Federalismo es la palabra que se ha instalado estos días en el vocabulario más o menos corriente de la política española por mor de la necesidad del Partido Socialista Obrero Español y, sobre todo, de su secretario general de encontrar un camino por el que 'renovarse' o, lo que es lo mismo en el caso que nos ocupa, de evitar la permanente pérdida de apoyos entre la ciudadanía. Y ello en unos momentos en los que su principal oponente, el PP, se encuentra arrinconado por la corrupción y las malas prácticas sin cuento.
Federalismo parece ser la pócima mágica a la que Alfredo Pérez Rubalcaba ha recurrido después de comprobar que no le funciona la medicina tradicional; y para ello convocó el cónclave celebrado en Granada hace unos días, una reunión del Consejo Territorial de su partido en la que, tras ingerirla él mismo, hizo beber la 'purga' a todos sus barones territoriales y hacerles confesarse entusiastas seguidores del nuevo modelo de Estado recurrido para la ocasión por su líder.
Ahora, cual profetas de la nueva religión, los dirigentes socialistas han regresado a los distintos confines de la geografía nacional para predicar la buena nueva, aunque, eso sí, tapándose la nariz para evitar las nauseas que les produce la defensa de algo en lo que la mayoría no parece creer.
Y, para muestra, nada mejor que aquella que los asturianos tenemos más cerca, la del propio presidente del citado Consejo Territorial, Javier Fernández, quien en su intervención en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense, afirmó sin empacho ayer que "no soy ningún entusiasta del federalismo; quiero un Estado solidario". Y no es que el actual presidente del Principado haya dicho nada nuevo del ideario que le conocemos. No. Al contrario. Ha ratificado lo que ha sido su pensamiento político desde que ocupa cargos de relevancia en la estructura jerárquicas de partido e institucionales.
Lo que tienen de clarificadoras sus palabras en el conjunto de la política actual española es la ratificación de una impresión generalizada en la ciudadanía de que, más que la fórmula adecuada para tratar de frenar el deterioro al que ha sometido al Estado español durante los últimos años la llamada clase política, la conversión federalista del PSOE en los momentos actuales responde más a una necesidad partidista que al convencimiento en una doctrina política.
La presencia de Javier Fernández en los cursos de Madrid no es sino un reflejo de lo que les está ocurriendo a multitud de compañeros, que han apelado a la disciplina impuesta desde la cúpula del partido para abrazar la nueva fe, aunque, como muchos de los antiguos sefarditas, lo hagan para 'salvar el culo' y no por convencimiento alguno. El presidente asturiano recitó en la capital el nuevo catecismo durante una hora aproximadamente, con disciplina castrense, como se le pide, pero no pudo evitar que las palabras le traicionasen en el coloquio posterior, dejando patente que el camino elegido por el PSOE en estos momentos responde exclusivamente a una estrategia en un intento de evitar seguir desangrándose en la consideración de la sociedad española.
Puestos a analizar las declaraciones de los distintos dirigentes socialistas desde la convocatoria de Granada se podría afirmar que solamente responden a una falta de convicción que alcanza también a su propio líder actual. Almunia no ha ofrecido tampoco en momento alguno una imagen de ser un convencido profesante de la doctrina federalista. Entre otras cosa, quizá porque, conversiones bíblicas aparte, tendría que haberse manifestado creyente durante sus muchos años en el Gobierno. Y no lo hizo.
Lo más lamentable es que podríamos estar ante la prostitución de una idea del Estado, de un sistema político consolidado en otros países y que se ha mostrado adecuado para su gobierno con la experiencia de décadas. Y eso no está bien.
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