jueves, 12 de mayo de 2016

Altura de miras

En el lenguaje político existen algunos latiguillos que se repiten a lo largo de mandatos y legislaturas. Uno de ellos, especialmente recurrido en aquellos periodos en los que no hay forma de configurar mayorías suficientes como es el actual, reza "tener altura de miras", cuatro palabras que enmascaran un más directo "echate a un lado y déjame que sea yo el que gestione el gobierno".

A lo largo de los cuatro meses siguientes a las elecciones que pusieron fin al bipartidismo imperfecto español han sido varios los líderes o dirigentes que han apelado a ese reclamo intentando eliminar los recelos o la sencilla negativa de posibles socios a una confluencia capaz de facilitar el objetivo de gobernar.

El manifiestamente criticable acuerdo alcanzado estos días entre los responsables federales de Podemos e Izquierda Unida ha ido dejando, a la hora de concretarlo territorio por territorio, todos aquellos riesgos -y más- que sus detractores habían vaticinado. Y, una vez más, Asturias es el escenario más significativo para analizar sus "goteras". Y no tanto -que también- porque el portavoz parlamentario de la coalición en el Principado sea Gaspar Llamazares, adalid desde un principio en el ámbito nacional de la oposición abierta al entendimiento electoral con el partido de Pablo Iglesias.
Lo que ahora está viviendo aquí la convivencia entre las dos fuerzas políticas de la izquierda -que me perdonen los de Podemos, que ya sabemos que no les gusta esa etiqueta- resulta definitorio de cómo se hacen las cosas en el Estado español cuando los grupos políticos tratan de buscar objetivos interesados. Nunca se han llevado bien los unos con los otros, pero la soberbia de Iglesias y lo que parece un bisoñismo de libro de Alberto Garzón, ha permitido incluir en los pactos nacionales que, en el Principado, circunscripción en la que IU alcanzó los mejores resultados en las últimas autonómicas, los de Manuel González Orviz se vean ante la posibilidad de figurar en un tercer puesto que en modo alguno podría garantizarles representación el 26 de junio próximo. El pote se cocina en Madrid y los diferentes componentes nadie controla de dónde vienen. Un problema más que no alcanzo a imaginarme qué solución pueda tener, salvo que los asturianos se bajen los pantalones y traguen con las sobras que les puedan echar.

Los podemitas asturianos se ríen entre dientes y echan balones fuera porque se trata de "un problema de la coalición en Asturias". "Hay un pacto y punto". En paralelo, recurren al más arriba mencionado latiguillo y piden a IU "altura de miras" para llevar adelante en esta comunidad unos papeles firmados a quinientos kilómetros y sin contar con los interesados para nada. La misma "altura de miras" que les solicitaba a ellos Pedro Sánchez solamente hace algunas semanas para que permitieran a los socialistas alcanzar el Gobierno de España y desalojar del mismo a Mariano Rajoy, un santo y seña común a todas las fuerzas políticas del arco parlamentario provisional salvo el propio Partido Popular.

No sé si González Orviz y los suyos estarán por demostrar esa "altura de miras" y permitir a Podemos hacer lo que se proponen. En todo caso, aunque más próximo, el conflicto no deja de ser un referente más de que el paso dado por la Izquierda Unida de Alberto Garzón solamente tiene un futuro: su progresiva disolución en el mar de los de Iglesias y Errejón. Lo que no se acaba de explicar es por qué lo que vemos la inmensa mayoría se difumina y desaparece a los ojos de los actuales responsables de la coalición de izquierda.

domingo, 8 de mayo de 2016

Quitarse las caretas

Si algo bueno tiene el tiempo es que te permite conocer los datos precisos para hacerte tu composición de lugar y configurar un criterio propio documentado sobre los principios teóricos de lo que se califica como nuevo. Y es el periodo transcurrido desde la creación como partido de Podemos el que nos ha permitido pasar de su tarjeta de visita a conocer la verdadera praxis de un modo de actuar de quien se presentaba fundamentalmente como una revolución en las personas y los modos de hacer política en este país.

A estas alturas de la película Pablo Iglesias y los suyos ya no pueden obviar que sus inicios nada tienen que ver con la práctica real de sus estrategias actuales. Normal, se me dira. Y lo sería si no fuera porque cada día que pasa se manifiestan con mayor claridad cuáles son los objetivos y los medios que sus responsables están dispuestos a utilizar para lograrlos. Una cosa es la inevitable acomodación al marco institucional en el que se ha ido incrustando la fuerza emergente y otra diferente el cameleonismo oportunista de una élite intelectual que, en los más puros principios del leninismo, ha fijado en la toma del poder su único objetivo.

Podemos se quita caretas un dia sí y otro también. La última de estas representaciones ha llegado con su propuesta de unión electoral con Izquierda Unida, la misma coalición que cuatro meses atrás era el pasado, lo viejo y que ahora la presentan como el apoyo necesariio para configurar la alternativa del cambio.

Y esta actitud se produce después de que la mayoría de las previsiones vaticinen un retroceso de los podemitas con respecto al 20 de diciembre del pasado año. Las mismas que auguran un mejor resultado el mes próximo para Izquierda Unida.

Son pocas las voces, aunque cualificadas, dentro de la coalición de izquierda las que han advertido sobre los peligros que dicha unión podrían traer para los de Alberto Garzón. La fagocitación sólo parece evidente para esas mismas voces y no para un sector mayoritario de IU que argumntan su decisión de ir juntos a los comicios con una consulta a sus bases que marca ya el vampirismo que va a ejercer el partidos de Iglesias; una consulta, por cierto, en la que no han participado la gran mayoría de los militantes que tienen derecho a pronunciarse.

El reparto de los puestos en las listas electorales -faltaría más- han supuesto un obstáculo en lo que parecía un jardín de rosas. ¿Acaso creía Garzón que los taimados líderes de sus presuntos socios iban a permitir que su meta de "tragarse" a IU pudiera verse en entredicho por una representación numérica que interfiriera en sus planes en las próximas Cortes Generales?

Podemos piensa solamente en utilizar a Izquierda Unida -aunque ni de lejos quieren que se les clasifique con la izquierda- para intentar el "sorpasso" al PSOE y convetirse en la fuerza hegemónica de la alternativa a la derecha. De ahí a preparar la aniquilación del partido socialista sólamente habría un paso que el tiempo se encargaría de facilitar. Esa sería la penúltima careta que acabaría por quitarse Iglesias.

viernes, 6 de mayo de 2016

Marcar tendencia

Las encuestas son algunos de esos instrumentos que, de la misma manera que unos se aferran a sus previsiones, otros se aprestan a desechar sus resultados. Son encuestas, acaban todos por decir o, más sutilmente, aquello de que la única valida es la resultante del voto de los ciudadanos el día en que son llamados a las urnas.

En lo que sí coinciden amplias mayorías es que los resultados demoscópicos sirven para marcar una tendencia o, dicho en lenguaje llano y vulgar, sirven para extraer un máximo común denominador que aproxima sus números a una supuesta realidad.

Estamos precisamente ahora en un periodo especialmente sensible para practicar con profusión ese tipo de consultas y, aunque mucho antes de la nueva convocatoria de comicios ya habían empezado a proliferar como hongos, recientemente -y no digamos lo que nos espera en las próximas semanas- se han convertido en información recurrente en todos los medios informativos, sea por las consabidas oleadas del Centro de Investigaciones Sociológicas como por la iniciativa de prensa, radio o televisión de diverso pelaje, llegando en algunos casos a provocar sonrojo tras comprobar la ficha de los diferentes trabajos.

Tan escaso rigor, cuando no partidismo, hace que la acumulación de datos de muy variada credibilidad contribuyan a distorsionar esa "tendencia" que resulta de la suma sin criterio de tal cantidad de cifras.

Y es aquí donde, a mi entender, existe un peligro real. Se habla muchas veces de la influencia de la opinión "publicada" en millares de ciudadanos que se quedan con los titulares y las generalidades de esa cantidad de "ruido" informativo. Se trata de una influencia real y nada despreciable. No es que quiera subestimar la inteligencia de los españoles, pero no se debe obviar la presión que en numerosos grupos de ellos ejercen esa comunicación desbordada.

No me voy a detener a reseñar cuáles son en estos momentos esas "tendencias", especialmente en lo que se refiere al actual "cuatripartidismo" resultante de las elecciones del 20 de diciembre del pasado año. Están en boca de todos y acaban por convertirse en opinión "pública" a nada que nos detengamos a escuchar las conversaciones calles, bares o mercados. Son muchos los que dan por hecho mucho antes de acercarnos a las urnas que tal fuerza política va a mejorar, aunque sea ligeramente, o que tal otra verá caer sus apoyos de forma más o menos relevante.

Esto es algo que cala en la mente de muchos votantes y que adquiere un posible peso real en la decisión que puedan tomar el próximo mes de junio. Y ello pese al innegable desencanto resultante de cuatro meses absolutamente perdidos.

jueves, 28 de abril de 2016

Las cartas sobre la mesa

Entre los múltiples interrogantes que plantea la nueva convocatoria de elecciones en España hay uno -quizá no el más relevante, pero sí de suma importancia- que preocupa a millones de españoles y que ya se ha hecho visible en numerosos medios informativos y en las redes sociales: Vamos a enfrentarnos a dos meses de campaña para ver y escuchar aquéllos o aquéllo que todos estamos hartos de que machaquen nuestros ojos o nuestros oídos? Todo apunta a que será así.

En puridad, algo deberíamos haber aprendido de estos interminables cuatro meses desde la cita de diciembre y partidos y candidatos están exigidos de poner en sus propuestas cuestiones que, a mi entender, no deberían dejarse para después de junio. Pienso en varias de ellas, pero hay una que se me antoja esencial. Y es la concreción sin tapujos de cuál es la posición de todas y cada una de las fuerzas política que aspiran a un resultado determinante en el futuro mapa institucional sobre su disponibilidad a los pactos. No al concepto genérico -ese ya se les supone-, sino a quiénes de sus adversarios tienen puntos de contacto suficientes para alcanzar un pacto y quiénes no. Vamos, que deberían "pintar" ahora mismo, y no dejarlo para el verano, esas famosas líneas rojas que, sin llamarse a engaño, han marcado el fallido periodo de negociaciones que ha desembocado en la nueva convocatoria a las urnas.

Dicen, algunos, que no se pueden establecer apriorismos antes de conocer la opinión actual de los españoles, que será la matemática parlamentaria la que establecerá el tablero de juego en el que se pueda alcanzar el acuerdo necesario para restablecer la estabilidad en este país. Pues no. Su discurso responde claramente al más puro tacticismo partidista y al objetivo de esconder al electorado unas estrategias que tienen más que ver con ambición de poder que con el verdadero interés general.

Al margen de lo que digan las encuestas, nada indica que el resultado de junio vaya a ser sustancialmente diferente al de diciembre; es decir, que las opciones de suma se parecerán bastante, o mucho, a las que han impedido un Gobierno para España. Si añadimos que los candidatos tampoco van a ser básicamente otros y que nada hace pensar que se modifiuen los programas, la disponibilidad a alcanzar acuerdos con éste o aquél se muestra como uno de los aspectos sustanciales de la próxima camapaña. Algo hubiéramos podido adelantar si tal aclración hubiera figurado en los principios electorales de todos y cada uno de los contendientes a finales del pasado año.

Y, para aquellos que consideren baladí estes requisito, me permitiría recordarles que el elector vota solamente -en el caso del Congreso de los Diputados, allí donde se cuecen les fabes- a una de las listas y que es posible -en muchos casos me atrevería a afimar que seguro- que al depositar su papeleta no están dispuestos a permitir con ese sufragio que alcance el poder o influya decisivamente en él otra fuerza política a la que ha rechazado dar su confianza. No creo que pueda decirse que un votante de Izquierda Unida en diciembre quisiera aupar a Podemos, ni que un apoyo a Ciudadanos casara con la decisión de llevar al PSOE a La Moncloa. Por no hablar del Partido Popular, por muy ufanos que se muestren sus dirigentes, tan distantes siempre de la realidad.

Antes de volver a enfrentarnos a otra situación como la que atravesamos los últimos meses es necesario saber que, antes de que los candidatos se jueguen sus intereses sobre el tapete poselectoral, existe un paso determinante cuál es el logro del voto de los ciudadanos. Y, para eso, estos tienen que saber con precisión en que forma van a utilizar los aspirantes la confianza que les prestan. Todo lo que no sea ésto, será más de lo mismo y una espiral de inestabilidad y vacío que el pueblo no se merece.

miércoles, 27 de abril de 2016

¡Váyanse señores candidatos!

Dice un refrán popular que dos no discuten si uno no quiere. A renglón seguido, podríamos colegir que dos no se ponen de acuerdo si una de las partes no lo desea. Y qué decir si en vez de dos son tres, o cuatro los invitados. Pues algo de esto se podría asimilar a estos cuatro meses de "impasse" político en los que la ineptitud o la falta de voluntad de las fuerzas políticas que lograron representación el 20 de diciembre pasado nos han sumido. No había buenas perspectivas optimistas desde aquella misma noche electoral. Y algunos lo señalamos. Pero el paso del tiempo y el convencimiento de que una nueva cita con las urnas no sera solución para nada dejaron abierto un margen para la esperanza. Muy pronto se vio que los intereses partidistas, disfrazados de grandilocuentes discursos ideológicos, eran un obstáculo prácticamente insalvable para llegar a alguna meta que ofreciera un atisbo de ilusión a la ciudadanía. En este tiempo se ha hablado mucho, pero, como rezaba aquella tópica frase de los pieles rojas norteamericanos, "hombre blanco hablar con lengua de serpiente". Se proclamaba una cosa y se adivinaba otra bien diferente.

En estos cuatro meses que han desembocado en la ya segura convocatoria de nuevos comicios ha habido actitudes marcadamente obstrucionistas y otras que, tras su apariencia de responsabilidad, no disimulaban un objetivo único, la toma del poder por el camino que garantizara la meta. Nunca -eso pienso yo- ha habido ni por unos ni por otros una voluntad real de dotar a los españoles de un Gobierno que diera una estabilidad al Estado, si no pasaba por sus intereses particulares. La pluralidad que arrojaron el pasado año las urnas, lejos de orear la democracia, la ha inundado de un olor bastante nauseabundo, algo que ya han captado los españoles y que mucho me temo que se dejará sentir el 25 de junio próximo. Las encuestas lo dicen, pero mucho más a las claras se aprecia en los comentarios de aquí y de allá, esos en los que un ciudadano se expresa sin cortapisas ni miedos, por muy viscerales que sean sus opiniones
.
Ahora, vamos a acudir de nuevo a votar, pero en un escenario no muy diferente al de la anterior cita. Las encuestas apuntan a algunos nuevos equilibrios, pero nada garantiza que los desencuentros de este último periodo vayan a desaparecer por el simple hecho de emitir un nuevo sufragio. Los protagonistas ya están haciendo sus cálculos y buscan esa suma complicada que arroje una mayoría suficiente para ocupar La Moncloa. Los obstrucionistas, los posibilistas y los absolutistas cuentan y recuentan sobre esas mismas meras hipótesis que son las encuestas y que rechazan cuando no les sonríen.

Mientras tanto, los españoles nos miramos al espejo con cara de tontos y nos preguntamos si vale la pena volver a las urnas para votar a las mismas personas y los mismos programas que en diciembre.
Porque el balance de todo este tiempo transcurrido desde entonces no arroja ningún saldo positivo. Más bien un fracaso generalizado de todos aquellos en los que pusimos nuestra confianza para gestionar este país. Son otra vez los mismos perros y con los mismos collares. Dejando de lado el coste económico que este escenario supone -que no es moco de pavo-, el hastío se ha adueñado de quienes tenemos la última palabra a través de nuestro sufragio.

Otra vez el mismo Rajoy, otra vez Pedro Sánchez, de nuevo Pablo Iglesias, una vez más Albert Rivera. ¿En cualquier otro escenario que no fuera el político sería imaginable esta reiteración? Creo que no, que a aquellos a los que se les da una responsabilidad y se muestras totalmente incapaces de sacarla adelante se les manda a la calle.

Creo que fue una alta responsable de Compromis quien hace algunas semanas planteó que, de verse abocados a unas nuevas elecciones, no deberían de repetir como candidatos ninguno de quienes fueron cabeza de cartel el 20 de diciembre.Ninguno. Quien no se muestra capaz de estar a la altura del encargo del pueblo español debería tener la decencia de echarse a un lado. Claro que entonces no estaríamos hablando de partidos políticos ni mucho menos de España.
¡Vayanse señores candidatos!

sábado, 23 de abril de 2016

Clasificaciones simplistas

Las actuales negociaciones entre las cúpulas de Podemos e Izquierda Unida han vuelto a poner sobre el tablero uno de los más viejos debates de la política española en los últimos tiempos: el de las derechas y las izquierdas. Muy especialmente, desde que las urnas cambiaran radicalmente el equilibrio de siglas el 20 de diciembre pasado. De entonces acá, han fluido a borbotones las manifestaciones de unos y de otros con el objetivo de situarse, o situar al oponente, en esa anquilosada clasificación decimonónica.

Se me dirá -y con razón- que nadie puede objetar una realidad incuestionable: aquella de que no todos son iguales. Cierto. Pero, dejando sentado este principio, parece evidente que, cuando se trata, como ocurrió tras los comicios de finales del año pasado, de clasificar a los viejos partidos tanto como a los emergentes en esa simple dicotomía, aparecen manifiestas evidencias de que la agrupación de dos o tres fuerzas políticas en uno de esos espacios colisionan con la realidad de elementos comunes. Incluso, en algunos casos, podría decirse que las desigualdades son más que las semejanzas.
Llevamos meses dejando correr ríos de tinta sobre una mayoría de izquierdas en el actual panorama institucional español. Una simplificación que el tiempo se ha encargado de diluir. Acaso socialistas y podemitas forman parte de un mismo espectro ideológico, por mucho que se traten de asimilar?. Incluso, podría rastrearse sin demasiado éxito la concordancia entre el partido de Pablo Iglesias e Izquierda Unida. Algo parecido resultaría de los esfuerzos por identificar en el otro extremo de la balanza al Partido Popular y Ciudadanos, aunque ese será un debate posible para después de las elecciones de junio si, como todo indica, llegan a celebrarse. De demostrarlo se ha encargado el paso de estos últimos cuatro meses.

El análisis podría ir más lejos si tomamos como referencia aquello que nos afecta de forma más próxima: el Principado de Asturias. Aquí, las incompatibilidades entre Podemos y Partido Socialista se han dejado sentir mucho más acusadamente. Y no solamente en el Ayuntamiento de Gijón, donde la negativa de los correligionarios de Iglesias y Errejón a apoyar al candidato socialista a la Alcaldía ha permitido acuñar uno de esos muchos recursos lingüísticos que impregnan la política institucional de este territorio: el apuntalamiento de Foro en el gobierno municipal por los concejales de Xixón Sí Puede. No solamente. Porque si nos paramos a revisar las relaciones entre los tres partidos de esa "izquierda generalizada" en el ámbito autonómico las perspectivas no son mejores. Los diputados regionales de Daniel Ripa son un auténtico azote para el presidente Javier Fernández, que no duda en responder cada vez que tiene la mínima ocasión con su rechazo a cualquier iniciativa que pueda venir de esa bancada. Sin dejar de lado al único apoyo escrito con el que cuenta el Ejecutivo autónomo, el de Izquierda Unida, que dirige con mano firme un Gaspar Llamazares opuesto radicalmente - y con razones más que contundentes- al pacto nacional de la coalición a la que pertenece con Podemos.

Podría extenderme más, pero no creo necesario acumular escenarios y manifestaciones que desdicen aquello de que hay en España, en Asturias o en Gijón una mayoría de izquierda y de progreso. Como definiciones elementales pueden quedar muy bien pero la puñetera realidad, amigos míos, es mucho más compleja y bien diferente.

viernes, 22 de abril de 2016

La última oportunidad de Izquierda Unida

Podría decirse que nunca han tenido suerte los comunistas españoles. Desde la desagradecida Transición, que nunca supo reconocer más allá de las palabras su decisiva contribución a la caída de la dictadura, hasta los convulsos días actuales en los que ya casi nadie sabe dónde está realmente, su contribución a la sostenibilidad del actual periodo democrático no les ha permitido pasar de un puesto testimonial y casi siempre asociados a otros partidos de mayor presencia en el apoyo popular, generalmente el PSOE. En ningún momento de todas estas décadas ha habido siquiera atisbos de que el PCE (Izquierda Unida a partir de la constitución de la coalición) pudiera acercarse ni de lejos al "sorpasso" que lograron en una etapa muy específica de la reciente historia sus correligionarios italianos.

Cierto que buen parte de sus líderes y, en general, el conjunto de la organización, casi nunca ha sabido hacer valer la fuerza de sus votos para algo más que para servir de muleta a los socialistas en gobiernos autonómicos y municipales, firmando acuerdos con grandes palabras que, con el paso del tiempo, se convertían en papel mojado. Vamos, lo que podríamos llamar vulgarmente un "chuleo" descarado. Gobiernos por migajas: esa es la historia de esa parte de la izquierda española.

En los diferentes momentos en los que la decadencia del PSOE parecían indicar que había llegado su momento, los guerras intestinas, el afán por aglutinar en unas listas a un conglomerado de movimientos políticos y sociales de dificil conjunción o la escasa visión de quienes tenían en ese momento el timón han derivado en que Izquierda Unida volviera una y otra vez a sus cuarteles de invierno de fuerza simbólica.

La última de estas "desgracias" vino derivada de la aparición y fulgurante ascenso de Podemos, que ocupó sin contemplaciones el favor de los votantes en un momento en el que la permanente sangría de los socialistas apuntaba a un amplio espacio para Izquierda Unida. La prueba testimonial fueron las elecciones legislativas del 20 de diciembre pasado, donde la coalición que hora lidera Alberto Garzón repitió sus peores resultados.

Ahora, con la casi inevitable nueva convocatoria a las urnas de junio próximo, IU se enfrenta a un nuevo reto subsiguiente a la recomposición que en el apoyo ciudadano puedan haber causado todos estos meses de inútiles negociaciones para formar un Gobierno.

Y nuevamente se van a encontrar los eco-comunistas españoles con la manzana envenenada de buscar los resultados en el peligroso abrazo del oso. El plantígrado es el partido de Pablo Iglesias, el mismo que no quiso ni oir hablar de una coalición electoral hace unos meses y que ahora, cuando las cosas parece que no les pintan tan bien, hacen de esa alianza la base de su proyecto para junio. El argumento objetivo es el ya conocido de que la normativa electoral pima en número de escaños la suma de fuerzas (en diciembre de 2015 también habría sido válido). Detrás, hay que apuntar más bien a la increíble ambición de un líder omnipresente y codicioso, Iglesias, que hace ya mucho tiempo que se ha fijado el objetivo de lograr el poder de la forma que sea, meta cuyo primer paso discurre por superar al PSOE como primera fuerza de la izquierda.

No sé qué piensa Alberto Garzón de los resultados de esa inminente negociación para lograr unas listas comunes. No soy precisamente un admirador de Gaspar Llamazares, pero estoy de acuerdo con él, en este momento, en que tal pacto sólo podría tener como resultado la fagocitación del pez pequeño por el grande y, a medio plazo, la desaparición de Izquierda Unida. El que no sea capaz de ver esto necesita acudir a una buena clínica oftalmológica.

domingo, 7 de febrero de 2016

¿Qué hacemos con el Senado?

Desde los tiempos de los antiguos griegos (con su "gerousía") o de los romanos hasta nuestros días con el modelo de los Estados Unidos de Norteamérica, la palabra Senado ha estado rodeada de un halo de prestigio tanto para la institución como para las personas que la integran. No es el caso de España desde que el retorno de la democracia al país configurara la Cámara Alta como organismo básico en la estructura del Estado.

Ideada como cámara de segunda lectura, o también de representación de los diversos territorios del Estado, su devenir la ha consolidado como un ente cada día más desprestigiado, amén de ser visto como algo inútil por una amplia mayoría de los ciudadanos.

Mucho se ha hablado del Senado en los casi cuarenta últimos años, apareciendo su reconsideración en todas y cada una de las campañas electorales para derivar luego al ámbito de las conversaciones de café. Buena parte de los partidos sin opciones de gobierno lo han puesto en numerosas ocasiones en su punto de mira electoral, aunque los mayoritarios se han encargado de dormir esas inquietudes para seguir garantizándose un reducto en el que albergar sus clientelismos.

Tras aparecer nuevamente la cuestión de su existencia en la pasada campaña electoral, la inquietud por la composición del Congreso de los Diputados y la consiguiente dificultad para configurar una mayoría suficiente para conformar un Gobierno ha devuelto a un segundo o tercer plano ese debate tan recurrente como ineficaz.

Mientras el ahora candidato a la investidura, el socialista Pedro Sánchez, hace equilibrios para negociar apoyos a su aspiración, el Senado se ha constituido sin problemas con un dato especialmente relevante: la mayoría absoluta que en ese Cámara tiene el Partido Popular.

Todavía hay numerosas dudas sobre las posibilidades del secretario general de los socialistas de poder sacar adelante su objetivo, ya que son muchos los que intuyen dificultades insalvables para alcanzar la meta. Y, si así fuera, las dificultades para aprobar leyes importantes, especialmente si en el cuaderno de ruta del hipotético presidente figuran normativas importantes, de esas que requieren mayorías cualificadas, las perspectivas empeoran. Si difícil es lograr los apoyos necesarios para alcanzar la investidura mucha más sería implementar esos votos para alcanzar las cuotas exigidas para las leyes orgánicas.

Más aún. Si ese escenario pudiera llegar a producirse (algo improbable), la remisión de esas leyes a la Cámara Alta se encontrarían con un Partido Popular enrocado en una oposición a ultranza que podría, con toda seguridad, echarlas abajo o, lo que sería peor aún, manipularlas hasta que "ni su madre pudiera reconocerlas".

Y se dirá  que el Congreso tiene, a posteriori, la capacidad de reactivarlas y ponerlas de nuevo a tramitación, pero, aparte de las exigencia que ese nuevo trámite exige, todo ese proceso podrían llevar plazos interminables capaces de aburrir al Santo Job y ralentizar el normal discurrir de la política efectiva. Quizá por ello el líder de Ciudadanos ha advertido al PSOE de la necesidad de contar en el acuerdo de investidura con la anuencia, si no el apoyo, del partido de Mariano Rajoy. Lo que es cierto, en defintiva, es que el PP puede utilizar la Cámara Baja, esa que una gran mayoría de la ciudadanía denosta, para dificultar la gestión de un Ejecutivo de Pedro Sánchez.

Cierto que los senadores, objetivamente, no tienen la posibilidad de decir la última palabra en nada, o casi nada, pero una estrategia obstrucionista podría tener un efecto manifiestamente nocivo en la andadura institucional.

Y, mientras, el Senado seguirá estando en boca de una mayoría aunque su claro carácter de "colocación de excedentes" y, más importante aún, vía de financiación de los partido políticos hace que el viejo debate se relegue siempre al ámbito de la tertulia de chigre.

sábado, 6 de febrero de 2016

Motivos personales

Si algo nos ha enseñado el tiempo en esto de la política es que cuando alguno de sus protagonistas dice que se va y argumenta "razones personales" esa frase casi nunca responde a la realidad, salvo que convengamos en que cualquier decisión que toma una persona en el ejercicio de su libertad tenga como trasfondo tal epígrafe.

Por ello resultan tan difícil de creer las palabras de Santiago Martínez Argüeles a la hora de anunciar su sorpresiva retirada de la Secteraría General de los socialistas gijoneses. Y digo sorpresiva porque, salvo que alguien me corrija, el anuncio ha pillado por sorpresa a propios y extraños. No tanto porque su carrera política parece claramente "amortizada" como por el momento elegido para hacer efectiva su renuncia.

Tras las palabras de respeto hacia la resolución del dirigente socialista que han pronunciado públicamente compañeros y dirigentes de la Federación Socialista Asturiana se esconde la sorpresa, cuando no el cabreo, por un abandono que, a juicio de muchos de ellos, es inoportuno, máxime si se tiene en cuenta que la organización local, como el resto de las del partido, tiene en un horizonte próximo (aunque sin fecha establecida) un proceso congresual que se antoja el momento adecuado para dar "la espantada". Algunos ya han mencionado, incluso, la palabra "vendetta" con la que el ahora dimitido devolvería la pelota a unos dirigentes regionales que le han ninguneado en los últimos años.

La carrera políica de Martínez Argüelles es suficientemente larga como para poner analizar este presunto final del camino. Desde sus primeras armas en un grupo municipal socialista en el que entonces era un "alevín", su vida ha estado ligada a un PSOE que ha defendido hasta el proselitismo. Incluso su etapa como vicerector de la Universidad de Oviedo en el equipo de Juan Vázquez (el más singularmente marcado de todos los rectores de la democracia) podría considerarse una etapa más de su carrera política hacia unos objetivos que en algún momento tuvieron la ilusión de una meta de alto rango. Tras su paso por la "política universitaria", la dirección de los socialistas asturianos le señaló como el candidato para mantener la supremacía del partido en Gijón y continuar la labor de Vicente Álvarez Areces, primero, y de Paz Fernández Felgueroso, después. Para ello, cursó un "master" muy especial durante cuatro años en la Junta General del Principado, como preparación para asumir el bastón de mando del Ayuntamiento de Gijón.

Su previsto desembarco en el cartel electoral de la villa contó, a última hora, con el contratiempo de la continuidad de Paz Felgueroso cuatro años más, en su calidad de garantía de mantenimiento de los votos, algo que Martínez Argüelles todavía no estaba en condiciones de asegurar. Y ello, a pesar de que la ex alcaldesa puso todo su empeño en retirarse entonces. Pero la fidelidad a las siglas pudo más y cedió a las presiones de sus compañeros. El pre-candidato se integró en esa lista con el claro encargo de terminar de consolidarse para ser, luego, el regidor socialista durante muchos años.

Pero ni él ni sus compañeros contaban entonces con la fulgurante aparición de Foro Asturias, partido de nuevo cuño impulsado por Francisco Álvarez-Cascos, que le arrebató otra vez su objetivo, pese a contar con más concejales y votos el primero. Fue el principio del fin. En el fondo, nunca le perdonaron desde Oviedo que hubiera acabado con treinta años continuados de municipalismo socialista. Por otra parte, su labor como jefe de la oposición en esos cuatro años contó con muchas más sombras que luces, y la valoración generalizada, frente a un equipo de gobierno aparentemente débil y bisoño, fue de que había desaprovechado una ocasión de oro para recuperar la supremacía de su grupo.

Aunque parece que él estaba dispuesto a una nueva oportunidad, desde la FSA se consideró que no era la persona adecuada para recuperar la mayoría necesaria y tuvo que dar paso a su compñaero José María Pérez. Josechu también se había inscrito en el máster del parlamento regional y en él se fogueó a la mismísima vera de los Fernández, Gutiérrez y Lastra.

Martínez Argüelles asumió entonces la Secretaría General de los socialistas gijoneses dando el relevo a un "quemado" José Sariego. Pero tampoco desde la dirección del partido logró ni que ganara su candidato ni dar otra vez vida de una "organización vieja".

"Razones personales" le han llevado ahora a abandonar toda responsabilidad política, aunque nadie se cree a estas altutas que vaya a reintegrarse a su plaza como profesor titular de la Universidad de Oviedo. Muchos de sus compañeros y amigos admiten que tantos años de dedicación inquebrantable le avalan para no quedar fuera de la circulación. "Un cargo importante en una gran empresa", dicen. Nada que objetar salvo que, como en tantos otros casos anteriores, acabe acogido bajo el paraguas que él mismo ayudo a mantener muy lucrativamente durante bastantes años. O sea, Liberbank.

jueves, 4 de febrero de 2016

¿Quién quiere negociar y con quién?

Con la aceptación por parte de Pedro Sánchez del encargo del Rey de presentar su candidatura a la investidura como presidente del Gobierno, se ha iniciado un complejo proceso del que ni los más optimistas se atreven a vaticinar un final.

Y eso que en las primeras horas de esta fase han mostrado síntomas manifiestos de que las cosas han empezado mejor de lo que cabría esperar, sobre todo porque Albert Rivera ha expresado de forma contundente que en estos momentos para su partido no existen líneas rojas. Por supuesto que Izquierda Unida, por boca de su portavoz, Alberto Garzón, no va aponer impedimento alguno a un teórico acuerdo para configurar una mayoría suficiente como para garantizar cierto grado de estabilidad al nuevo Gobierno.

Estas tres patas de la mesa, PSOE, Ciudadanos e IU, se muestran como un buen principio a este proceso negociador que llevaría al líder socialista a La Moncloa. Pero todos sabemos que, para que ese mueble tenga una solidez razonable necesitaría e una cuarta "extremidad", que no es otra que el partido de Pablo Iglesias, en el que no siempre coinciden las manifestaciones y la actitud, la teoría y la práctica.

Se preguntan algunos militantes socialistas por qué cuando el camino parece encauzado, el líder podemita siempre aparece con algún pero (Iglesias sí que es un perfecto delineante de rayas imposibles de cruzar). Por el momento, esa línea roja está en la participación de Ciudadanos en el "amagüestu", pero antes fueron otras (vicepresidencia y los carteras para el control de un futuro Gobierno) y seguro que podrían aparecer otras más.

Se cuestinan esos mismos socialistas por qué cuando parece más cerca una salida comparece "el de la coleta" para expresar los inconvenientes insalvables de una solución atisbada.

Pues bien. Esos socialistas tienen la respuesta en el avance de la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas hecho público hace unas horas; un sondeo que apunta a que Podemos habría ya adelantado al PSOE en intención de voto convirtiéndose en la segunda fuerza política, tras el Partido Popular, que mantiene (incluso aumenta mínimamnte) sus apoyos del 20 de diciembre.

¿Cuándo se van a enterar los dirigentes del PSOE de que si algún partido está interesado en repetir los comicios ese es el "morado"? ¿Será una casualidad que sean éste y el popular aquéllos que tratan de acortar el plazo solicitado por Pedro Sánchez para negociar sus apoyos para la Presidencia del Gobierno de la nación? El equipín del candidato socialista para pilotar este proceso debería empezar por facilitar respuestas a esas preguntas.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Tablero

El tiempo ayuda a serenar las ideas. Y también las opiniones. Mucha agua ha fluido por debajo de los puentes desde aquel ya lejano (así me lo parece) 20 de diciembre que cambió trascendentalmente el tablero político del Estado español. Si nadie apostaba por una mayoría estable entonces, tampoco muchos nos habíamos imaginado que en todas estas semanas las dificultades para formar un Gobierno (primer y principal objetivo tras los comicios) iban a alcanzar los niveles de los últimos días.

Lo que empezó siendo una teórica partida de ajedrez siguiendo los cánones más clasicos del juego, se ha transformado en una guerra de estrategias capaces de volver tarumba al más exquisito maestro.

Los nuevos escenarios y los nuevos protagonistas han demostrado que las normas ya no son las que habían regido el juego hasta ahora y que es necesaria imaginación para sortear los meandros de intereses cruzados no siempre acordes con el bien común, ni siquiera con el bien institucional.

Ayer, los sesudos analistas han creído ver un rayo de luz con el encargo del Rey al aspirante socialista de presentar su candidatura en una cercana sesión de investidura. Para muchos de los críticos con Pedro Sánchez, éste se ha reivindicado, al fin, como un político capaz de dar un paso al frente e intentar desbloquear el impase al que se había abocado el "sistema". Ha sido un paso valiente de alguien agobiado por la necesidad de buscar apoyos desde la izquierda, o desde el centro o la derecha (nunca de los dos lados, por lo que se ha podido ver), pero también por un partido (el suyo propio) capaz de mostrarle el cainismo innato a las organizaciones políticas (las conversaciones de días atrás en el Comité Federal resultan inasumibles en un grupo serio; cuanto más su filtración a los medios de comunicación).

Realmente, el secretario general del PSOE no lo ha tenido fácil y nada hace presagiar que las cosas van a ir a mejor. Por eso, quizá, habrá quien piense que le ha echado huevos a la situación, frente a quienes defienden que solamente se trata de una huida hacia adelante tendente a evitar unas elecciones anticipadas, riesgo de dudoso resultado para un partido muy "tocado".

Mientras tanto, quien en primera instancia debería haber asumido la responsabilidad de presentarse como el candidato con más votos propios, Mariano Rajoy, y su Partido Popular, ha hecho honor a su fama de pasividad (la imagen del humorista Peridis siempre me ha parecido el mejor reflejo en una imagen de cualquier político) y ha visto como esa táctica ya no le funciona. Ha reiteardo su negativa a presentarse a la investidura y ha colocado al Jefe del Estado en una incomoda situación. Y todo por no querer abrir fronteras y, sobre todo, arriesgar (lo que si ha asumido su rival socialista). El actual presidente del Gobierno en funciones, proveniente de una aplastante mayoría absoluta, no ha querido "manchar su expediente" con un prácticamente seguro rechazo de la Cámara Baja. Eso sí, luego se lamenta de que Felipe VI le haya encargado a su rival la tarea de formar mayoría parlamentaria estable. Una vez más, el Rajoy que todos conocemos en su estado más puro. Debería haérselo ver este moderno perro del hortelano.

Porque si el líder del PP arriesgaría de haber aceptado el encargo del Jefe del Estado se trata de un peligro del que no está exento su rival socialista.

Y es que habría que hablar de esa tercera fuerza que sobre el tablero ya no mueve sus piezas de forma ortodoxa. Porque el Podemos de Pablo Iglesias se ha mostrado como una organización capaz de manejar la tácticas de acuerdo en el día a día, como esa oferta envenenada reciente a Pedro Sánchez de ser su vicepresidente y llevarse algunos de los ministerios más relevantes de "control"; no los realmente sociales que parecerían los adecuados a un partido surgido de las bases ciudadanas y que ha llevado en su frontispicio en todo momento (hasta ahora) la resolución de los problemas reales del pueblo.

Con estos "trileros" va a ser con quienes se las va a tener que ver el candidato socialista, los mismos que han elaborado sus estrategias desde su misma organización como fuerza política con el horizonte puesto en aniquilar al PSOE y ocupar su plaza. Y para ello todo es válido. No cabe duda de que su élite dirigente, perfectamente formada en las teorías políticas de las dictaduras populares, es capaz de manejar a su antojo la actualidad una vez que puede jugar con las normas clásicas pero también aplicar las suyas propias.

Por no hablar de Ciudadanos, la gran esperanza blanca que no ha sido capaz de paliar con su emergente presencia en el Parlamento el globo desinflado en que se convirtió a la hora de acudir a las urnas. No es un aliado a desestimar ni por unos ni por otros, pero siempre acabará por asumir el rol de querida, porque para "casarse"  los candidatos necesitan una esposa.

En fin que la partida de ajedrez no ha hecho más que empezar y nadie puede asegurar quien se va a llevar el gato al agua. Ninguno lo tiene fácil pero unos y otros seguiran, sin duda, recurriendo a las maniobras de toda clase antes de conceder el mate.