A escasas horas de que se cierre el plazo para la presentación de avales de los candidatos a la Secretaría General del PSOE todo apunta a que el balance va a poner frente a frente a dos de los aspirantes: Eduardo Madina y Pedro Sánchez. El tercero en discordia, José Antonio Pérez Tapias, no había reunido a la hora de escribir estas líneas los cerca de diez avales necesarios para entrar en la disputa del cargo que todavía ostenta nominalmente Alfredo Pérez Rubalcaba. Demasiado rojo para este partido, se dirán muchos.
Sin que se puedan poner peros a la legitimidad del proceso abordado a trompicones por los socialistas tras la nueva debacle electoral de las europeas, la impresión más generalizada en la ciudadanía (menos entre los militantes) es que la renovación del partido se ha montado sobre la base de una necesidad urgente más que sobre un proyecto pensado y madurado, y de que los aspirantes a liderar la que fue fuerza política preponderante en el país durante muchos años carecen de los niveles mínimos de carisma para afrontar la responsabilidad de levantar un cuerpo agonizante.
Quizá en la cabeza de quienes siguen cociendo las ideas y cortando el bacalao socialista subyace la quimera de hallar un nuevo Zapatero, un mirlo blanco surgido desde la opacidad que pueda recuperar al menos los votos, si no el prestigio, de una organización caduca y desnortada.
En principio, se le supone a Madina una mayor experiencia a través de sus sucesivos cargos en la ejecutiva federal y en el grupo parlamentario, donde -no hay que olvidarlo- se sentaba al lado del ahora dimisionario Rubalcaba. Todo lo contrario de su oponente, Pedro Sánchez, con pocas tablas aún en el Congreso, un joven de buena imagen, culto y refinado que ha irrumpido en el spint final como una bala amparado por el respaldo masivo de la todopoderosa federación andaluza, la misma que ha decantado a favor de sus intereses las decisiones más importantes del centenario partido. Quizá por eso ya se haya impuesto en ese índice relativo del número de avales conseguidos.
El problema es que se habla mucho más de sus respectivas imágenes, de su juventud, de su preparación académica, que de proyectos específicos para reconducir el trayecto de los socialistas españoles. A mí me recuerdan a aquel antiguo anuncio que estandarizaba un JASP (jóvenes aunque suficientemente preparados) para simbolizar a una generación que luego pasó a ser "ni ni" y cosas parecidas por la ausencia de un marco en el que desarrollarse.
Al PSOE podría pasarle lo mismo y en su búsqueda de una imagen, de una persona concreta, dejar a un lado lo que se supone debería ser la esencia de este proceso abordado: la recuperación de las esencias, del ideario, de la personalidad que le hizo convertirse en el pasado en un referente de la izquierda española.
Cuando el mes próximo los casi 200.000 militantes del PSOE (casi da vergüenza dar esta cifra) decidan en las urnas quién será el sustituto de Rubalcaba en la Secretaría General podría darse el caso de que, tras conocerse el resultado, el elegido se transmute en aquella imagen final de Robert Redford en la película "El candidato" en la que mirando a la cámara decía con mirada inexpresiva: "¿Y ahora qué?"
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