Cuando, de unas semanas para acá, cada mañana repaso las primeras páginas de los periódicos me entran escalofríos y los pelos se me ponen como escarpias. Uno ya se ha acostumbrado un día sí y otro también a ver en titulares destacados el crecimiento de la prima de riesgo española, que ha rozado el estadio de intervención en algunos momentos, la caída de las bolsas y otros indicadores de que la crisis, lejos de haber empezado a alejarse, se refuerza jornada tras jornada y las sucesivas medidas, reformas, intervenciones externas, son pan de hoy y hambre para mañana, que, muy al contrario de fijar puntos de inflexión en el proceso de caída libre, se muestran a las veinticuatro horas como papel mojado. No somos los únicos -hasta los Estados Unidos parecen estar al borde de la quiebra y solamente los otrora 'diabólicos chinos' ayudan por ahora a sostener un edificio inestable-, pero el mal ajeno no supone bálsamo alguno para una situación que, como ya se empieza a reconocer, no tiene precedentes desde la segunda guerra mundial.
Soy de los que cree que este tremendo escenario no es precisamente para ser 'pasota' y limitarse a convertirlo en una mas de las conversaciones de chigre, como el fútbol o el veraneo de los famosos, que tal parece que es el efecto que causa en una gran mayoría de ciudadanos. A veces, uno piensa que el paisanaje se tropieza por las mañanas con esos nubarrones económicos y los aborda con el mismo espíritu de los hechos y situaciones que, en realidad, no le conciernen directamente, porque que "ya se sabe que los periódicos por el verano no tienen de qué escribir y recurren a cualquier cosa para llenar sus renglones". Y, sin embargo, este escapismo o ese empeño en refugiarse en la ignorancia puede constituir el principal peligro de que la situación llegue en un momento a mostrarse insalvable. ¿Y si uno de estos días nos desayunamos con que España ya ha superado todos los límites adsmisibles y se convierte en un país quebrado? Ya sabemos que nuestra clase política, que sus valedores de la UE, tratan cada día de calmar el pesimismo con vocablos que descartan que nuestro país pueda llegar a entrar en esos derroteros, pero la prolongada pendiente en la nos hallamos metidos puede dar lugar a cualquier tipo de hipótesis de futuro, inmediato, que nos retrotrae a los años más ocuros de nuestra historia, o a esos otros 'corralitos' en los que se vieron inmersos los habitantes de otros países históricamente próximos.
Cuando hasta esos mismos políticos a los que antes me refería empiezan a apelar a gobiernos de salvación, cuando se formar gabinetes de crisis, cuando hasta el adversario más fiero hace algún alto ocasional en su estrategia de acoso y derribo para tratar de frenar la especulación pesimista, me parece que es para empezar a tomarse las cosas en serio y pedir ya otro tipo de responsabilidades más drásticas a quienes tienen las principales responsabilidades ejecutivas.
La situación actual recuerda mucho a algunas de esas historietas en la que el malvado de turno pone en marcha todas sus poderosas armas para dominar el mundo y someter a la humanidad entera. Pero en la dolorosa realidad que nos está tocando vivir el mal no tiene cara, ni nombre y apellidos, y se diluye en un conglomerado de mercados, intereses, especulaciones, etcétera. Por otra parte, aunque estuviera claro quién es el enemigo a combatir y eliminar, tenemos la desgracia de carecer del imprescindible superhéroe que, en la ficción, es el único capaz de salvar el mundo. Desde luego, por ahora no conocemos a nadie que se le acerque ni de lejos. Siguiendo con la fantasía, también podríamos hablar de ese archimanido argumento del western según el cual el cacique de turno controla absolutamente todo y a todos. Pero tampoco en este argumento contamos con el silencioso forastero que llega al poblado y se encarga de 'limpiar' el panorama y acabar con los facinerosos.
Ni comics, ni novelas, ni películas. La realidad es que estamos solos ante el peligro y carecemos de líderes capaces de remontar. Y mientras el tiempo sigue pasando y a algunos nos empieza a agobiar la sensación de que, como quien no quiere la cosa, nos estamos yendo a la mierda como si tal cosa.
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