Hace algunas semanas me refería en esta misma tribuna elogiosamente a "Malas noticias", una película realizada específicamente para televisión por la cadena norteamericana HBO. Con posterioridad, aprovechando un reciente viaje, he podido ver en Madrid el referente documental de la misma historia, la prestigiosa "Inside job", ganadora del último Oscar en su categoría. Sin menospreciar la primera ni mucho menos, tengo que reconocer que esta última es mucho más demoledora y ácida, al presentar sin dramatización alguna los orígenes, la explosión y el desarrollo de una crisis ecónomica sin precentes en cuyas turbulentas aguas seguimos navegando como podemos la mayoría de los habitantes del planeta.
Tras visionar "Inside job", la sensación de indefensión, de pequeñez, que nos invade es tan fuerte como la de indignación y rebeldía ante la tremenda injusticia por la que unos pocos -quizá no tan pocos- sinvergüenzas han encontrado en esta depresión económica el caldo de cultivo para ser cada vez más ricos a costa de empobrecer a millones de personas.
Pero no es al documental -que, por cierto, estrenará este mes Canal+, para aquellos que pueda interesarles- a lo que aquí quería aludir, sino a su carácter de espejo del que recibimos una imagen que ahora protagonizamos los españoles, una imagen calcada, copia exacta de las impresentables maniobras que en aquel se recogen.
En este país hace tiempo que hemos empezado a repetir aquella historia que explotó con la quiebra de Lehman Brothers en Norteamérica. Recapitalización de bancos con ayudas públicas de todo tipo y escándalos sobre millonarias indemnizaciones para dar salida a los causantes de situaciones de riesgo con el dinero ajeno. En estos últimos meses, dentro de la reordenación emprendida por el Gobierno de Zapatero en el sector, el protagonismo ha pasado al apartado de las cajas de ahorros, proceso del que todavía no se ha escrito la última línea ni mucho menos. Sin embargo, lo que está empezando a calar de este problema es que el 'Inside job' español no tiene nada que envidiar -proporcionalmente a los tamaños de las entidades financieras- con el estadounidense.
Para aquellos que no lo hayan leído, les recomiendo el reportaje que el pasado domingo publicaba 'El País' sobre la crisis y salida en falso de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, que por cierto estuvo a punto de ser 'endilgada' a Cajastur. Hoy mismo, el mismo diario abre su primera página con el escándalo de la última "intervención" del Banco de España en Novacaixagalicia, la entidad resultante de la fusión de cajas en la vecina comunidad. Así, sabemos que tres directivos de la misma han recibido 23,6 millones de euros por su cese o que la entidad ha destinado 10,8 millones a su director general, cantidades que, es de suponer, suman una "pequeña parte" de los 2.465 millones de dinero público que ha inyectado la operación privatizadora.
Son sólo algunos de los ejemplos de lo que está ocurriendo en este país, algo que ya hemos tenido ocasión de conocer con detalle y sin que mayoritarimente los responsables se hayan rasgado las vestiduras. Es nuestro 'Inside job' particular, un motivo más que suficiente para aumentar el grado de indignación que transpiran las calles y que debería trasladarse el mes próximo a las urnas. Porque, en definitiva, en el documental norteamericano se ponía de manifiesto de forma muy clara las conexiones irrefutables entre el poder financiero y el poder político.
Por muy fuertes que sean los bancos, es obvio que los intentos de controlar racionalmente ese poder son más bien tibios y la clase política es responsable con su pasividad, cuando no su complacencia, de una forma o de otra de lo que está ocurriendo. ¡Para que luego nos vengan hablando de promesas electorales a propósito de la mano dura en la recaudación sobre esas fortunas!
Ante tanto cinismo e hipocresía lo único que nos queda reclamar es -cómo alguien decía estos días- ¿para cuando la privatización de los políticos? Eso sí, por favor, sin los costes de la reordenación financiera ya conocidos.
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