El Sporting pusó ayer el punto final a una etapa que se nos antoja excesivamente larga de sufrimiento en ese objetivo claro que, al menos por el momento, parece tener desde que regresó a la Primera División: la permanencia. Los rojiblancos ya tienen matemáticamente seguro que la próxima temporada seguirán militando en 'la mejor Liga del mundo' y por eso es ya el momento oportuno para analizar estos últimos ocho meses largos de fútbol, con sus éxitos y sus fracasos, con sus alegrías y sus tristezas. con sus claroscuros, en definitiva.
Ahora que ya nada está en juego es el momento de los análisis desapasionados, de la disección de una temporada irregular donde las haya, de los errores y también de los aciertos. Hasta ayer todo se reducía a llevar al equipo en volandas hasta esa meta de la permanencia. Logrado el objetivo es el momento. también, de los reproches. ¿Por qué este equipo, hace unos meses virtualmente alejado de cualquier riesgo de descenso y con algún optimista apuntando, con los números de entonces en la mano, a cotas europeas, ha llegado al final de la Liga con la lengua fuera y poniendo el miedo en el cuerpo a sus aficionados hasta el extremo de pensar que una deriva de derrotas acumuladas como la tomada hasta hace tres jornadas apuntaba a un riesgo real de descenso?
Ya es proverbial, desde la etapa de Segunda División, que a los rojiblancos no les vienen bien las segundas vueltas. El año anterior pasó lo mismo. Sin embargo, salvo que contrastemos un desgaste en lo físico, no parece que se puedan encontrar causas de peso que justifiquen esa trayectoria: ni prolongadas bajas importantes, ni arbitrajes pésimos -alguno ha habido, pero eso pasa hasta en las mejores familias-, ni un calendario 'cabrón' como el de la temporada pasada. El equipo que ha llegado hasta aquí "poniéndonoslos de corbata" es el mismo que en enero apuntaba a los mejores registros posibles para un club humilde todavía, no así el juego, que fue perdiendo soltura, vivacidad, arrogancia incluso.
Así las cosas, las primeras miradas hay que dirigirlas a quién es el máximo responsable global, el entrenador. Manolo Preciado es un tipo simpático -a mí me lo parece-, próximo, un 'paisano' como decimos por aquí (a veces parece de la tierra). Su carisma entre la afición no hay duda que ha calado ya en la categoría de plata y no ha desmerecido en las dos transcurridas en la de oro. Sin embargo, una cosa es la persona y otra el trabajo, y el cántabro no se ha ganado en esta ocasión una buena calificación; digamos que, con mucha benevolencia, podrían subírsele unas décimas para lograr el aprobado raspado. Sólo él puede ser el responsable de que un equipo con las características antes reseñadas haya evolucionado hacia un juego ramplón, mucho más aburrido, poco peligroso -con honrosas excepciones- para las metas rivales, con debilidades manifiestas en casi todas las líneas; en definitiva, sin la chispa de la primera vuelta. ¿Exceso de confianza? ¿'Amarrategui' cuando las cosas empezaron a pintar mal? ¿Falta de claridad a la hora de 'leer' -ahora se lleva mucho en el lenguaje balompédico- los partidos? Que cada cuál juzgue y decida dónde estuvieron los errores.
El entrenador de la vecina comunidad ha señalado en varias ocasiones que trabaja con lo que tiene. Eso es cierto, pero ese mismo bagaje fue con el que empezó la temporada y las cosas iban mucho mejor, tanto en el aspecto cualitativo como en el cuantitativo. Nadie en su sano juicio podría pedirle estar en la cabeza de la tabla de clasificación, pero no acabo de ver un argumento para que, con días buenos y otros malos, el equipo no se mantuviera hasta el final en esa zona templada a la que parecía predestinado en invierno.
No tengo totalmente claro que, llegados aquí, sea el momento de plantear la continuidad de Preciado, aunque he de admitir que, en abstracto, me parece que sería el momento adecuado para el relevo. Sin embargo, son varias las circunstancias reales que trabajan en contra de esa hipótesis. La primera, que tiene contrato en vigor y que el Sporting, aunque no esté en la crisis económica de hace cuatro años, probablemente no se puede permitir el coste económico del cambio (lease pagar a dos entrenadores). A favor del cántabro juegan también su personalidad que -como decía- le hacen querido para la afición y el historial de su actual paso por el club rojiblanco (a fin de cuentas, cuando pasan los meses lo que queda es un ascenso y dos permanencias). Por ello apuesto a que seguirá un año más y sólo queda pedirle que, con los mimbres con los que le toque trabajar a partir de setiembre próximo, logre un equipo regular "en la salud y en la enfermedad", que muestre de lo que es capaz -aunque no sea mucho- de principio a fin de temporada, capaz de no provocar enfermedades cardiovasculares entre la afición rojiblanca.
También habría que hablar de la plantilla. A estas alturas no creo que nadie albergue duda alguna de que los jugadores que la componían este año eran individualmente bastante mejores. Se acertó mayoritariamente en los fichajes, dentro de una política de austeridad -la seguida en los últimos años-, algo mejorada por el saneamiento de las cuentas, pero sin despilfarros. La portería estuvo bien cubierta con la llegada de Juan Pablo -¡qué mala suerte tiene Cuéllar!-; un centro de la defensa frágil se endureció con la incorporación de Botía y Gregory -¡qué gran descubrimiento!- y hasya Iván Hernández ha terminado la temporada crecido, después de casi no contar para casi nada. De lo de Lora, para que hablar; como de Canella -tentado por clubes más grandes- siempre con el recambio de un José Ángel que ya está abandonando la condición de promesa para convertirse en una realidad. En el centro del campo ya nadie duda que el mayor acierto fue incorporar a Rivera, un veterano, pero con mucho fútbol en sus botas, como ha demostrado toda la temporada; Miguel de las Cuevas fue otro gran acierto y si la marcha de Michel a mitad de temporada fue un disgusto para la afición, a estas alturas ya nadie habla de él, y ello a pesar de que al supuesto recambio, Lola, no le hemos visto apenas por el campo.
En fin, que de la mitad para atrás el equipo ha mejorado en todas sus líneas. El borrón de este año ha sido la delantera. Había mucha confianza en el tándem Barral/Bilic, pero ni uno ni otro ha estado a la altura del equipo y un ejemplo de ello es que la labor de golear -la de ellos dos- se la han disputado Diego castro, el citado de las Cuevas y hasta el propio Gregory. No es que no hayan perforado algunas veces la portería contraria, pero no en la cuentía que debería exigírseles. ¡Gracias a diós que en la vanguardia del equipo hay un hombre con fútbol y que, además, mete gols, aunque juegue por la banda, como es Diego Castro. Aquí está ahora la asignatura pendiente de Emilio de Dios para setiembre; en lograr un auténtico 'nueve' con visión de gol -ya sé que no es tarea fácil, pero otros sí han hecho en esto sus deberes-, aunque también en conservar lo bueno que ya tenemos, porque no hay duda de que algunos de nuestros mejores hombres están en la agenda de clubes más poderosos. Hay que convencer al Barça de que no necesita a Botía y el Sporting, sí; y al Aletí de que no ejerza la opción de recompra sobre De las Cuevas -algunos medios nacionales hablan equivocadamente de cesión-; hay que amarrar a los jóvenes valores de la casa y con los no tan jóvenes, pero que podrían abandonar el equipo con facilidad, como Diego Castro, hacer un esfuerzo especial. Hay base y es preciso mantenerla, para, a continuación, reforzar los puestos peor cubiertos. Todo sea po lograr ese equipo al que, si no le pedimos la gloria europea, sí pueda transmitirnos la sensación de que podemos seguir transitando muchos años por la Primera División sin sobresaltos, lo que no ha ocurrido en las dos últimas ocasiones.
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