En ese sinvivir en que se ha convertido el día a día de la actividad política de este año multielectoral, provoca irritación ver cómo los diferentes partidos y coaliciones desempolvan de sus archivos documentos y propuestas de antiguas convocatorias, viejos axiomas olvidados por la prolongada estancia en la moqueta, referencias generalistas de esas que valen tanto para un roto como para un descosido; en fin, todo aquello que pueda servir, aunque sea mínimamente, para atraer la atención del irritado ciudadano. "Prométele cualquier cosa" es el estandarte con el que candidatos de uno u otro signo se lanzan estos días a la calle con la esperanza de movilizar a un electorado hastiado de incumplimientos y desatenciones permanentes.
Los que aún están gobernando se afanan en mostrar "lo que se ha conseguido" y piden un tiempo para completar su labor; los de enfrente, afean a los primeros sus muchas insuficiencias y piden plaza para cumplir ellos -los mismos que nada hicieron cuando anteriormente gobernaron- con esos objetivos. Todo vale. Desde la tradicional promesa de bajada de impuestos -ésta es universal y no se circunscribe a España- hasta pequeños proyectos capaces de mejorar la vida de colectivos minoritarios, todo tiene cabida en la agenda de estos depredadores que se lanzan en manada a buscar la pieza allá donde creen que pueden encontrarla.
En las citas electorales que cronológicamente más cerca nos quedan, vemos a los aspirantes multiplicar su presencia en pueblos diminutos (autonómicas) o barrios (municipales), en pequeños cónclaves que, en la mayoría de los casos, apenas logran reunir un puñado de asistentes, buena parte de ellos reclutados previamente por tratarse de afines de la zona o compañeros de dirección de los candidatos. Resulta penoso ver a tal o cual cabeza de lista en un 'despacho' -de eso ya se cuida la intendencia- y poder contar esa media docena de cabecitas que ocupan el espacio disponible. Son reuniones "sectoriales", suelen decir para justificar esta escasa capacidad de convocatoria. La realidad es que en la mayoría de los casos se antoja innecesario el despilfarro de tiempo y dinero para mostrar una mercancía sin mercado.
Es lamentable ver al urbanita Javier Fernández recorrer la zona rural para poner a la cabeza de sus compromisos la "reforma agraria" (¿no suena como concepto a algo decimonónico?) ; o a la alcaldesa de Gijón madrugar o trasnochar para patear los alrededores de la villa y departir con los paisanos en un atisbo de recuperar aquellos "tres turnos"; por no hablar del optimismo visionario de Mercedes Fernández al arrojar sobre la mesa de sus actos percepciones de una victoria en la que no creen ni sus más fieles allegados; y qué decir de una Izquierda Unida que pierde más tiempo lamiéndose las heridas de sus cainismos que en recuperar "el manifiesto comunista"; como Unión, Progreso y Democracia, pendiente de tapar los boquetes que su líder nacional se ha encargado de abrir con su arrogancia y egolatría. De los emergentes habrá que esperar a que Podemos muestre su verdadera cara, resultante del paso del asamblearismo de factoría industrial a la previsible presencia institucional, o a que Ciudadanos se baje de esa ola que les lleva en volandas y sin control hacia una meta que ni ellos mismos conocen.
Finalmente, todos ofreceran sus promesas ilusionantes al hipotético votante, conscientes de que, si gobiernan, será el momento de reconocer las dificultades o la imposibilidad de llevarlas a cabo, cuando no pasar olímpicamente de ellas si se dispone de una mayoría absoluta.
Usted o yo, cuando asumimos un compromiso y los rubricamos en papeles adquirimos una responsabilidad contractual que hace que, si no lo cumplimos, vendrá la ley que nos obligue a ello o nos sancione. Eso no vale para los candidatos políticos que se llenan la boca con lo de que su programa electoral es un contrato con la ciudadanía, aunque la realidad es que ni lo cumplen ni se les exigen responsabilidades por ello.
Hasta que no se modifiquen la Ley de Partidos y la Ley Electoral, el "contrato" al que te refieres no pasa de ser una entelequia, un "papel" mojado (y no precisamente con agua cristalina).
ResponderEliminarPor eso en estos momentos es importante sustraerse al "ruido" de la precampaña y la campaña, y analizar y evaluar con serenidad, con objetividad alejada de cualquier tipo de sectarismo, la ejecutoria pasada y reciente de unos y otros; el grado de cumplimiento de sus anteriores promesas electorales; las dificultades y obstáculos sobrevenidos (extraordinarios o tácticos, propios o extraños) para el desarrollo de su gestión. Y con respecto a las llamadas formaciones emergentes, la credibilidad y consistencia de sus propuestas de (auténtica) regeneración democrática; la coherencia y cohesión de sus cuadros. Claro, esto requeriría, como digo, prescindir de pulsiones de tipo fanático o sectario, así como de "ideología" heredada o adquirida por intereses espurios. Y aunque se dice que las elecciones las deciden los supuestos integrantes de una bolsa de votantes fluctuantes, sin vinculación ni fidelidad con partido alguno, no debe ser menos cierto que quizás las decidan en mayor medida los hooligans, sectarios, incondicionales y los que, de una u otra manera, votan más con las vísceras que con la reflexión.
Y esa debe ser la 'piedra de toque' de nuestro (perfectible) sistema (dizque) democrático.