Nunca he tenido simpatías por la figura del árbitro. Todos mis amigos de juventud lo saben y siempre que volvemos a encontrarnos me recuerdan los 'desmadres' de adolescencia que me impulsaban algunas veces a descalificar a gritos al 'trencilla' desde el mismo momento en el que éste pisaba el cesped de El Molinón. Al margen de los calentones propios de la edad, sigo pensando que la figura del encargado de dirigir los destinos de un encuentro de fútbol mantiene un estatus que jamás se ha sabido adaptar al paso de los tiempos. Hoy, tras el partido que dejó a Inglaterra fuera del Mundial, manifestaba su seleccionador, Fabio Capello -con cuyo estilo y criterios no mantengo empatía alguna- que es inconcebible que en los actuales tiempos de adelantos tecnológicos puedan producirse fallos garrafales, como el que evitó un inicial empate de los británicos que podría haber cambiado el curso del encuentro, sin capacidad para corregirlos más allá de un golpe de chispa del colegiado o -en algunos casos, escasos- de sus ayudantes en las bandas. Por una vez estoy de acuerdo con el técnico italiano.
No voy a recordar ahora que en otros muchos deportes las nuevas tecnologías permiten revisar jugadas y poner las cosas en su justo lugar. Pero lo que vale para esos otros deportes no parece servir para el fútbol. No hace muchos tantos años se ha incorporado la figura del cuarto árbitro que, desde mi punto de vista, representa un despilfarro de dinero y energía cuando sus funciones se limitan a sacar unos cartelitos luminosos y comprobar que cuando se produce un cambio y un jugador nuevo entra en el campo, no lleva cuchillas, clavos o algún otro instrumento agresivo entre los tacos de sus botas. Creo que ya va siendo hora de que se piense seriamente en que, si bien algunos defienden que esa discrecionalidad que permite el actual reglamento es la "salsa" de la que no se puede privar al balompié, en ese poder omnímodo que se deja en manos de los colegiados están en juego grandes presupuestos o el futuro de toda una institución como puede ser un club de fútbol, por no citar nada más que dos ejemplos. Ese cuarto, o un quinto, arbitro podría estar en algún lugar del estadio con su monitor y comprobar en tiempo directo el acierto o el error del máximo responsable sobre la hierba. Y ello no quiere decir que defienda que un encuentro de balompié se convierta en un permanente 'coitus interruptus' con paradas continuas del juego, que bastanta hay ya con simulaciones de los jugadores, con faltas innecesarias que se sancionan benevolamente, etcétera.
Los dos gravísimos errores cometidos ayer en Sudáfrica por los colegiados hubieran tenido una fácil y justa resolución con alguno de esos nuevos sistemas. En el clarísimo gol de Frank Lampard a Alemania, el árbitro fue a consultar a su ayudante de línea, aunque parece que ambos serían incapaces de aclararse ni con gafas de infrarrojos. En ese interín, por el 'pinglanillo', ese otro "controlador" provisto de todos los medios para aclarar las dudas podría haberle aclarado al responsable la legalidad del gol y corregir el error, si de verdad se quería enmendar el fallo. En el otro encuentro de ayer, el primer gol de Argentina, marcado por Carlitos Tévez en un clamoroso fuera de juego, podría haber tenido idéntica solución.
Fueron don tantos importantes, uno que no subió al marcador debiendo haberlo hecho, y el otro que lo inauguró injustamente. Dejo a un lado qué hubiera pasado en uno y otro encuentro -eso queda para los habituales de este tipo de especulaciones- y me limito a señalar que dos graves errores convirtieron ayer a los árbitros en protagonistas negativos del Mundial de Sudáfrica. Y como ahora los equipos que se la juegan ya no son los que a nadie más que a sus paisanos les importan, el encándalo estalla. Desgraciadamente, los robos de ayer pueden ser más llamativos, pero vienen a engordar un conjunto de malas actuaciones que, si alguien no lo remedia, va a poner a los 'trencillas' en la página negra de este Mundial junto con el dichoso balón de playa que se ha escogido para la ocasión.
Y lo malo es que los encargados de dirigir los partidos no empezaron mal la competición. Al contrario, salvo algún lunar puntual, merecieron más felicitaciones que críticas. Pero la progresión negativa ha sido creciente y cada nueva jornada nos encontramos con manifiestos incapaces que dejan en entredicho lo que deben ser, y son, las normas de este juego.
Para los defensores de la credibilidad del cálculo de probabilidades esta tendencia invita a echarse a temblar por lo que nos pueda venir en lo que queda hasta el 11 de julio, hasta el extremo de desvirtuar sus últimos y más importantes resultados.
Lo ocurrido ayer, al margen de que estén de por medio Alemania, Inglaterra, Argentina o México, debería llevar a la FIFA a reflexionar a quién designa para dirigir todo un Mundial de Fútbol, y si en esto también hay que atender a cuotas (territoriales), que se implanten esos metodos correctores que eviten consecuencias indeseables (a excepción de para el beneficiado).
Empezaba comentando mi especial antipatía por la figura del árbitro y es que creo que, de la pléyade de colegiados con título son muy pocos los que de verdad, aunque no infalibles, merecen un respeto por su trabajo. Porque hasta ahora solamente he hablado en términos muy generales, sin entrar a hablar de los sentimientos de estos personajes, en muchas ocasiones cargados de prejuicios contra tal futbolista o cual equipo, afirmación a la que cualquier aficionado de cualquier club podría aportar historias, más allá de la ceguera de los 'forofos'.
Tiene razón Capello. En pleno siglo XXI no se puede dejar en manos de una persona tanto poder y capacidad arbitraria de decisión. Ni siquiera un presidente de gobierno tiene, en definitiva, tal margen de maniobra sin un control como es el del parlamento o el de las urnas y, en todo caso, una normativa "errada" se puede corregir por un cambio de criterio de ese mismo mandatario y de su equipo o mediante la alternancia que dan unas elecciones. En el caso de los árbitros, lo que ellos deciden es para toda la vida y los resultados que 'provocan' son "el calla para siempre".
Por favor, ¡qué alguien ponga remedio a esto y que lo haga ya! Mientras tanto seguiré manifestando mi total rechazo a la figura del árbitro, aunque sea consciente de que, en alguna medida, paguen justos por pecadores.
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