viernes, 18 de octubre de 2013

La zanahoria y el palo

Son numerosas las ocasiones en las que las respectivas trayectorias vitales nos enfrentan a situaciones en las que un refrán, una fábula o un dicho popular nos sirven para dar forma verbal y gráfica a una situación concreta. Uno de los más generalmente conocidos es el de la zanahoria y el palo, usado en primer término para enfrentar dos formas de respuesta a la evaluación de alguien, el incentivo (con la imagen de la hortaliza) o la sanción (con la de la vara castigadora).

Se me ocurre que hay otra forma de representar esta dicotomía: la de hacer a una persona o un grupo más o menos amplio de personas perseguir con ansiedad la zanahoria que representa el objetivo buscado mientras se le represalía con medidas contrarias a sus intereses.

Me ha venido esta idea a la cabeza con un somero repaso a la actualidad política y económica de España, especialmente al conocer ayer que las temidas nuevas reformas del Gobierno del Partido Popular, negadas hasta la saciedad por sus integrantes hasta ahora, van a imponer otros 17.500 millones de euros de recortes orientados al rebajar el déficit del Estado, entendiendo por tal no sólo la administración central, sino las autonómicas y municipales.

El Ejecutivo de Mariano Rajoy ha venido capeando como ha podido el temporal de las repercusiones generalizadas en la ciudadanía de sus políticas de austeridad con frecuentes apelaciones a la paciencia, "porque lo peor ya ha pasado", y con mensajes optimistas que situaban el inicio de la recuperación en un horizonte más o menos cercano. Estas han sido sus pretendidas zanahorias orientadas a hacer creer a los españoles que, si bien hasta ahora habían tenido que sufrir con sangre, sudor y lágrimas los escenarios de la crisis, ha llegado el momento de sacar la cabeza y ver la luz del sol. Para ello han contado con voces cómplices provenientes de las más altas instancias del poder económico que les alentaban a seguir profundizando con la tijera y dando barra libre a sus nada oscuras intenciones o, como ha ocurrido hoy mismo, con sonoros heraldos que hacen sonar sus trompetas doradas para anunciar el cuerno de la abundancia en forma de millonarias llegadas de inversiones.



Pero no hay nada de realidad en esta liturgia financiera. Solamente un ramillete de hortalizas anaranjadas sobre la que se trata de fijar la vista de los ciudadanos de a pie para que no sean capaces de apreciar la aplicación del palo que llega, como los maremotos, por trágicas oleadas de medidas depauperadoras.

Tal parece que este estrategia no va a tener nunca fin. El 'éxito' de las mismas, corroborado por el silencio resignado de millones de españoles, anima a sus ejecutores a seguir en el camino emprendido. De nada vale que la excusa de Europa ya no se la trague nadie, que cada día seamos más conscientes de que el poder geopolítico o de las fronteras territoriales se han venido abajo (si es que alguna vez estuvieron en pie) para entregar todo el protagonismo al capitalismo globalizado que no tiene ni patria ni bandera y sí un diós único con formas de patrón monetario único.

El anuncio del nuevo ajuste implica, en términos que todo el mundo puede entender, más subida de impuestos, más recaudación arrebatada del bolsillo de los 'súbditos', por un lado, y por el otro, nuevas restricciones en la inversión, deterioro de los servicios públicos básicos y, más generalmente, un mayor empobrecimiento.

No parecen temer en estos momentos los poderosos, y los gobernantes que hacen de silenciosos ejecutores de sus fechorías, que de tanto tensar la cuerda ésta podría romperse. Por el momento, prefieren aplicarse febrilmente en la despreciable tarea en la que se han embarcado. Y, mientras tanto, los sujetos pacientes de este terrorífico guión seguimos gritando nuestras iras en las barras de los bares o en los corrillos de los parques aliviados someramente con un becerro de oro con forma de zanahoria.

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