martes, 2 de agosto de 2011

Semana Negra. ¿Quién dice la verdad?

Asisto en los últimos días alucinado al debate (¿...?) público en torno al futuro de la Semana Negra y en mi cabeza no deja de bullir el convencimiento de que en el mismo prácticamente nadie dice la verdad. En primer lugar, la perplejidad me la produce el órdago de su organizador y principal beneficiario desde su implantación en Gijón, Paco Ignacio Taibo II. Sus palabras de ayer tienen todos los elementos de un ultimátum: "o me mantienes las condiciones que tenía hasta ahora o me marcho a otra parte". Compaginando este planteamiento no carente de cierta dosis de 'matonismo', el sostenedor de la cita anual se ha molestado en esta ocasión en justificar la necesidad de su continuidad con una auditoria externa según la cual su idea ha dado a Gijón mucho más de los que le ha costado. Hay en esta actitud un claro trasfondo de hipocresía, dado que, por un lado, nunca antes se había molestado en aportar ni un solo dato económico, y, por otro, a muchos nos gustaría saber si ese superávit local ha tenido como beneficiarios a los ciudadanos o al propio interesado y su equipo de colaboradores habituales y de amiguetes invitados (A fin de cuantas en esas fechas están en Gijón).

Por si esto no fuera suficiente, en la edición que finalizó el domingo, se ha tratado como nunca anteriormente de resaltar "el carácter cultural" de la cita, subrayado con el apoyo 'incondicional' de escritores e invitados, un aspecto que puede convencer a los que lo ven desde fuera pero que no cuela entre los que vimos nacer y crecer el festival y conocemos cómo funcionan sus engranajes en la realidad. En más de veinte años, si exceptuamos, quizá en parte, las primeras ediciones, aunque es verdad que el justificante cultural estaba presente en todas las ocasiones, también es cierto que esta parte de la Semana Negra fue un simple pretexto tras el que disimular un auténtico negocio amparado exclusivamente en el ocio.

Y si no que se lo pregunte el señor Taibo a los hosteleros de esta región, a los que han participado y a los que se han negado a estar presentes por las condiciones leoninas, los contratos draconianos y las exigencias dictatoriales a que se les sometía. Todas las obligaciones, ningún derecho. Los fallos que, un año sí y otro no, detraían de los participantes un bocado de sus previsibles ganacias se recurrían al maestro armero; los mejores lugares eran para los que mejor se 'portaban' y los productos para la consumición, en muchos casos obligados, fruto de los contratos exclusivos de los que se beneficiaba el señor Taibo y su equipo. Si lo quieres lo coges y si no tengo cola esperando, solían decirles.

Ésta ha sido la tónica en todos estos años mientras dicho equipo se sentía absolutamente, y con razón, blindado por los sucesivos equipos del alcalde Areces y de sus sucesores. Pocos responsables de la organización de citas culturales han tenido patente de corso tan arraigada en su actividad. Quizá por ello este año, ante la perspectiva de un nuevo gobierno municipal, han optado por presentar informes, balances de actividades y propuestas acordes con el supuesto fin de la cita. Se podía acabar el chollo y había que devolverle el maquillaje

En cualquier caso, el señor Taibo y acólitos se han embarcado en la lógica, aunque no tan noble, tarea de defender 'lo suyo', cosa que no debe extrañar a nadie. Y para ello recurren a cualquier argumento o, en este caso, bravatas sobre la cantidad de lugares que están esperando por ellos con los brazos abiertos si Gijón les niega el pan y la sal. Para ello cuentan también con una amplia corte de corifeos que, con malicia, han divulgado la imagen de que Gijón, sus mandatarios 'fachas', renuncian a la 'joya de la corona' y dan la espalda a la cultura. Aunque muchos saben del trasfondo real de la Semana Negra, esa supuesta izquierda, la misma que ha abrazado el neoliberalismo y se rinde a la liturgia de los mercados, que no acaba de resituarse y encontrar de nuevo su sitio ni con la dichosa 'R' (¿por qué se habrán empeñado de un tiempo a esta parte en jodernos el alfabeto?), esa izquierda -digo- jalea al señor Taibo y enfrenta sus proyectos culturales con la caverna, la derechona y otras lindezas de ese tipo, en un ejercicio de enmascaramiento que trata de situar en su orilla del río a mucha gente, joven sobre todo, que legítimamente encuentran en esa cita anual un motivo para solazarse y disfrutar del estío y de las vacaciones, pero sin romperse la cabeza con intelectualidades.

El equipo directivo hace su papel, facilitado -todo hay que decirlo- por un equipo municipal que, en lugar de afrontar el problema y llamar a las cosas por su nombre, opta, como ya se ha convertido en norma de la casa, por el silencio oficial en lugar de coger al toro por los cuernos y manifestar sin tapujos que el problema no es la Semana Negra, sino sus organizadores y la deriva que le han dado a la convocatoria, prostituyendo todos sus principios fundacionales. Sería conveniente que quienes ejercen el mandato de gobernar el Ayuntamiento sean claros y se dejen de marear la perdiz sobre cuestiones como las de la ubicación, que no es baladí, pero que no constituye el meollo del problema. Es verdad que no tengo mucha esperanza de que por fin alguien de ese equipo de la cara y ponga sobre la mesa las verdaderas cuestiones relevantes. Parece ser que ahora no toca hablar, ni de eso ni de nada, que en boca cerrada no entran moscas y que la férrea consigna surgida desde el palacio de Suárez de la Riva es estar bien calladito para no meter la pata. Y para eso el silencio institucional es la mejor estrategia.

Casi se me olvida mencionar al Partido Popular, una organización política que ha defendido por activa y por pasiva en todos los años precedentes una actitud beligerante hacia la Semana Negra y sus responsables y que ahora, en ese estar y no estar en el que se han instalado, señalan con el dedo a los que gobiernan y se desmarcan prácticamente de lo que han defendido hasta la fecha.

El problema de unos y de otros, de los que gobiernan y de los que hacen oposición, pese a tanta actitud torticera y farisaica, es que los gijoneses que vivimos en esta ciudad y que hemos sido testigos año tras año de la cita anual tenemos ojos y conocimiento y, sobre todo, tenemos memoria. Y esto es algo que a la clase política, y a los que viven a su sombra, les hace más daño que cualquier enmascaramiento de la realidad. El problema aquí es que nadie quiere decir la verdad. Unos por interés y otros por cobardía.

1 comentario:

  1. Fantástico artículo, decir las verdades cuesta a toda la clase política municipal, siempre se esta en campaña pero nunca se gobierna. No se puede resumir de manera más brillante lo que ha sido y es la "Semana Negra", el negocio de PIT II y sus amigos. Sólo le animaría a que se prodigase más, que esta bien ser "periodista en la reserva", pero no reservarse tanto, escriba más a menudo.

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