfico y que en la concesión de las doradas estatuillas influyen elementos de todo tipo que tienen que ver con compromisos, coyunturas, poses y demás accesorios que podemos llamar 'extraculturales'. Pese a todo, el carácter de juego quinielístico, la posibilidad de ver en unas pocas horas a la plana mayor del estrellato cinematográfico y la constatación de las diferencias entre esos famosos señores y señoras que deciden y los gustos propios me han parecido siempre alicientes suficientes para repetir un año tras otro.
Siguiendo esos mismos criterios, aunque con la mosca detrás de la oreja por el desarrollo de las últimas ediciones, esta madrugada preparé unas cervezas y algo que picar y me dispuse a contemplar de nuevo el 'gran espectáculo'.
Un par de horas después, prolegómenos incluidos, empecé a bostezar, y no necesariamente por el sueño. La edición de este año me resultó especialmente aburrida y sin esas pequeñas chispas que anteriormente aparecían para iluminar la galaxia del 'glamour'. De entrada, podría decirse, con carácter general, que a la ceremonia empieza a pasarle lo que al circo -por cierto, tiene mucho de él- y que el 'más difícil todavía' hace tiempo que se agotó y los pequeños cambios -por ejemplo doblar el número de candidatas a la mejor película- son piruetas que nada aportan al triple salto mortal de toda la vida. Si a ello se añade que el mundo occidental -Estados Unidos incluida- atraviesa una grave crisis económica, podría entenderse que el despliegue de medios se vio afectado notablemente hasta el extremo de dar una cierta sensación de pobreza, por mucho que la ceremonia se iniciara con un número musical al estilo más clásico de Hollywood y los dos presentadores de este año -Alec Baldwin y Steve Martin- descendieran al escenario en una burbuja metálica desde las alturas del teatro.
La pareja citada hizo buenos a casi todos sus anteriores predecesores. Sus chistes sólo merecían educadas sonrisas y algún que otro gesto amable, cuando no caras de póker como la de George Clooney -y eso que todavía no sabía que se iba a quedar sin nada en el reparto posterior-. Bromas aparte, la larga introducción se limitó a un insulso repaso a muchos de los famosos que llenaban la sala, que ya habíamos visto previamente en la alfombra roja.
Pero lo más grave de todo fue el desastre en la organización de los tiempos, con absurdos como el largo homenaje a John Hughes, un cineasta mediocre de películas juveniles, para pasar a toda velocidad por otros destacados profesionales desaparecidos en el último año con una simple foto o, en el colmo de los despropósitos, limitar la mención de los galardones honoríficos a Lauren Bacall o Roger Corman -recluidos en una remota esquina de la sala- a que ambos se pusieran en pie para que se les viera. Otros años, este apartado ponía en pie a todo el teatro y no creo que los premiados este año se lo merecieran menos.
Decía que los autores del guión parecían escolares de primaria. Otro ejemplo. Se montan un largo espectáculo de danza para presentar las cinco bandas sonoras seleccionadas y no nos dan la oportunidad de escuchar siquiera las cinco canciones originales, otro de los instantes clásicos y siempre atractivos de años precedentes. El colmo de este desaguisado llegó ya al final, obviamente pasados de tiempo, cuando Tom Hanks abrió el sobre a la mejor película sin siquiera nombrarlas, obligando a Kathryn Bigelow, que ya se iba a su butaca con la estatuilla a la mejor dirección, a girar ciento ochenta grados en su camino sin saber al principio muy bien la razón. La cosa ya venía de atrás y la parte final se vio afectada de un acelerón impropio de los premios mayores. Quizá alguien culpe de ello a la larga intervención de Jeff Bridges, mejor actor, pero para entonces la cosa ya iba fuera de control. Podría citar algunos otros casos, y también la escasa imaginación -o falta de mdios- para 'darle la vuelta' al escenario, que se nos antojaba siempre igual por mucho que se cambiasen los focos o el color de las luces.
Eso en lo que al 'gran espectáculo' se refiere. Por lo que a la decisión de los ganadores, apelo de nuevo a la variedad de condicionantes que la Academia baraja y, también hay que decirlo, a la subjetividad de cada uno de nosotros. Para muchos "En tierra hostil" no era ni mucho menos la gran película merecedora de más y mejores premios, a pesar de su buena intención argumental y su estilo seco y duro, aunque como cada año hay que dar una campanada, no está mal que Bigelow recibiera su premio para convertirse en la primera mujer que lo gana por la dirección. Sobre "Avatar", qué decir. Todo el mundo habla de ella y muchos situando en su realización un antes y un después del cine comercial, pero al final se tuvo que conformar con tres premios 'menores', lo que la convirtió en la gran perdedora de la noche al ser una de las grandes favoritas. Claro que para otros, el gran fracaso fue el de "Up in the air", que se marchó de vacío, pese a su calidad intrínseca. El culto a los géneros y, concretamente al melodrama, animó a que "Precious" no se quedará también en blanco , pese a llegar directamente al corazón de muchos votantes, y se la reconociera con dos Oscar. Éxito puede considerarse el de "Up", una película de animación que, si bien ganó en este apartado y en el de la banda sonora, tuvo un protagonismo superior en casi toda la madrugada y todo hace indicar que se pudo quedar a las puertas de mejores resultados, algo insólito en este estilo cinematográfico.
Una sorpresa agradable fue el premio a "La sonrisa de sus ojos" como mejor película de habla no inglesa y no por el patrioterismo habitual de tratarse de una coproducción española, sino por ser un 'peliculón' que cual pequeño david debía enfrentarse al goliath de Michael Haneke, "La cinta blanca", que había arrasado en todos los galardones concedidos hasta esta fecha.
Preferencias personales aparte, me quedo con la parte principal de este comentario. La ceremonia dejó mucho que desear y deja a los responsables del año que viene un inmenso campo para volver, al menos, a la 'normalidad' de tiempos pretéritos. La de este año, a mí personalmente, me ha parecido un ejemplo para lo que no se debe hacer y un aburrimiento total. Falta un año y uno cambia de criterio, pero si la 83 edición fuera ahora, aseguro que no le robaría horas al sueño. Para presenciar lo que fue la 82, prefiero enterarme por escrito al día sigiuente.
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