No hace muchas fechas, en una clase de inglés, el profesor nos solicitó la cita de cinco adjetivos con los que los alumnos presentes pensábamos que se definía mejor a quienes ejercen determinadas profesiones. Alguién me dirá que se trata de un tópico, de un lugar común, de una muletilla, pero el caso es que hubo una absoluta coincidencia en el recurso al término "mentiroso" cuando la actividad elegida era la del político.
Lo cierto es que la ciudadanía parece convenir en que la mentira es consustancial al discurso y la práctica de quienes desarrollan la gestión de la "res pública". Casi aceptamos que el afirmar lo contrario de lo que se quiere decir es inherente al ejercicio de la política.
Sin embargo, aunque aceptáramos que todos los dirigentes de las organizaciones políticas o sindicales son unos mentirosos, habría que puntualizar que unos lo son más que otros. Y en esa frenética carrera por el entorchado del engaño y la falsedad hay evidencias de que el actual Gobierno de la nación se lleva la palma.
Lo viene haciendo desde el mismo momento en que tomó posesión tras su aplastante victoria en noviembre de 2011. Muy pronto los grandes compromisos recogidos en su programa electoral se mostraron como lo que eran: el señuelo con el que captar los millones de descontentos con el desorientado Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. La realidad fue otra bien distinta y ni se rebajaron los impuestos, ni se transformó la Administración, ni se vio efecto alguno de las políticas orientadas a poner freno al desangramiento económico y social de una crisis galopante que sus predecesores fueron incapaces de abordar con sentido de Estado.
Ahora, a pesar de que queda algo más de un año para la cita con las urnas, el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha ordenado sonar las trompetas de una presunta recuperación vendida en forma de grandes cifras, de esa macroeconomía que a la mayor parte de los ciudadanos les suena a chino, pero que transmiten un mensaje optimista que cala en amplias capas sociales a pesar de que la realidad del día a día indique para sus integrantes lo contrario.
La traca final ha llegado este viernes en forma de una "nueva" política fiscal que el ministro de Hacienda presentó ayer en el Congreso de los Diputados. Todo lo que cambia puede denominarse "nuevo", pero en modo alguno es lícito plantear que las grandes líneas anunciadas responden a un verdadero programa pensado para descargar a los españoles del "esfuerzo" y "sacrificio" al que han sido sometidos en los últimos años.
Tras una primera ilusión, marcada por el anuncio de una rebaja "media" de algo más del 12%, ha quedado patente la primera de las "nuevas" mentiras: "Ha llegado el momento de bajar los impuestos para todos". La realidad es que bajarán algo para las rentas más desfavorecidas (ya no queda mucha teta que exprimir) y mucho para las grandes rentas (las grandes beneficiadas siempre), mientras que para las clases medias todo queda como estaba. Es la eterna historia. Frente a las consignas sindicales de tiempos pretéritos (la crisis social que la pague el capital) la de nuestra clase política -la actual y la que nos ha gobernado unos años antes- responde a un claro "la crisis económica que la paguen las clases medias".
Hay trampa en las medidas del Ejecutivo del PP. Siempre la hay. Y usted y yo lo sabemos. Aunque en algunos momentos parezca que lo olvidamos.
Lo que ya no es de recibo es que, además de cornudos, seamos apaleados. Sólo así se puede entender el mensaje del presidente del Gobierno cuando nos dice que "bajar impuestos es lo que siempre hemos querido hacer", aunque la tendencia haya sido a la inversa hasta ahora. Unas palabras que, para que la flagelación sea mayor, se complementan con las de la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal, quien, rizando el rizo, se ha atrevido a afirmar que con esta reforma fiscal el Ejecutivo del PP cumple su promesa electoral de bajar los impuestos. Hay que tener mucho rostro para atreverse a hablar así las mismas personas que entraron en La Moncloa elevando precisamente las cargas que se habían comprometido a rebajar. ¿Se puede hablar de cumplir una promesa cuando alguien devuelve algo que previamente te han quitado?
Ay, mentirosos, mentirosos.
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