En el día de hoy, cautivas y desarmadas las clases populares, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha decretado el fin del Estado del Bienestar. Supongo que habrá algunos a los que este tono de parte franquista de final de la guerra civil española y la instauración de la dictadura les sonará muy fuerte, pero el mensaje que ayer lanzó el presidente del Gobierno a los españoles es tan duro y preocupante que admite cualquier tipo de reacción inmediata.
Dejaré para otro día en que la mente sea capaz de estar serena el posible análisis del conjunto de medidas, su necesidad, el momento y las circunstancias. Vayan por delante, de momento, un par de rotundas constataciones: por un lado, el adios a la existencia en España de un partido y una política de izquierdas -IU es lo que es-. Si a alguien le quedaban dudas sobre tal condición aplicada al PSOE, el arrumbamiento de todas las banderas y pancartas de políticas sociales progresistas que le han servido desde que ganó las elecciones generales en 2004 se convierte en la historia de un fracaso y en su conversión en una más de las fuerzas políticas conservadoras que gobiernan los principales países del mundo -no en vano Sarkozy, Merkel, y, sobre todo, Obama son quienes han decidido por España una orientación que el propio Zapatero había negado hace sólo unos días. Rebaja del sueldo a los funcionarios, congelación de pensiones, eliminación de toda retroactividad en las ayudas a la dependencia, ... son la evidencia de ese abandono de unas políticas que se han esgrimido con arrogancia durante años, incluso en estos últimos en los que Zapatero y su equipo se han negado a despertar de su sueño que les mantenía ajenos a las vicisitudes de una crisis galopante. Las palabras que ayer nos transmitió el presidente del Gobierno, políticamente hablando desde el punto de vista del PSOE, recuerdan vagamente a aquel órdago de Felipe González a los suyos cuando planteó el abandono del marxismo. Sólo que entonces todo era muy teórico, ideológico, mientras que ahora estamos hablando de la economía del día a día de millones de españoles, la misma que con recortes y congelaciones va a afrontar un mayor coste de sus necesidades con la inminente subida de impuestos como el IVA.
La otra reflexión que se traduce del mensaje del Gobierno es la constatación de nuestra dependencia absoluta, por mucho que nos hayamos empeñado en épocas pasadas en situarnos entre los países más desarrollados y con mayor influencia en el contexto mundial. Ya señalaba antes que las medidas anunciadas hoy son las mismas que el presidente rechazó hace escasas fechas. Claro que entonces todavía no le había llamado Barack Obama para decirle lo que tenía que hacer, cuándo y cómo. Está claro que España no es Grecia, frase que se ha convertido en reiterativa entre la clase gobernante, pero los planes de salvación, como a los helenos, nos vienen de fuera. Estamos en la UE y en otros organismos internacionales, pero eso que, evidentemente, es irrenunciable, tiene a veces estos tristes momentos en que tengamos que esperar a que sean otros de nuestros 'iguales' quienes nos ordenen el camino.
Falta por ver cuál va a ser la reacción de los sindicatos, de los trabajadores, de la clase media -la más afectada por los recortes-, aunque en estos momentos es fácil de imaginar. Además, Zapatero no ha descartado otras medidas fiscales y, por si fuera poco él está hablando de lo que está bajo su directa responsabilidad, pero españa es un Estado de las Autonomías y tras el primer hachazo vendrá el regional y los municipales. Por cierto, menudo embolado deja el primer mandatario español a sus correligionarios para las municipales y autonómicas a celebrar dentro de meses -las generales para él están aún lejos-.
Los defensores del Ejecutivo ya se esfuerzan en plantear la necesidad del sacrificio, pero eluden la referencia a qué parte de la sociedad va a soportarlo. ¿O es que un recorte de media docena de altos cargos, inapreciable según admite el propio Gobierno, o bajarles un quince por ciento el sueldo a ministros y parlamentarios va a convencer a alguien de un reparto justo y equitativo? ¿Saben los españolitos cuánto cobran esas personas? Mucho más que las retribuciones medias de la gran mayoría de asalariados, clases pudientes incluidas. ¿Por qué se decide la desaparición de algún pequeño departamento de rango medio -que no de sus responsables recolocados- y no se aborda una reestructuración del Ejecutivo con el mismo grado de sacrificio que se pide a la ciudadanía? ¿Por qué no se ejecuta una poda racional de tantos y tantos 'ocupados' que duplican los servicios en el Estado o en las autonomías? ¿Por qué no se eliminan tantas y tantas pensiones vitalicias a ministros y otros cargos políticos por el simple hecho de haber estado, en algunos casos, meses o unos pocos años en la 'cosa pública'? ¿Qué han hecho para merecerlo? ¿Por qué se ganan bastante bien la vida tantos parlamentarios autonómicos o concejales que, en muchos casos, no dan un palo al agua? Estas y otras muchas preguntas se hacen los españoles ante la plañidera plática de Zapatero para anunciarles sangre, sudor y lágrimas.
Lo más difícil de digerir es el objetivo que se ha fijado el Ejecutivo para lograr los millones de ahorro en las cuentas públicas que le exigen desde afuera: los más desfavorecidos y, sobre todo, la ya mencionada clase media. De los de arriba, y ahora no me refiero a los políticos, no quieren ni hablar. Si nos atenemos a lo que aseguran muchos inspectores y subispectores de Hacienda sobre las órdenes que les llegan del Ejecutivo la sangre ya llega al río: No tocar a las grandes fortunas ni a las constructoras o al sector financiero, justo allá dónde están los hipotéticos grandes ingresos para las arcas públicas. Pero la señora Salgado prefiere la calderilla del ciudadano medio a los billetes 'binladen' de los ricos. Esta no es una política de izquierda ni nada que se le parezca.
Al margen de todas estas constataciones, parece obvio que este Gobierno ya se ha mostrado absolutamente incapaz de sacar adelante este país en la forma y con las políticas con que prometieron hacerlo. Sus adversarios del PP tienen lo suyo y pocas personas creen que el señor Rajoy lo estaría haciendo mejor. En todo caso, al margen de las posibles reacciones sociales, que las va a haber, parece evidente que un país como el nuestro en este momento precisa unas elecciones anticipadas. El ciclo del 'Estado del Bienestar socialista' está finiquitado y solamente los votantes pueden decir ahora en quién tienen alguna confianza para que les saque del pozo en el que con subterfugios y distracciones nos han metido. A la derecha ya la conocemos y sabemos de qué pie cojea, pero la izquierda actual es irreconocible y precisa una 'refundación' capaz de devolver la confianza a una España mayoritariamente progresista. Elecciones, ya.
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