Cualquier efeméride, a priori, no pasa de ser una fecha más en el calendario, aunque acostumbremos a celebrar aquel hecho o persona que en ese día tienen un referente anual preferente.
En este contexto, la Junta General del Principado celebró este mediodía el trigésimo aniversario de la celebración de las primeras elecciones autonómicas en esta comunidad. Y lo hizo sin brillantez alguna, con austeridad dirían sus actuales representantes populares, sin apenas reflejo público, casi de puntillas, quizá por aquello de que los tiempos no están para celebraciones.
Una exposición con unos cuantos paneles alusivos y fotografías de estos treinta años de parlamentariismo regional y un par de vídeos insulsos sirvieron de introducción para quienes acudimos como invitados, unos en su condición de protagonistas de la actividad parlamentaria desde los albores de la institución, allá por 1983, y otros -como el que suscribe- por los muchos años de trabajo desarrollados 'al otro lado de la trinchera', como observadores o notarios de esa misma actividad. Después, una sobria intervención del actual presidente de la Cámara y un posterior 'vino español' en el que hasta los pinchos menudearon (otra muestra de la austeridad conceptual de sus señorías para lo que les interesa).
Más allá de las convencionales palabras de Pedro Sanjurjo, por las que transitaron algunos lugares comunes como la delicada situación esconómica y el lastre del paro, o la voluntad de corregir ciertas prácticas que escandalizan a la sociedad civil (¡Ya va siendo hora de pasar de las palabras a los hechos y no prolongar en el tiempo un debate gastado que únicamente parece tener como objetivo alargar hasta donde se pueda los privilegios ganados por los parlamentarios en estos últimos años!), más allá de tales asertos -digo- los corrillos que los precedieron y aquellos subsiguientes se dividieron entre las conversaciones de quienes ocuparon los escaños del Palacio Regional en las primera legislaturas y los que actualmente tienen tal responsabilidad. Ambos bien diferentes, con independencia del signo político de los invitados. Sus caminos solamente se cruzaron para resonder a la habitual educación o cortesía parlamentaria.
Los primeros, afeando -naturalmente en voz baja- las sumas que sus sucesores se están embolsando últimamente, recurriendo en muchos casos al término de "profesionalización", en la acepción más peyorativa que imaginar queramos, y rememorando las exiguas dietas, exclusivamente en los días de trabajo parlamentario y no todo el año, como son ahora los sueldos de sus compañeros y camaradas, para una etapa de actividad sin duda mucho más exigente y frenética, aquella en la que -como muchos recordaban- estaba todo por hacer.
Los actuales, por contra, se esforzaban en justificar la retribución por su ingente trabajo, a la vez que se hacían cruces ante la incompresión que les está demostrando la sociedad. ¿De verdad no entienden lo que pasa? Defienden, algunos, que son personas más preparadas que aquellos primeros 'padres de la patria', olvidándose de que los mismos suplían con creces su bisoñez con un ímpetu y unas ganas de abrir puertas que pocas veces después hemos apreciado.
En las mismas dependencias que compartían unos y otros y que servía de marco para esos "¡cuanto tiempo!", "¡cómo te va!" y cosas así, convivieron durante algo más de dos horas los protagonistas de los cabreos de los asturianos en estos momentos especialmente delicados y otros, teóricamente más próximos a los primeros, pero que transmitían, queriéndolo o sin querer, que su sitio está más cerca de los ciudadanos que de sus correligionarios.
Y si de presencias se trata, qué decir que las ausencias. Apenas algo más de medio centenar de ex parlamentarios y actuales diputados acudieron a la cita en el palacio de la calle de Fruela, de los algo más de doscientos que lo han sido en estos treinta años. Algunas significativas ausencias "justificadas" no lograron obviar el sentimiento de que la desafección no corresponde únicamente al electorado. Dio la sensación, más bien, de que hubo un amplio grupo que prefirió desligarse de una casta 'intocable' con la que muchos de ellos optaron por no relacionarse.
Al final, todos volvimos a casa y la desangelada celebración pasó a engrosar el fondo del cajón de la historia reciente de las instituciones autonómicas. Ahora, a esperar a los treinta y cinco y que sea en mejor situación.
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