Entre el cielo y la tierra, en el aire, en la nada. Esta especie de limbo -la palabra siempre me recuerda a los tiempos en que una rígida educación religiosa nos remitía con esta palabra a una especie de vacío, sin adornos ni límites, un lugar de transición que no ofrecía las bondades del cielo ni los sufrimientos del infierno, nada. este es el espacio vital de Ryan Bingham, el personaje principal de una de las películas que este año optan con unas cuantas e importantes candidaturas a los Oscar del próximo 7 de marzo.
"Up in the air", en cierto modo, nos recuerda bastante, incluso argumentalmente, a otra obra anterior del mismos realizador, Jason Reitman,. Me refiero a "Gracias por fumar". En ambos filmes, sus protagonistas principales son máquinas perfectas en sus respectivos trabajos, en los dos casos desalmados que se han curtido hasta ser los mejores en la demoledora tarea de ser los emisarios del desastre de miles de personas, aunque puedan ejecutar su tarea con la cara más amable y sin un atisbo de sentimientos. Sus 'víctimas' son números que hay que ir cuadrando en las cuentas de las grandes empresas, ya sean las multinacionales del tábaco o las grandes corporaciones industriales o informáticas que aprovechan la crisis para deshacerse de todo el personal posible.
Hay también un paralelismo entre sus historias, la evolución de unos sentimientos que afloran involuntariamente en los férreos programas que los hacen ser los 'demolition man' que los responsables de aquéllas necesitan para hacerles el trabajo sucio. Ambos son capaces de poner todo su encanto al servicio del cinismo como rasgo de eficiente profesionalidad. Sin embargo, el personaje de Aaron Eckhard, con todas esas condiciones, apuntaba rasgos de humanidad que en el de Clooney ni siquiera se atisban hasta la última parte de la película. Todos sabemos que detrás de la sonrisa cautivadora de Bingham tiene que haber un ser humano, pero ni sus acciones ni sus palabras -su filosofía, diría- lo demuestran en momento alguno.
Reitman se esmera en ofrecernos un retrato casi perfecto de ese 'modelo' único de hombre capaz de no comprometerse con nada ni con nadie. Su 'teoría de la mochila' que vamos llenando -con objetos más pequeños; luego, más grandes; a continuación, con las personas, y luego, con las obligaciones- hacen que una vida sin ataduras familiares o amorosas, sin lugar propio -cuando le preguntan de dónde es se ubica en el avión en el que viaja: "de aquí"-, con el viento de la vida a su favor, dispuesto siempre a tomar lo que se pone a su alcance -casi todo- hacen -digo- que esa 'filosofía de la vida de triunfador sin cargas' se nos antoje como un ideal, ese algo que todos quisimos ser, lo que quisimos hacer, pero el tiempo ha impedido lastrándonos con aquellos 'contenidos' de la citada mochila.
El contraste con su entorno, el laboral, el familiar y el ocasional, hacen de Bingham un personaje único, un prototipo de laboratorio de la perfección hedonista capaz de desbaratar todos los argumentos de humanidad con los que sus interlocutores le atacan. Pero, por muchas corazas con que la vida te haya ido protegiendo, finalmente nadie puede estar solo y la novata Natalie, que trata de mostrarse como una nueva edición tecnificada de Bingham; la familia de éste y los problemas de la boda de su hermana, los cambios laborales que amenazan con desbaratar todos los esquemas sobre los que se basa su unicidad, su condición de 'número uno'; todos ellos van minando el territorio del 'tiburón del despido' y hacen que empiece a apuntar la duda, aunque siempre bien guardada en los más profundo de su ser y jamás exteriorizada.
Es, sin embargo, la aparición en su vida de un clon femenino, Alex Goran (bien dibujada por Vera farmiga) el que va a poner la carga de profundidad en su sólido edificio asentimental. Alex es perfecta, es como él; la relación que establecen, aunque esporádica, viene a complementar si cabe la 'perfección' de su estatus. Pero hasta la más sólida estructura tiene un punto débil y éste se hace patente cuando, a medida que su interés por su compañera crece, descubre que no es esa otra cara de la moneda de sí mismo, que combina la imagen de seguridad e imperturbable ausencia de sensibilidad con una doble vida oculta que incluye un marido e hijos. Es como Bingham, pero, al contrario que él, ha preferido contratar un 'seguro de vida' porque sabe que las cosas no van a ser siempre iguales y que el tiempo trabaja en contra de ese espíritu de robot que practican día a día. Es entonces cuando el personaje de Clooney se da cuenta de que ha apurado hasta la última gota del egoismo en un objetivo que, una vez conseguido, le sitúan en ese limbo que mencionaba antes, ese espacio indefinido, borroso y, sobre todo, solitario.
La imagen final de "Un in the air" sitúa a Bingham solo en uno de esos aeropuertos que han sido y prometen seguir siendo su despacho, su apartamento, su propia vida, con un gran panel con cientos de vuelos, compañías aéreas, horarios,...
En suma, estamos ante una película deslumbrante, aunque en sus postrimerías haga algunas concesiones al sentimentalismo, completa en su diseño de personajes -especialmente el principal-, capaz de llevarnos sin casi darnos cuenta a una profunda reflexión sobre lo efimero de nuestras vidas. Y lo hace, aunque pueda parecer lo contrario, sin una opción ganadora y otra perdedora. Bingham/Clooney está sólo, pero siempre lo ha estado, y acaba de cerrar un paréntesis en su trayectoria para volver a ser el de siempre, el triunfador. Todos sabemos que queda la soledad futura, pero -dirán algunos- "que le quiten lo bailao, y lo que le queda por bailar". En todo caso y volviendo a los referentes religiosos, como hacía al principio, siempre queda el arrepentimiento final para alcanzar la vida eterna. Es una muestra de cinismo, pero, a fin de cuentas, esa es una de las principales herramientas de su trabajo.
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