martes, 28 de junio de 2011

¿Qué es un periodista?

¿Qué es un periodista a día de hoy? Ésta era más o menos la pregunta clave que se hacía alguien que lo es, y con mayúsculas, desde hace muchos años, y que como tal presenta una larga trayectoria intachable en el sostenimientos de los principios básicos de esta profesión. Me refiero a Ignacio Ramonet y la cuestión la ponía sobre la mesa durante la presentación, hace algunas semanas, de su última obra, "La explosión del periodismo. De los medios de masas a la masa de medios", un librito fácil de leer, pero denso y que entra a fondo a analizar todos los pormenores de la crisis actual de los medios de comunicación.

Aunque es obvio que el análisis del director de 'Le Monde Diplomatique', pesimista y demoledor, encuentra en la actual situación de descrédito numerosos elementos que coadyuvan a la misma, a mí, personalmente, el gran interrogante me ha venido a la cabeza por un aspecto que no figura en el 'top ten' de los grandes causantes del bache del que en otros tiempos fue noble oficio y aún hoy cuenta con centenares de profesionales dignos del título de mantenedores de tal categoría.

La alusión a la pregunta de Ramonet se repentizó en mi memoria cuando esta mañana he leído el artículo "Transparencia frente a Ovejuna", firmado por los cuatro directores que a lo largo de su historia ha tenido hasta la fecha el diario 'El País'. Como casi todo el mundo sabrá, en el rotativo nacional de información general de mayor tirada hay un conflicto laboral fruto de un paquete de medidas (no sólo de un convenio colectivo, como interesadamente acota el escrito citado), traumáticas en algunos casos, que ha derivado en la decisión mayoritaria de su redacción de no firmar informaciones, entrevistas o reportajes. Hay muchos lectores, incluso compañeros de profesión, que no entienden como práctica medida de presión esta actitud, pero no debe ser tan inocua para los intereses de la parte empresarial cuando origina reacciones como el artículo de Juan Luis Cebrián y sus tres herederos. Porque -voy a decirlo ya- el escrito es un monumento al cinismo más vulgar y una muestra del estilo torticero con el que hoy se mueven los grupos de comunicación cuando sus empleados reaccionan ante planes de recortes notablemente cuantitativos de plantilla, congelaciones salariales de facto, etcétera. En definitiva, la supremacia de criterios economicistas, que no económicos, casi siempre resultado de malas gestiones (veanse los constantes movimientos en PRISA desde que falta el gran patrón) y de aprovechar la crisis, con mayúsculas, para hacer una redistribución de los recursos, metiendo tijera por abajo mientras que los productores reales de los supuestos 'malos resultados' desde las más altas responsabilidades, en todo caso, se llenan los bolsillos con los beneficios o se van con supermillonarias indemnizaciones, que, lejos de haberse ganado, deberían devolver por el trabajo mal realizado.

"Transparecia frente a Fuenteovejuna", ya lo decía antes, es un verdadero monumento al cinismo, un cúmulo de falacias en la que sus autores mezclan peras con manzanas, el culo con las témporas, y todo lo que se les ocurra para pintar un escenario maniqueista en el que los periodistas son los malos, aquellos que no cumplen su cometido mediante "una falta grave de de respeto a los lectores" al "manipular la presentación de trabajos que por su estilo y su propia naturaleza encierran valoraciones, opiniones, comentarios de análisis de quien los hace y, sin embargo, no los firma". Cebrián, Estefanía, Cebeiro y Moreno, mostrando una vez más que cada día más directores de periódicos se olvidan que han llegado al cargo por su condición de periodistas, ocupación que han trocado por la de empresarios o colaboradores necesarios de los mismos, en la línea de la peor figura del editor de los grandes tabloides internacionales, hacen de voceros de la empresa y separan los ámbitos profesional y laboral como si ambos fueran compartimentos estancos, exigiendo a los redactores su bipolarización en Jeckyll y Hyde. Los firmantes hablan de "grave falta de respeto a los lectores" y acusan a quienes se han unido al grupo de los no firmantes de tomar a estos como "rehenes", sin olvidarse de las amenazas, como cuando mencionan "que hay que tomar medidas necesarias para recuperar el crédito perdido y que nadie siga afectando a la calidad de 'El país' y a su relación con los lectores de modo tan irresponsable".

Estas y algunas otras frases -no voy a reproducir el artículo entero pues va casi íntegro en esa línea- muestran en qué lado de la 'trinchera' se encuentran tan ilustres profesionales (no olvidemos el éxitoso libro que Cebrián editó en 2008 bajo el título "Cartas a un joven periodista" (¡Dios mío!) y que, como comentaba más arriba, seguramente hace ya mucho tiempo que olvidaron los verdaderos basamentos de su profesión para abrazarse al 'gran capital', el mismo que desde sus primeros pasos, recién iniciada la democracia, era el "enemigo" de los nuevos izquierdistas como el citado primer director del rotativo.

Falsedades, tergiversaciones, argumentos retorcidos, todo vale para atacar a un colectivo que trata de defender sus derechos más elementales, el primero de ellos al trabajo. Tan ilustres personajes olvidan, por otra parte, que en esta confrontación laboral los trabajadores ponen sobre el tapete precisamente su bien más preciado, la firma, el aval que a lo largo de los años, en definitiva, nos hace ser o no ser, para lo bueno y para lo malo. El nombre del autor en la parte alta de la información es, no lo olviden, señores, el bien más preciado de los profesionales y, con su medida, que tanto molesta a los prevostes de 'El País', están arriesgando su más valioso bagaje, por supuesto mucho más que el malestar o cabreo de sus superiores que parecen de un tiempo a esta parte temer más miedo a medidas como la mencionada, aunque el periódico salga puntualmente a la calle, que a una huelga general.

Desde la más modesta de las tribunas, les pediría a Juan Luis Cebrián, a Joaquín Estefanía, a Jesús Cebeiro y a Javier Moreno que, al menos por un momento, echen la vista atrás y recuerden cuando eran jóvenes promesas y, casi con toda seguridad, pensarían como ahora lo hacen sus subordinados; que, aunque participen de beneficos o de 'stock options' por su posición, intenten no olvidar que son periodistas, Claro que, en los tiempos que corren y como se preguntaba Ramonet haría que empezar por preguntarse ¿qué es un periodista?.

A propósito, no quería terminar sin preguntar a los autores de "Transparencia frente a Fuenteovejuna" y a sus superiores si en el peródico de mañana o en el de pasado mañana me voy a poder encontrar un artículo similar de alguno de esos 'irresponsables', 'inconscientes" o 'tomadores de rehenes' con idéntica extensión y tratamiento tipográfico (no sé si es muy correcto decirlo así en la época de las novísimas tecnologías), llamada en primera página incluida. Eso, al menos antes, también era uno de los principios del periodismo, a los mismos a los que los directores de 'El País' apelan en más de una ocasión.

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