domingo, 12 de mayo de 2013

Un hombre solo

Siempre me ha caído bien Juan Luis Rodríguez-Vigil, aunque nunca entendí con claridad la razón que le llevó en su día a la Presidencia del Principado. Junto a algunos defectos evidentes, tiene una virtud personal que podríamos calificar de incompatible con la responsabilidad de altos cargos políticos o institucionales, una virtud que no es otra que la de decir casi siempre lo que piensa. Lo hizo como consejero de Sanidad en los gobiernos de su antecesor, Pedro de Silva, y también luego, al sustituir a éste en la más alta responsabilidad autonómica. Tal atipismo es probablemente una de las razones de que tenga el honor de ser uno de esos pocos mandatarios que renunciaron voluntariamente a seguir en el cargo (bien es cierto que el alcance del fraude del que le tocó ser triste protagonista invitaba por encima de todo a buscar esa salida).

Ahora, veinte años después de aquel polémico asunto, el ex presidente asturiano ha concedido una esclarecedora entrevista al mismo periódico, 'El Comercio', que 'desmontó' en unas pocas horas aquel entramado de promotores y empresarios que por activa o por pasiva construyeron una enorme mentira orientada a exprimir las arcas públicas asturianas.

Y nuevamente en este encuentro con los tres redactores que protagonizaron aquellos días de llamadas, de comprobaciones, de búsqueda del trasfondo de aquel gran 'bluf' en el que Vigil y su equipo actuaron con la ingenuidad de párvulos, nuevamente -digo- el entonces mandatario pone el acento en algunos de los grandes problemas que aquejan a la práctica política y que han llevado a la misma a un enquistamiento que la ha distanciado de la sociedad.

Voy a quedarme aquí con un aspecto concreto derivado de sus manifestaciones. Dice el hoy miembro del Consejo Asesor del Principado que fue José Ángel Fernández Villa, hasta hoy mismo líder incombustible del SOMA, el valedor de su en aquellos tiempos consejero de Industria, Víctor Manuel Zapico, "aunque no era la persona que yo hubiera querido como consejero". Sus palabras ratifican algo que todo el mundo sabía antes y después del abortado fraude empresarial, que el todopoderoso sindicalista quitaba y ponía a su antojo (al propio Vigil) y que nadie osaba en la Federación Socialista Asturiana tomar iniciativa alguna sin su previo consentimiento.

Más grave si cabe es la constatación de que la normativa que atribuye al presidente del Principado la capacidad exclusiva de elegir a los miembros de su gobierno es, como tantas otras, papel mojado en manos de los entramados partidistas que los sostienen. Familias, grupos y capillas congregan los intereses en una estructura férrea que tiene en uno o unos pocos líderes la mano ejecutora.

A título de recuerdo solamente apelaré a la renuncia de Pedro de Silva a repetir como candidato tras dos mandatos consecutivos, una decisión tomada desde el hartazgo de que algunas de sus decisiones presidenciales estuvieran siempre condicionadas desde la sede del partido.

Dice también en la entrevista de 'El Comercio' Juan Luis Rodríguez-Vigil que "tuve problemas personales y en el partido me sometieron a una persecución" o "en el PSOE había intrigas por todos los lados. Luis Martínez Noval (el entonces secretario general de la FSA recientemente fallecido) y yo estábamos hasta el gorro", sin obviar la insinuación de que los máximos líderes nacionales de aquella época, Felipe González y Alfonso Guerra, le presionaron para que se mantuviera en el cargo y evitara al partido la humillación de reconocer con hechos una metedura de pata capaz de deteriorar la imagen 'centenaria'.

Habrá quien considere que con estas palabras el ex presidente del Principado ha aprovechado para hacer su particular ajuste de cuentas con su partido y sus antiguos dirigentes. Sin embargo, conociéndole desde hace algunos años, me quedo con el convencimiento de que es la expresión en voz alta y muchos años después del desánimo de un hombre que reconoció su responsabilidad principal en un error de grupo y que, a pesar de actuar de acuerdo a sus principios, acabó por sentirse muy solo.

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