Mientras el presidente del Principado anda de gira por algunos países de Sudamérica intentando encontrar la fuente de la vida económica, aquí, en Asturias, las noticias que nos llegan en las últimas horas sobre el presumible marco en el que se debería producir la recuperación son francamente descorazonadoras.
La más reciente ha sido la constatación de que el Gobierno de Mariano Rajoy va a abordar de forma inmediata la reforma del modelo de financiación autonómica vigente, un objetivo que, desde hace ya unos cuantos años, afrontan los sucesivos ejecutivos de la nación sin haber encontrado, hasta la fecha, la tecla que configure un sistema estable capaz de regular con raciocinio todas las variables capaces de dar forma a un modelo con vocación de pervivencia más allá de unos pocos años. Se trata de un debate repetitivo donde las presiones externas, la influencia de las comunidades 'ricas', la estrategia política, pesan mucho más que los criterios objetivos y de conjunto.
Una vez más, como hace unos cuatro años, cuando gobernaba José Luis Rodríguez Zapatero, la empresa tiene nombre propio: Cataluña y su deriva soberanista, un maremoto de consecuencias imprevisibles y que solamente podría ser frenado a base de millones de euros. Y si la comunidad autónoma gobernada por Convergencia i Unión es la parte a contentar también está meridianamente claro, sin necesidad de contar con título académico alguno, que entre las grandes perjudicadas, por no decir la más, estaría Asturias.
Los sucesivos ejecutivos de nuestra comunidad en este largo periodo de debate sobre la reforma del sistema de financiación autonómica han defendido siempre la necesidad de mantener el modelo actual, seguros como han estado de que cualquier cambio sería para peor. Lo de 'virgencita, que me quede como estoy' parece acuñado para esos mismos gobernantes. Más aún si se tiene en cuenta que el concepto de solidaridad, que imperó en los sucesivos modelos hasta el vigente, amenaza con caer en desuso, fruto del desprecio creciente hacia los menos favorecidos sazonado con los efectos de la crisis económica.
Podríamos confiar en que, el igual que ocurrió en otras ocasiones, las dificultades de repartir el pastel cuando éste se 'jibariza' anima a aventurar una ralentización en la definitiva toma de decisiones. Sin embargo, no parece el actual Gobierno del PP muy dado a andarse con demoras cuando los daños colaterales recaen sobre 'el rival más débil'.
La preocupación se acrecienta cuando recordamos que esta misma semana el ministro de Hacienda ha anunciado la creación de un tipo "moderado" a los depósitos bancarios, nueva vestimenta para el anunciado "sin afán recaudatorio" fórmula insólita lanzada con prontitud únicamente con el objetivo de paralizar las iniciativas autonómicas en esa misma dirección. El propio Cristobal Montoro se ha aprestado a aclarar que, aunque ese nuevo impuesto está dirigido a compensar a aquellas comunidades que ya lo habían implantado y se han quedado sin él, no será éste el caso del Principado, que no tendrá opción alguna de recibir fondos por esta vía. Eso sí, por "reducido" que sea, lo asturianos vamos a pagar como el resto de los españoles con nuestros ahorros el nuevo tipo estatal.
Por si todo esto fuera poco, la Agencia Tributaria nos despertaba la semana con el anuncio de la caída en enero pasado de un 22% en la recaudación fiscal en Asturias, dato que representa la confirmación de una evolución negativa galopante ya registrada el pasado año, con una caída de ingresos por impuestos superior a los 250 millones de euros.
Los periódicos sobresaltos a los que nos somete el señor Mittal; la política del ministro de Industria tendente a dar la puntilla a la minería del carbón; el inacabable y permanente cierre de empresas, son elementos acumulados que nos condenan a una actitud necesariamente pesimista sobre el futuro de nuestra región. Prácticamente ni un dato desde hace mucho tiempo contribuye a paliar este pavoroso escenario en el que nos está tocando vivir. Bueno, uno sí. El presidente del Principado se va de gira.
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