miércoles, 21 de diciembre de 2011

Matar al padre

Era de esperar que, pasado el mal trago de la derrota, en las filas del Partido Socialista Obrero Español se abriera la noche de los cuchillos largos y que al objetivo de la 'vendetta' se le pusiera nombre y apellidos. Hace algún tiempo que dirigentes destacados e intelectuales de los llamados de izquierda abrieron la caja de los truenos para pedir responsabilidades al Gobierno y, muy especialmente, a su rostro visible, José Luis Rodríguez Zapatero. Sin embargo, nunca hasta ahora esas críticas se habían manifestado organizadas hasta el extremo de constituirse en plataforma. En las últimas horas hemos sabido que un grupo de los hasta ayer ministros en funciones, con Carme Chacón y Francisco Caamaño a la cabeza, han optado por ese camino para la abordar lo que llaman "autocrítica" con un duro manifiesto bajo el epígrafe "Mucho PSOE por hacer".

El hasta ayer presidente del Gobierno y todavía secretario general del PSOE se ha ganado a pulso durante su segundo mandato las críticas de propios y extraños. Dicen sus colaboradores que en los últimos tiempos, en un nuevo episodio del famoso "síndrome de La Moncloa", Zapatero no escuchaba "a nadie" y que en su torre de marfil rumiaba decisiones que en muchas ocasiones no entendían ni sus más directos colaboradores. Muchos de los reproches que ahora ponen en blanco sobre negro algunos de sus camaradas ya los expresaron millones de españoles en la calle, en el bar, en las oficinas y centros de trabajo. Lo que ocurre es que por entonces los ilustres firmantes del mencionado manifiesto estaban directamente involucrados en esas decisiones, que ratificaban con su voto en el Gabinete gubernamental o en los órganos de dirección del partido. Sin embargo, ahora, sin nombrarle, esas mismas personas ponen a la derrota la cara del que hasta hace bien poco fue su líder incuestionable.

Ya resultó algo chocante y esquizofrénica la campaña de Alfredo Pérez Rubalcaba, que abandonó a toda prisa el sillón de la Vicepresidencia para 'descamisarse' y elaborar una nueva imagen de 'rojo' y 'radical' que ofrecer a los españoles en un intento por tratar de salvar los muebles de la forma que fuera. No funcionó, como las cifras electorales reflejan clarividentemente.
Ahora son otros de sus compañeros del Gobierno y dirigentes federales los que se apresuran a desmarcarse de esas responsabilidades y se apuntan al freudiano 'matar al padre', en el que personalizan todos los males, con perlas como las que atribuyen el fracaso en la doble convocatoria de comicios de mayo y noviembre a "la gestión de la crisis" o a no "llamar a ésta por su nombre" como desde años atrás ya hacía la mayoría de los españoles.

El crítico manifiesto contiene también, en un enmascaramiento más de las propias culpas, un tono de pecador arrepentido, como transmite ese apartado en el que, haciendo obvios sus cargos y responsabilidades, afirman que "una lealtad mal entendida ha hecho que se omitieran críticas necesarias".

Parece evidente que el Partido Socialista precisa una profunda renovación, algo que pasa fundamentalmente por indagar muy dentro de sí mismo para refundarse y encontrar posiciones, ideas y personas que permitan que su electorado reconocerse de nuevo en esas siglas, algo que en los últimos años se ha ido difuminando hasta perder los mínimos contornos apreciables. Lo que resulta cuando menos chocante es que se apunten ahora a esa tarea las mismas personas que han contribuido de forma relevante a esa absoluta pérdida de identidad.

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