martes, 15 de marzo de 2011

Llanto por el cine español

Del cine español, su pasado, su presente y su futuro, se escribe a diario mucho más que de algunos de los temas de la más rabiosa actualidad social o política. Es frecuente escuchar los lamentos de sus protagonistas -productores, directores, actores,...- sobre la falta de las ayudas adecuadas y, sobre todo, del escaso apoyo que reciben en la taquilla de su público.

Todos esos protagonistas se pasan la mayor parte del año lamiéndose las heridas de la "incomprensión", del "desapego", del "abandono" en que se haya sumida la industria nacional del cinematógrafo, estado que solamente abandonan generalmente una vez al año en esa especie de copia barata de los Oscar de Hollywood en la que los que conforman ese mundillo se ponen sus mejores galas y emulan el 'glamour' norteamericano para festejar esos dos o tres títulos especiales que, generalmente con buen criterio, destacan de la clamorosa mediocridad de cientos de proyectos algunos de los cuales no llegan a ver siquiera su estreno comercial.

Personalmente, nunca he creído que poe el hecho de tener producción nacional los filmes que se hacen en este país tenían que ser necesariamente malos. Siempre ha habido ejemplos -aunque desgraciadamente contados- que han contradicho esa creencia bastante generalizada y que hunde sus raíces en la antigua "españolada", término que llegó a hacer fortuna para referirse a una industria chabacana y de andar por casa de otros tiempos.

Apoyándome en ese criterio, recientemente asumí el reto de un experimento cuasi de laboratorio. Se trataba de, aprovechando su pase por la televisión de pago, conocer un grupo -exactamente cinco títulos- de reciente producción y casi de la misma "quinta" a los que una parte de la crítica especializada habían situado, si no en el podio del éxito, sí en una posición capaz de dignificar la cinematografía nacional con un nivel medio más que aceptable.
Se trata de "Gordos", "Mentiras y gordas", "After,", "Pagafantas" y "Fuga de cerebros". El experimento no solamente no me ha servido para reconciliarme con el criterio de confianza en la producción propia, sino que, por el contrario, me ha alejado del mismo y me acerca más de lo deseable al gran grupo de espectadores que rechazan -con algunas excepciones- las "nuevas españoladas", mucho más intelectualizadas, al menos aparentemente, pero tan vacuas y olvidables como aquellas viejas cintas que dieron origen al término en los años sesnta o setenta. Si "Volver", "Los otros", "Celda 211", "Ágora" o "Pa negra", por citar otras cinco, aunque de distintos años de producción, podrían servir para la defensa de un cine nacional más que digno, entre las otras mencionadas, ubicadas mayoritariamente, en un momento determinado, por encima de la media de la industria española, no hay excusa posible y hay que decir que desaniman al más pintado, por muy buena intención que éste tenga. A mí me han parecido, sin saber sus presupuestos concretos, un absoluto despilfarro y una muestra evidente de que el cine español podría haber pasado perfectamente sin todas ellas con una nota media en ningún caso inferior a la normal.

Para que los responsables de la cinematografía patria dejen de lamentarse de forma permanente es necesario que entiendan que la imaginación, y no sólo las ayudas oficiales, es un elemento necesario del que generalmente carecen. No se explica que alguien invierta millones en proyectos como los mencionados y, luego, vengan los llantos por "el desamparo" que tanto 'artista' de salón expresa con profusión por los fracasos de sus obras.

Claro que luego viene Torrente y jode toda la estructura de mi argumentación. Quizá ytngamos que concluir que, al final, la citada inteligencia o imaginación está tan ausente en los autores como en los receptores de sus productos. Y así no vamos a ninguna parte.

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