jueves, 12 de marzo de 2015

Fracaso

Cuando, allá por principios de 2012, el entonces presidente del Principado, Francisco Álvarez-Cascos, convocó elecciones autonómicas anticipadas, la palabra más repetida por los grupos de la oposición, o sea todos menos el suyo, fue "Fracaso". Fracaso por no haber sabido recurrir al diálogo tras un año de gestión convulsa y en solitario; fracaso por ser incapaz de encontrar los apoyos necesarios para sacar adelante un proyecto presupuestario teniendo que recurrir a una prórroga; fracaso por no resistir desde el Ejecutivo las zancadillas que a cualquiera de sus iniciativas le ponían desde la derecha y desde la izquierda.

Admitido ese fracaso, ahora habría que plantearse lo que han sido los otros tres años entre comicios, la legislatura presidida por el socialista Javier Fernández. Está a punto de concluir este periodo y andan el actual presidente del Principado y su partido embarcados en una precampaña electoral que lleva como enseña "Mil días que marcan la diferencia".

Pero, ¿cuál es esa diferencia, al menos en lo institucional? Repásemosla someramente. Si empezamos por el fracaso del Gobierno de Foro Asturias Ciudadanos y colocamos el punto de inflexión en la imposibilidad de lograr apoyos a un proyecto presupuestario, habrá que recordar que Javier Fernández también tuvo que recurrir a una prórroga, que hubieran sido dos de no acudir en su ayuda el Partido Popular, el mismo que al anterior Ejecutivo le denegó esa dote de "responsabilidad" esgrimida más tarde pese a su proximidad ideológica. Parece que nos hemos acostumbrado ya, pero es difícil de entender el desenganche absoluto de la propuesta forista que hicieron los populares y la aceptación de las normas de suplemento de créditos (el año pasado) y del proyecto de ley (este año) socialistas después. Los argumentos esgrimidos por la presidenta del PP para justificar tal postura es en sentido estricto comprensible, pero a nadie se le escapa que tras los mismos subyace claramente la definición de cuál es el enemigo del que librarse y cuál el menos dañino para los intereses de partido.

Pero vayamos a lo más próximo. El presidente socialista del Principado planteó, a principios de su mandato, una serie de propuestas básicas que, a la hora de repasar ofrecen un balance más que pobre. Del primer paquete, comprometido en el fallido acuerdo de gobierno con Unión, Progreso y Democracia e Izquierda Unida, nos queda para la historia el fracaso de la reforma de la ley electoral y una ley presupuestaria.

Replanteada la situación, con algo más de cintura a la hora de establecer pactos, dos grandes temas (que en realidad son tres) se esculpieron con fuego en los estandartes del Gobierno socialista: reforma del sector público, por un lado, y las leyes de buen gobierno y de transparencia, por otro. De la primera queda constancia que una parcialización orientada a ganar tiempo para no descabalgar a los amigos colocados ha dejado a Asturias como la comunidad en la que menos se ha reducido el conglomerado de empresas, fundaciones y demás entidades públicas, eso que la oposición ha tildado en numerosas ocasiones de "chiringuitos". La legislatura se termina y el cambio de cromos practicado se queda como un falido objetivo de racionalizar el sector.

¡Y qué decir de las normas reguladoras del buen gobierno y de transparencia! Ahí están atascadas y sin ningún viso de adquirir rango de ley en las escasas semanas que le restan a esta legislatura. La culpa, como no podía ser de otra manera, es de la oposición. Así lo vocean los dirigentes socialistas que, al menos en su caso, no lo reacionan con un fracaso de su incapacidad de diálogo con el resto de las fuerzas políticas.

Todo esto no figura para nada en la campaña "Mil días que marcan la diferencia", solamente centrada en la política social y en el carcter marcadamente opuesto a la desarrollada por el Ejecutivo estatal y los de la mayor parte de las autonomías. Podría tener un pase si fuera tal, pero, propagandistas aparte, habría que preguntar a los usuarios reales de tales servicios si, en verdad, las gestiones desarrolladas son acordes con las necesidades de los asturianos. Si repasamos los titulares de los medios informativos de los últimos meses son muchas las voces que nos dicen que no. Aunque eso lo dejaré para mejor ocasión porque, como decía un entrañable personaje de Billy Wilder, "esa es otra historia".

1 comentario:

  1. Estamos comprobando ahora de qué manera la casta (en especial la casta bipartidista, incluidos medios afines) reacciona con virulencia creciente contra esos nuevos "intrusos", Podemos y Ciudadanos, que amenazan el viciado duopolio de la corrupción institucionalizada.

    Allá por principios de 2012 y salvando todas las distancias, con un duopolio cómodamente instalado hasta entonces, conllevando la (pocas veces incómoda) presencia testimonial de IU, el "invasor" frente al 'establishment' fue Foro Asturias Ciudadanos.

    Pese a tratarse de un fenómeno de repercusión estrictamente regional, la onda expansiva alcanzó con cierta intensidad los cimientos de la madrileña sede de la calle Génova, provocando patéticas y extravagantes respuestas. Virulencia procedente de Génova, pero sobre todo virulencia escenificada en las principales instituciones del Principado.

    Por eso yo no considero homologables los fracasos a los que aludes.

    Es cierto que Cascos fracasó frente a la numantina defensa del 'establishment' asturiano. En su descargo, en mi opinión y referido al PP, el conocido "dos no riñen (o acuerdan) si uno no quiere". Y ninguno de los dos ha querido.

    Pero el fracaso de don Javier tiene más ricos y variados matices. A saber:
    a) más tiempo (34 meses frente a 12) para el desarrollo de su gestión (¿úla?);
    b) aquella extraña votación que otorgó la presidencia de la JGP a Fernando Goñi;
    c) tramposos acuerdos, de investidura con UPyD, y de legislatura con IU, rotos;
    d) fraude total y absoluto de sus promesas electorales;
    e) connivencia con la corrupción (Villa, Fondos Mineros, Cudillero, Riopedre, Niemeyer, etc);
    f) esos acuerdos con el PP (alcanzar un acuerdo no es consustancialmente positivo, si la finalidad del mismo oculta intereses espurios) que pisotean el terreno ideológico, pero abonan desesperadamente el empeño por perpetuar el viejo y casposo 'establishment'.

    "Mil días que marcan la diferencia", a peor, sin duda.

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